De bares a agencias de viajes pasando por peluquerías y espacios de diseño. Son lugares llenos de imágenes durante estos meses gracias a la unión entre fotógrafos no profesionales y espacios comerciales y hosteleros. Todos ellos toman parte en el recuperado concurso que, hace unos años dentro del festival Periscopio, se llevaba a cabo en paralelo a la muestra en Vitoria de World Press Photo. “Ojalá mantengan la idea ahora que la han recuperado”, apunta Aitor Salazar, protagonista de una de estas propuestas desde Astrolibros 2.

“Volver al comercio local es algo que necesitamos como ciudad; es también una manera de apoyar a la gente frente al comercio online” y hacerlo desde la cultura, como apunta el fotógrafo, que presenta entre multitud de libros de literatura infantil y juvenil la exposición Un verano en el pueblo. “Aunque siempre estamos haciendo cosas, esta muestra es también para nosotros salirse de lo habitual”, añade Joaquín Bohorquez, responsable del espacio. “La gente está disfrutando”, apunta mientras prepara la campaña navideña que ya está aquí.

La muestra forma parte de las propuestas presentadas al concurso organizado por los 20 años de presencia de World Press Photo en Vitoria

Son ocho las imágenes en blanco y negro que componen la propuesta de Salazar, un trabajo que habla sobre la infancia –la que se recuerda por parte de un adulto, la que se vive ahora por parte de un niño–, sobre aquellos pueblos de fuera del País Vasco a los que tantas familias volvían cada verano recordando sus raíces, sobre una forma de entender la vida que hoy está en desaparición.

Ayer y hoy

Aunque hay alguna fotografía de este año, la mayor parte de la producción corresponde al verano de 2021. La pandemia llevó a Salazar y los suyos a aquellas calles y lugares de un pueblo de Palencia donde tantas épocas estivales pasó en su momento compartiendo la casa de los abuelos. Pero en este regreso es su hijo Mikel quien sirve como guía por esos momentos con la cuadrilla temporal, con las bicicletas que llegan a todos los sitios, con los espacios abiertos donde no hay fronteras de ladrillo.

El recuerdo de juegos, personas y formas de vida contrasta con una actualidad que se mira a través de los más pequeños

El cementerio –donde se encuentran las tumbas de aquellos que el fotógrafo conoció en su niñez– el río, la casa familiar... se suceden mientras la memoria de cada visitante a la exposición redescubre juegos, vivencias, amistades y experiencias compartidas en aquellos lugares que no pocas familias abandonaron en su momento para migrar hasta ciudades como Vitoria en busca de un empleo en la industria.

“Los pueblos que conocimos ahora son muy distintos”. En algunos casos porque ya no queda casi nadie. En otros porque los nuevos residentes y el cambio de costumbres han hecho que igual sean menos “familiares”. El fotógrafo reconoce que “he descubierto que yo me divertía allí cuando era niño, ahora ya no”. La nostalgia, el paso del tiempo, los recuerdos salen aquí a la palestra. Son muchas las capas que conforman la muestra. Ahora ya es cuestión de cada visitante decidir hasta dónde le apetece profundizar. Eso sin perder de vista que la exposición compite con otras en el certamen impulsado en torno a World Press Photo. “Que llegue un premio siempre es interesante, no tanto por la cuantía económica, pero sí por el reconocimiento que supone”.