Existe un lugar común que liga la música popular a la diversión y la juventud. Craso error, ya que no siempre sucede así. Haciendo recuento, muchas de las mejores páginas de la música popular se corresponden con discos ligados al contexto personal, social o político de la época en que vivieron sus autores. Tras tres años de silencio, el regreso del grupo fraterno Cowboy Junkies se incluye en ese capítulo, el de discos que documentan un periodo concreto, desde un punto de vista personal que acaba propulsado al ámbito colectivo.

Eso es Such Ferocious Beauty (Cooking Vinyl/Popstock), un disco elegante, bello y feroz a partes iguales, que navega entre la pandemia, la vejez, la muerte, la vida y la política.

“Dentro de nuestra propia humanidad hay una gran angustia y miseria, pero también una gran alegría y consuelo. No hay nada más humillante para mí que la feroz belleza entre la que vivimos, incluyendo la vida y la muerte”. Con esta frase, Margo Timmins, la vocalista de los canadienses Cowboy Junkies, resume el sentir de su nuevo álbum desde su propio título. Su nueva decena de temas, marcados, como siempre, por la elegancia, el buen gusto y la emoción desbordante, dan relevo a Ghosts, su álbum de 2020, en el que penaban por la muerte del patriarca familiar.

Y es que Cowboy Junkies, para los despistados, es un grupo familiar creado por los hermanos Margo (vocalista), Michael (compositor y guitarrista) y Peter Timmins (batería) junto a su amigo de toda la vida, el bajista Alan Anton, a quien Michael conoce desde el jardín de infancia, “desde antes que a mi hermano Peter”, el pequeño de la saga. Juntos, a lo largo de casi 40 años, han firmado 26 discos excelsos –mención especial para el segundo, The Trinity Session (1988)– y con gran personalidad en su particular visión introspectiva y melancólica de una amalgama de Americana liderada por el country, el folk, el rock y el blues. Such Ferocious Beauty supura autenticidad y compromiso personal y social al revelarse como una reflexión sobre el envejecimiento, la pérdida, la manera de esperar a la parca y, mientras llega, no rendirse ni doblar la rodilla ante las dificultades que este mundo –bello y feroz– nos va diseminando por el camino.

Espoleados por “la intimidad y comprensión de lo que cada uno de nosotros aporta”, Michael, con ayuda de Margo, asentaron su trabajo compositivo conjunto antes de acudir al estudio de grabación, ya como cuarteto. “Creamos pistas más dinámicas de lo habitual, se advierte en su densidad”, según la cantante.

Pérdida y vida

El fantasma del patriarca Cummings sobrevuela por el repertorio de este disco desde su arranque con What I lost y sus versos: “Me desperté esta mañana/No sabía quién era/Miré la habitación/y no sabía dónde estaba/o si alguna vez fui… esto es lo que he perdido”. La demencia de su aita piloto y amante del jazz –trasladada a un vídeo estremecedor con imágenes de todo el clan familiar, incluido los miembros del grupo en su infancia– parte en tono acústico, pero va adquiriendo una profundidad brutal que se torna eléctrica y sombría.

La pérdida progresiva de los recuerdos –elementos que conforman la propia vida– desde el punto de vista del hijo que cuida a su progenitor discurre por todo el repertorio de este nuevo disco que se publica ahora, teñido por el camino que conduce a la muerte. En uno de los pasajes más acústicos del disco junto a Circe and Penolope, titulado Hell Is Real, Margo canta sobria, entre el folk y el blues: “el infierno es real y caliente, Jesús viene, estés o no preparado… estoy asustada, me siento sola”. Muerte, enfermedad… y vida también, sí, aunque, como constata la distorsión y cacofonía eléctrica de Flood, el agua sigue ganando centímetros y “no hay lugar alguno en el que esconderse”.

El grupo canadiense Cowboy Junkies firman un disco de blues… sin que suene a blues ordodoxo. No lo hace Shadows 2, un medio tiempo precioso y hasta diría que casi pop y comercial, en el que se habla de “sentarse y esperar llegar a la muerte como una extraña”.

Tampoco lo es Knives, con gran presencia del violín y su órgano sepulcral como colchón –“la esperanza es un sentimiento que actúa como un disfraz… los cuchillos están desenvainados”–, ni Mike Tyson (Here It Comes), con Margo, atizada por una distorsión que airea una bella guitarra española, nos canta: “Toda persona tiene un plan, hasta que le dan un puñetazo en la cara”.

Puro blues

Al menos en sus letras. ¿Y qué nos queda? Pues la vida. Sacar lo mejor de ella con baladones como Blue Skies, en el que, a pesar de que seamos “arrojados a la corriente”, nos deja espacio para la redención: “Podemos pasarnos las noches buscando un cielo azul; justo ahí, estarás tú”.

No se puede cerrar un disco de forma más bella tras dejar también varios uppercuts políticos. Directo a la mandíbula llega Hard to Build. Easy to Break. Sí, todo resulta más difícil de construir que de romper, así que aprecia lo que tienes. “Cuida la llama que iluminó tu camino/deja de adorar la ceniza”, escribió Michael en el año 2021, con la covid, la democracia ardiendo en Estados Unidos y la demencia de su padre.

“Era un momento de gran temor existencial en el que varios de los pilares en los que nos habíamos apoyado durante toda nuestra vida, parecían desmoronarse. Me impresionó lo fácil y rápido que pueden desmoronarse las cosas, si no se respetan como se debe”, asegura Michael Timmins. No se me ocurren mejores frases para concluir este reportaje.