Con más de 20 años de trayectoria a sus espaldas, Carlo Mô sigue consiguiendo lo que parece imposible, es decir, hacer humor sin ni una sola palabra, aunque tal vez sí algún sonido. Con su espectáculo eMe, el creador, intérprete y formador acudirá el próximo 27 a la capital alavesa para tomar parte en el programa de la segunda edición del estival de humor Komedialdia, que ya se encuentra en plena cuenta atrás. En concreto, el artista se adueñará desde las 20.00 horas del escenario del Jesús Ibáñez de Matauco (centro cívico Hegoalde), estando las entradas ya a la venta.
¿Recuperando ahora cierta normalidad en la agenda de actuaciones? ¿Cómo han sido en lo profesional estos dos años?
-Han sido muy duros a todos los niveles. Lo hemos pagado caro en muchos sentidos. Yo, por ejemplo, perdí a un hermano por el covid. Tengo en Barcelona un local que era escuela y digo era porque hubo que cerrar. De hecho, el espacio como tal también lo voy a dejar porque es inviable mantenerlo. Se suman muchos cambios en la vida. Actoralmente sí, ya estoy empezando a funcionar y hace un tiempo que estoy empezando a viajar de nuevo, retomando las actuaciones de un espectáculo que estaba a punto de estrenar en el momento que hubo que parar todo. Pero estoy volviendo a actuar y estoy empezando de nuevo a dar clases fuera. En el extranjero estoy trabajando bastante, de hecho.
Claro, usted se dedica al humor, aunque con ese panorama tiene que ser complicado.
-Más que nunca, el humor me está sirviendo a mí. Más que nunca lo estoy disfrutando. En circunstancias normales, me dedicaba al humor porque estaba cerca de mi carácter y de mi manera de entender el arte y disfrutarlo. Pero es ahora cuando más estoy disfrutando de los escenarios por el viaje emocional que estoy viviendo, y no solo yo, sino también el público. Reconozco que cuando se pudo empezar a actuar, las primeras representaciones fueron un desastre. En las salas podía entrar muy poca gente y estando muy separada y con mascarillas. Fueron las actuaciones más frías de toda mi carrera. Incluso me llegué plantear parar hasta que la situación no fuera otra. Busqué una alternativa para poder recibir a la gente ya en el escenario y crear una nueva forma de comunicación. Por suerte, ahora ya se van relajando las circunstancias y la cercanía con el público se siente mucho más. La gente está agradeciendo muchísimo más el trabajo incluso que antes. Es algo que siento aquí y en todos los lados. Hace poco he estado en Moscú, por ejemplo.
Viaje complicado, claro.
-Imagina cómo están las cosas. Incluso los organizadores decían que estaban mejor en la época del covid. Y en este contexto actual, ha sido impresionante el agradecimiento por parte del público por verte actuar y poder reír y emocionarse. Hay agradecimiento por el hecho de que el arte siga, esté. Por eso te decía que en estos momentos, estoy notando más que nunca la utilidad que tiene el humor en particular y el arte en general.
En el caso concreto de la capital alavesa, acude con el espectáculo ‘eMe’. ¿Qué se va a encontrar el público?
-Lo primero, se va a encontrar con el idioma del humor gestual. Yo me formé como actor pero el clown me enamoró en un momento dado. Es humor gestual, minimalista. Emocionalmente, va a ver o a compartir un pequeño viaje surrealista o absurdo en el que aparece el instinto de supervivencia de cualquier persona. La obra empieza con la música de Mahler y se me ve a mí subido a unas muletas sin piernas. El personaje es alguien que acepta su situación pero que quiere vivir. ¿Qué nos ayuda vivir? El imaginario. Ante todo lo que nos pasa, ¿cómo nos sobreponemos, cómo seguimos hacia delante? Eso es este viaje.
Y todo esto se cuenta sin decir ni una palabra. ¿Dónde está el truco?
-Hay un trabajo muy importante que es el referido al payaso habitado. ¿Qué significa esto? El payaso es una caricatura de la emoción, es una amplificación de un estado propio. Siempre me ha gustado mucho trabajar el cuerpo, la expresión corporal, el mimo y demás. Esto unido al payaso hace que el cuerpo diga muchas cosas por sí mismo. La mirada igual. La intención comunica mucho. Al principio, cuando empecé a trabajar individualmente, en los espectáculos tenía una parte hablada y otra parte gestual que me gustaba mucho. Llegó un momento en el que hice un recopilatorio de todos los números gestuales, aunque al final todo fue nuevo. Ahí me di cuenta de que cuando creaba ya no me salía la palabra. Sentí que ya lo había dicho todo y que a partir de ahí le tocaba al cuerpo y al gesto hablar. Sí me apoyo con los sonidos, sí que hago ruidos pero no uso ninguna palabra.
Cada espectador es un mundo, pero ¿cómo le gusta que el público abandone cada representación?
-Hay dos cosas importantes. Normalmente mis obras tienen un punto surrealista en el que cada cual interpreta la obra como quiere y sale con su pequeña filosofía, su lectura. Y hay veces que la gente te sorprende porque te comenta cosas en las que tú no habías caído antes. Esta es una parte que para mí es muy bonita. El artista es más artista si logra que el público sea creador. A los espectadores les sienta bien el trabajo de su imaginación e inteligencia. La otra cuestión importante es que el artista tiene que lograr alguna transformación en el público. Puedes entretener de muchas maneras, pero siempre intento que pase algo más, que la gente salga transformada. Las dos cuestiones básicas que me gusta que acompañen a la gente cuando se va son la risa y la emoción.