Sabe que, para muchos, la ciudad que aquí describe puede ser irreconocible. Una capital alavesa en la que “la calle Francia era de tierra”, en la que “desde el Portalón, que estaba de aquella manera, veías el cementerio de Santa Isabel allá, en la lontananza”, en la que “en el Casco había vaquerías y mucho artesano”. Él nació en la calle Santa María en 1949 y a su infancia regresa con La Vitoria perdida. Relatos de un niño (Nimbo Ediciones). “No me he documentado para escribir, lo tengo dentro” apunta Ricardo Espinosa.
A día de hoy, el deporte sigue jugando un papel esencial en su vida, esta vez de la mano de la halterofilia, donde, por cierto, no para de sumar medallas. Es un nuevo paso dentro de una trayectoria profesional marcada por su paso por el Alavés, Baskonia y Caja Bilbao, pero también por el trabajo realizado para diversas instituciones, sin perder de vista su faz de gimnasta o la de profesor de educación física. Eso sin olvidar su pasión por la pintura o su camino por la senda de la escritura.
Ahora que tiene “75 inviernos” ha vuelto a esta vía con una publicación construida sobre 25 relatos que se circunscriben a la infancia pasada en Vitoria en los años 50 del siglo pasado. “Si me preguntas qué cené ayer, tengo que darle vueltas. Pero de mi niñez tengo recuerdos de casi todo”, sonríe. “Estoy seguro de que este libro va a suscitar muchos recuerdos de otras personas, también de otros lugares aunque yo hable de la Cuchillería o de la Catedral Vieja. Son relatos divertidos y entretenidos. A la gente más mayor le va a motivar para revivir su época de niñez. Y para la gente más joven, va a resultar una sorpresa. ¿Así jugaban los niños? Hoy la gente tiene tablet y se pone a matar a Mario. Cuando nosotros tirábamos piedras, tirábamos piedras de verdad”.
El Casco, lugar de juegos
Así, Espinosa va recopilando en estos relatos diferentes recuerdos, aventuras y andanzas, siempre sin perder de vista el uso del humor. “Nuestro lugar de juegos era el Casco”, aunque entre estas páginas también asoman otros lugares como la presa de Abetxuko, por ejemplo.
“Son mis vivencias y todo lo que aquí cuento o describo es verdad. Habrá quien diga al leer algunas cosas que me las he inventado. Por ejemplo, cuando escribo alguna aventura. Pero no, no. Es que éramos así de cabestros, sobre todo en algunos juegos”.
El autor no se quiere guardar nada. También se relata aquí historias con temáticas que, por desgracia, siguen siendo hoy actuales. “Yo hice toda la primaria y el bachillerato en San José, donde ahora está Dendaraba. Y lo pasé muy mal. En este libro cuento lo que era porque la realidad es que me querían meter mano por todos los lados. Además, sé que muchos compañeros pasaron lo mismo”.
Con todo, el escritor subraya en varias ocasiones el papel que el humor juega en este libro. No le es ajeno. Ya lo ha usado en otros proyectos relacionados. Es más, tiene un proyecto entre las manos sobre parte de su pasado profesional lleno de anécdotas. Todo llegará. De momento, La Vitoria perdida se encuentra con el público.