Patricia Estremera y Alfonso Mendiguchía –autor también del texto– son los encargados esta noche de despedir el trigésimo Festival de Teatro de Humor de Araia. Ambos dan vida a una pareja en graves aprietos económicos en la obra Gruyère, que Los Absurdos Teatro representa a las 22.30 horas en el Arrazpi Berri.

Vacaciones...

Nada, nada. Ya habrá otros momentos (risas).

Vienen para dar vida a un pareja en serios problemas económicos.

Están al borde del principio. En un momento dado, pierden todo. En realidad, es algo que nos puede pasar a cualquiera de los que vivimos en la cuerda floja. Pierden el trabajo y el dinero. Bueno, por perder, casi hasta los amigos. Y se encuentran en la situación de tener tres días para poder, por lo menos, salvar su casa, porque si no, van a ser desahuciados por el banco.

Pero hay una salida.

Bueno, digamos que encuentran una posible tabla de salvación. Pero... y hasta aquí puedo leer (risas). Lo que pasa es que si se agarran a esa posible tabla de salvación, aparecen una serie de problemas de conciencia. Es que la conciencia es una silenciosa espía.

Alguien puede decir que es imposible hacer humor de algo tan actual y tan trágico.

En eso somos especialistas. Distorsionamos bastante la realidad. La llevamos a los límites. Cuando te ha pasado algo triste, algo en lo que realmente lo has pasado muy mal, luego lo ves con la distancia del tiempo y muchas veces te ríes de las cosas ridículas que se hacen en un momento en el que estás con el agua al cuello. Somos especialistas en poner la realidad al límite y llevar todo a lo máximo para que podamos vernos reflejados y reírnos.

La obra plantea hasta dónde está cada uno dispuesto a llegar.

Sí y también en qué sistema vivimos. La banca siempre está preparada para ganar y hagas lo que hagas, ella siempre gana. Es imposible que engañes a la banca, que consigas salirte con la tuya. ¿Hasta dónde permitimos esto nosotros? ¿Somos cómplices de este sistema que nos aprieta y nos ahoga?

¿Y el teatro plantea una solución?

No, el teatro no plantea soluciones, pero sí preguntas al público. Son los espectadores los que luego, cuando salen de la representación, pueden pensar en esas preguntas y plantear sus reflexiones. Como compañía le decimos al público: yo no tengo la solución, pero sí tengo esta pregunta: ¿me ayudas?

Todo ello protagonizado por una pareja de unos 40 años, aunque más allá de la edad, seguro que mucha gente que va a ver el montaje se siente identificada.

Lo bueno y bonito de esta obra es que cualquier persona se puede sentir identificada con cualquiera de los dos personajes. Son una pareja de mediana edad, de clase media, es gente que ha tenido su trabajo. Son personas que están en un agujero en el que, en realidad, podemos caer cualquiera de nosotros que tenga una hipoteca. Si tú de aquí a tres meses dejas de pagar al banco la hipoteca, tienes un problema muy gordo. Y en esa situación nos podemos encontrar cualquiera de nosotros. Eso es algo que el público te comenta cuando sale de la obra. Es tan fácil caer.

Si alguien sabe de precariedad es quien se dedica profesionalmente a la cultura...

Totalmente. Sin lugar a dudas. La cultura en este país no es precisamente uno de los bienes mejor cuidados.

Sube al escenario con Alfonso Mendiguchía, quien al mismo tiempo es el autor del texto.

Son muy fan de la forma de escribir de Alfonso. Es muy peculiar. También distinta con respecto a lo que normalmente ves en teatro. Tiene una escritura muy rápida, picada, con personajes que hablan como lo harías tú en la vida real, con conversaciones que se cortan. Soy muy fan de esa forma de hacer y me siento muy agradecida de trabajar con él y poder interpretar sus textos.

Pero hay partes de la obra en verso, que cuando menos parece curioso a primera vista.

Sí, pero es que es una de las características de la escritura de Alfonso. Mezcla el verso y la prosa y, en realidad, el espectador no se da ni cuenta. De momento te dicen: ¿pero había momentos en los que estabais hablando en verso? (risas) Sí, sí. La obra tiene un ritmo interno muy característico y eso es propio de lo que hace Alfonso. Es muy distinto en lo que hace.

¿Es complicado tener que cambiar ese registro como si nada?

No, no. Para eso están los ensayos, para que todo fluya con naturalidad. Eso es lo mejor, que lo trabajes bien para que la gente no se de cuenta hasta después.

Por cierto, ¿hay queso en algún momento de la obra?

(Risas) No, no. Pero hablamos mucho de los agujeros y nos sirve muy bien como metáfora.

Lo que sí hay es un estreno porque es la primera vez que la compañía actúa en Álava.

Sí y estamos muy contentos de que sea en un marco como el Festival de Teatro de Humor de Araia. Nos parece alucinante. Es como una gran oportunidad para nosotros.

¿Cada público es un universo o ríe en los mismos momentos?

Los hay más silenciosos y otros todo lo contrario. Y no solo depende dónde estés, sino también del momento del día. En el teatro, de todas formas, nunca sabes lo que va a pasar y lo que te va a tocar. Puedes estar ante espectadores a los que casi no escuchas, pero llega el final y te dan una ovación tremenda. Yo no soy de carcajada fácil, por ejemplo, pero sí muy de aplauso si me ha gustado lo que he visto.

¿Y la banca sonríe?

(Risas) Depende de a quién. A los pobres, desde luego, no.