En otra noche de mucho calor, Mendizorroza cerró su doble sesión del viernes con la presencia de Arturo Sandoval, que está inmerso en una pequeña pero intensa gira a este lado del Atlántico durante estos días, colgando el cartel de completo en más de un local de, por ejemplo, Londres. No fue el caso en el polideportivo, que, de hecho, presentaba media entrada justita

Tras el descanso, Sandoval hizo acto de presencia junto a Maxwell Haymer (piano), William Brahm (guitarra), Maximilian Gerl (bajo), Daniel Feldman (percusión), Mark Walker (batería) y Tedd Baker (saxo). Bueno, en realidad fueron ellos los primeros protagonistas puesto que el músico cubano les dejo solos en el tema inicial, guiño a un grande del piano y del jazz, para empezar a caldear el ambiente. Luego ya hizo acto de presencia, recordando sus raíces gallegas y canarias, y poniendo en marcha la esperada y conocida maquinaria que desarrolla.

Sandoval no engaña. Es de los que sabe hacer a la perfección que su fórmula funcione. Ni quiere ni necesita realizar otros caminos. ¿Para qué? Tiene muy bien medida cuál debe ser su propuesta. Y es de los que sabe a la perfección –ojalá otros muchos tomaran nota– lo importante que es saber rodearse de compañeros de escenario que estén dispuestos a estar, por lo menos, a tu misma altura. Apartir de ahí, solo hay que esperar que el público esté por la labor de seguirte los sonidos, los chistes y los juegos varios. El de Mendizorroza lo estuvo aunque se echó en falta ese ambiente de otras ocasiones con gente bailando en los laterales y algo más de descaro. El festival debe reflexionar sobre qué falló, porque este viernes noche requería otra cosa.

Más allá de eso, los de Sandoval fueron a lo suyo. Él, además, como si tuviera 20 años. Sabe dirigir y divertirse al mismo tiempo, más allá de que antes del concierto se pudiera escribir cómo iba a discurrir el concierto sin temor a equivocarse. Sorpresas, las justas, más allá del amigo Serrano, creador de una boquilla estrenada por el músico en Vitoria y que, claro, tuvo que levantarse a saludar cuando el trompetista le mencionó. Este festival está dando para unas cuantas ovaciones dedicadas a gente que está en el público.

A partir de ahí, él se bajó del escenario, no terminó de rechazar del todo una invitación a bailar, puso al público en pie, tocó el piano, intentó algo similar a cantar flamenco e hizo lo que se esperaba, es decir, montar su show. Y por fin el festival vivió un concierto que terminó más allá de la medianoche. Eso sí, a las 00.04 horas, a casa.