La autora argentina regresa a las librerías con Teoría del tacto, su tercer libro publicado en Candaya, y el número quince de toda su trayectoria. En los cuentos que este libro alberga, nos ofrece una visión de los “sinsentidos del mundo actual”.
¿Qué prendió la mecha de su pasión por la literatura?
Yo creo que la mecha se prendió en casa, en mi familia. Ya estaba encendida. Yo simplemente dejé que creciera, porque era una casa con una biblioteca muy importante en cuanto a volumen y calidad de autores y autoras, una madre poeta y dramaturga, un padre periodista y escritor, y todas las hermanas salimos muy lectoras desde niñas.
Todos los astros estaban alineados.
Claro. Lo difícil era no escribir en casa (risas). De hecho, jugábamos a escribir obras de teatro entre nosotras.
Pasó parte de su infancia y su adolescencia en España. ¿Cómo fue?
Fue como empezar de alguna manera a ser alguien de nuevo. Era un momento del mundo en el que te ibas mucho más definitivamente que ahora. Mis amigas desde Mendoza me mandaban cartas al principio y yo contestaba, y después dejamos de hacerlo. El presente se devora bastante el pasado, sobre todo cuando sos chica. Me tocó ser adoctrinada por una franquista en el colegio, que pensaba que hablaba mal, y me corregía activamente y a diario. Así que de mis tres hermanas soy la única que al año hablaba con la zeta. Cuando regresé a Argentina, volví a algo que había dejado dormido, y me costó mucho entender que era esas dos Fernandas.
"Cuando regresé a Argentina, volví a algo que había dejado dormido"
Esos dos hemisferios. Precisamente, el nombre del último relato y el más personal. En él habla de su traslado a España, y de cómo solo podían llevar un libro y una muñeca. ¿La del libro fue una decisión difícil?
Sí. Fue una decisión muy difícil. Después los libros llegaron por barco varios meses después, pero era algo más bien simbólico. Me llevé una aventura, a Tom Sawyer, que hacía juego con mi vida, creo, en ese momento.
Aunque usted asegura que se sentía un poco más como Huckleberry Finn.
Sí. Sin nada. Bueno, lo que pasa es que además en un exilio cada uno se comporta distinto, y hay algo de la adaptación o la rabia que funciona diferente para cada cual. Y nos fuimos alternando en los dos estados. Cada tanto había alguien que amenazaba con irse, y luego era seducido por algún acontecimiento, también amoroso. Mis primeras experiencias en la adolescencia fueron de ese lado, y tener que aprender el lenguaje amoroso con otras palabras creo que marca los inicios y el modo de conectarse con los demás.
Ahora nos quedamos con Teoría del tacto, pero ¿qué le pide al futuro después de esta nueva aventura literaria?
Al futuro le pido tiempo (risas). Que me dé tiempo. No suelo pedirle nada a nadie, ni siquiera al futuro, porque no soy muy pedigüeña y me gusta que las cosas me sorprendan. Tal vez desde la escritura le pido seguir deseando escribir, y si no seguiré involucrada igual literariamente todo el tiempo. Entiendo el mundo desde ese lugar de lectora también. Le pido más libros.