Justo ahora se cumplen 30 años desde su primera exposición en la desaparecida Sala Olaguibel. Aunque, en realidad, Dorleta Ortiz de Elguea y la creación artística son todo uno desde casi su nacimiento. Aprendió con su padre, Carmelo Ortiz de Elguea, más allá de foguearse después entre las paredes de la Escuela de Artes y Oficios. Luego, la artista gasteiztarra comenzó una senda que no solo se ha limitado a la pintura, que ha ido evolucionando, que sigue desarrollándose, y que mira al futuro con ganas de mantener el pulso.

Ser la hija de... no siempre es positivo para hacer camino.

Desde que era muy pequeña metía muchas horas en su estudio. En la adolescencia y en la juventud, me pasada horas pintando allí, viendo y conociendo a un montón de gente del ambiente artístico, desde Remigio Mendiburu y Zumeta hasta, no sé, Juan Mieg y Santos Iñurrieta. Para mí, eso era lo cotidiano, aunque ahora me doy cuenta de que no era algo tan normal. Por ese lado, para mí es fundamental ser la hija de porque ha supuesto todo un aprendizaje. Tuve un maestro, bueno, unos maestros, muy importantes, pude compartir, observar y aprender. Mi padre sí me ayudó, además, a conseguir mi primera exposición. Pero después, lo poco o mucho que he conseguido ha sido por mí misma. Aún así, al principio, sí me daba cuenta de que había gente que decía: aquí está la niña esta, la hija de. Pero eso hace tiempo que no se da.

Han pasado tres décadas de aquella primera muestra...

¡Qué vieja soy! (risas).

¿Qué le diría a aquella Dorleta?

Que estaba realizando lo mejor que podía hacer. Llevaba pintando desde pequeña pero desde dos años antes de aquella muestra, estaba muy centrada en esto. Quería dedicarme a la creación de manera continua y, por así decirlo, seria. Creo que, en ese sentido, lo hice bien, que supe marcar con aquella exposición un punto de partida.

¿En las formas y en los fondos, se nota muy cambiada como artista?

Muchísimo. Cuando veo esos primeros cuadros me encuentro con una especie de espontaneidad, con esa cosa de la juventud, incluso de inocencia si quieres. A veces me gustaría recuperar esa especie de valentía inconsciente que se tiene cuando estás empezando. La reflexión es muy necesaria, pero hay ocasiones en las que hay que saber dejarla de lado porque, por lo menos en el tipo de pintura que hago yo, no siempre puedes ir con la cabeza, también el inconsciente juega su papel.

¿Qué le mueve hoy a la hora de pintar?

Es una necesidad vital. Hay temporadas que he estado haciendo otras cosas, como escribir, y para mí, el hecho de pintar también es una limpieza. Mantiene, de alguna manera, mi emocionalidad en mejor estado. Además, pintar es un compromiso, uno conmigo, con mi trayectoria, con mi obra, con la pintura. Es parte de mi identidad.

Hay muchas obras que hace tiempo no están cerca de su autora...

Creo que hace no mucho le leí a Pablo Milicua, por una exposición en San Telmo, que en la muestra había una pieza que había vendido hacía un montón de años, una obra que no había vuelto a ver, y que eso le provocaba emoción y curiosidad. A mí me pasa. Incluso puede que no te acuerdes que hiciste ese cuadro o que tengas otra imagen de él.

¿Piensa mucho en el público?

Siempre tienes en mente cuál puede ser la reacción ante una exposición o una obra. Cuando hago una pieza, tomo el camino que creo que debo seguir, aunque sepa que hay otros que seguramente serían más resultones a la hora de vender. Pero eso no significa que no piense en el público. Una obra de arte no concluye cuando la persona que la hace cree que está terminada. Tiene un recorrido propio que depende de la mirada, a lo largo del tiempo, del espectador. Todas esas miradas terminan transformando, de alguna manera, la obra.

Hablando del público, parece que hoy la sociedad se siente cada vez más alejada de las expresiones culturales.

Los que son fanes, son muy, muy fanes (risas). Pero también son una minoría. Eso es cierto. En la educación puedes ver cómo cada vez hay menos interés por la cultura, por las humanidades, por todas aquellas cuestiones que pueden educar a una persona a tener interés por temáticas artísticas. La inmediatez de todo lo que hay hoy conlleva que lo que sea pararse, reflexionar y hacer el esfuerzo intelectual que requiere leer, ver o escuchar, sea cada vez más complicado.

¿Qué le aconsejaría a quien se está formando ahora y tiene la pretensión de que la cultura sea su profesión el día de mañana?

Vale, imaginemos que estás en una facultad de Bellas Artes, donde aprendes una serie de disciplinas, teorías y técnicas. Perfecto. Pero tu camino, tu voz propia, empieza a partir de ahí. Lo anterior es una preparación, pero la senda de la propia identidad del artista se tiene que transitar solo. Además, hay que hacerlo con todas las consecuencias.

Hoy en esas facultades la presencia de la mujer es mucho mayor que hace no tantos años. Pero en el camino de profesionalización, algo sucede ya que todo se vuelve a descompensar.

Pues porque todos los pasos que se dan hacia delante en igualdad –y feminismo es igualdad, no lo contrario al machismo– no terminan de concretarse. Se habla mucho pero la realidad luego no es tal. La igualdad no está en la realidad cotidiana.

¿Tampoco en el arte?

No. Es innegable que hoy hay muchas más creadoras, pero la desigualdad está en todos los ámbitos, también en el arte.

¿Y qué hace falta para romper eso? ¿Tal vez, entre otras cosas, rescatar a las que fueron, como ha hecho usted en ocasiones, ofreciendo, por ejemplo, conferencias?

Hace falta hacer una revisión en el arte. Está muy bien lo que ya sabemos pero vamos a descubrir lo que no sabemos de esa parte femenina. Ahora hay gente implicada en esto y es muy necesario. Hay ejemplos de artistas que inexplicablemente triunfaron, como pasó con la pintora flamenca Judith Leyster. Bueno, hasta que se casó y su producción artística disminuyó drásticamente. Pero bueno, tuvo una cierta notoriedad. Aún así, hay muchas, y pasa en otras áreas de la creación como la escritura, que hacían pero sin ningún tipo de reconocimiento. Eso habla de que la pulsión que tenían era muy honda. Si no, ¿de qué te vas a poner a hacer algo que nadie te va a valorar? Hay que ahondar y bucear mucho en el pasado.

¿A usted le faltaron referentes?

¿Mujeres? Absolutamente. Tengo una amiga que siempre se quejaba, y con razón, de que en el libro de historia del arte de Gombrich, que era como referencial, no había ni una sola mujer. Pero nosotras no nos dábamos cuenta, era como lo normal. Es verdad que en Vitoria teníamos a Juncal Ballestín. Era un ejemplo. Además, les metía una caña a ellos... Ella era una referente. Era una gran artista que le echó mucho valor.

¿A usted le gustaría ser referente?

No sé si soy un ejemplo a seguir (risas). Pero sí me gustaría ayudar a que la gente empezara a instruirse un poco en cuanto a artistas, a generaciones anteriores... Mira, yo ahora he cogido un libro de Giorgio Vasari, que era pintor y también biógrafo de un montón de renacentistas. Es muy interesante conocer las vicisitudes, circunstancias, datos históricos, pulsiones personales... Conoces mucho mejor la obra de un artista cuando sabes algo de su vida.

Volviendo a su biografía, ¿cuáles son los próximos pasos?

Tengo un par de proyectos que para mí son importantes, pero se tienen que concretar antes de decir nada. A partir de ahí, lo que quiero es seguir avanzando en la pintura y en la profundización del conocimiento del arte. Por ejemplo, llevo un tiempo escribiendo artículos sobre artistas vascos. Quiero hacer 30 y ya he realizado 15.

¿Con la idea de editar?

Es la pretensión pero sé que es difícil. Además, yo en el mundo de las subvenciones no me muevo bien. Menos mal que tengo cerca a artistas como Anabel Quincoces, que me ayudan un poco. De todas forma, mi ambición es terminar el proyecto y luego ya veremos. Puede que me muera y alguien rescate todo eso de un cajón (risas).

Entre ocupaciones como esa, ¿se obliga a veces a pintar?

Sí, tengo una rutina de pintar. A veces es más necesidad y otras ocasiones que estás más remolona, te obligas. Además, nunca sabes cuándo te va a ir mejor.

El trabajo se hace en un contexto, en este caso Vitoria. ¿Cómo ve culturalmente a su ciudad?

Mal. Se acaban de destinar miles de euros para un festival que es un espectáculo, una cantidad enorme frente a lo que se destina para, por ejemplo, un sitio tan importante como Montehermoso. Es una joya, no solo arquitectónica, por lo que se mueve allí pero, sobre todo, por lo que se podría mover si fuera más cuidada por parte de quienes la tienen que alimentar. No tenemos una galería privada porque es un riesgo terrible. Es verdad que Vitoria ha sido siempre una ciudad muy dura para vender arte. Sí, está Zas, que es encomiable su trabajo. De hecho, creo que cada vez lo hacen mejor porque están desarrollando un proyecto muy dinámico. Y está José Cos con ¶espazioa, que mira la que ha montado ahora con La guerra y el tiempo. Pero estamos hablando de iniciativas que parten más de un esfuerzo personal. Las instituciones tienen abandonados a los gestores culturales, a los propios artistas. Parece que este capitalismo tan exagerado ha llegado al punto de tasar el arte hasta el límite. Siguiendo esa famosa frase norteamericana, piensan qué puede hacer el arte por ellos, no qué pueden hacer ellos por el arte. Piensan en que el arte les de dinero, que traiga turistas, que... Todo eso está muy bien, pero no es la esencia de la cultura. Y si la esencia no la cuidas, ni turistas ni nada. Hay que sembrar y ayudar a que eso que siembras, crezca.

Por cierto, a lo que hay, sea aquí o en otros lugares, ¿consigue ir como espectadora o la artista siempre está presente y no consigue despojarse de ese papel?

Sí, sí, consigo ser espectadora, sobre todo con otras disciplinas artísticas. Además, a quienes nos dedicamos a estas cosas, no solo nos gusta ver lo que hacen los demás, es que nos conviene. Es necesario ver la obra tanto de tus contemporáneos como de quienes te han precedido. El camino de un pintor es muy introspectivo, reflexivo e incluso, a veces, rallante. Tiene épocas de luz en las que todo surge, pero también de crisis. Y a mí, en este último caso, siempre me ha ayudado ver a otros o ir a conocer el taller de otros artistas. Eso me sucedió en una ocasión con Amable Arias. Me ayudó a encontrar otras claves. Yo había pasado una época muy anclada a la tierra pero quería salir de ahí. No sabía cómo. Fui y al ver la libertad de Amable, dije: hay otras maneras. A eso te ayuda el conocimiento de otros artistas.