Dirección: Álex de la Iglesia. Guion: Jorge Guerricaechevarría, Álex de la Iglesia. Intérpretes: Ingrid García Jonsson, Silvia Alonso, Goize Blanco, Alberto Bang y Cosimo Fusco. País: España. 2021. Duración: 100 minutos.
ecibida con eso que se llama “división de opiniones”, Veneciafrenia representa lo que siempre hay que asumir ante los proyectos que tienen la firma de Álex de la Iglesia. Tanto guste como disguste su cine, todos saben que estamos ante un proyecto fallido. Ni bueno, ni malo, sino todo lo contrario. Y es que Álex de la Iglesia posee olfato, almacena miles de referencias y le mueve la pasión. Pero también carece de equilibrio, se olvida de los errores cometidos y le pierde la urgencia, le matan las prisas.
Hasta no hace mucho, Álex de la Iglesia era uno de los cineastas españoles que mejor movía la cámara. Uno de los más ocurrentes. Ahora, en el panorama del cine español las cosas han cambiado. Hay mayor diversidad y en los extremos, autores como Clara Simón y Rodrigo Sorogoyen -hay otros tan valiosos como ellos-, muestran más solvencia, más coherencia y más brío.
El de Álex pertenece a los 90, alcanzó su máxima rentabilidad estilística con El día de la bestia, y a su favor hay que decir que nunca ha renegado de sus saberes de freakie de videoclub y devorador de cómics. Aquí, su ser o no ser se debate entre Resacón en Las Vegas en clave slasher, y La matanza de Texas con coartada social contra los abusos del turismo invasivo. También incluye -el cine español parece obsesionado con las orgías de sexo, máscaras y cuero-, un descenso a los sótanos de una Venecia que, como bien recuerda un policía que huele a naftalina y polvo, no existen porque Venecia se levanta sobre el agua y el barro.
Con un arranque prometedor, con unos créditos ilustrados, como los que ya no hace nadie, y con una secuencia inquietante sacada de una perversa digestión de Rigoletto, su locura veneciana deriva en un mareo de cámara en mano que corre como pollo descabezado tras unos personajes más planos que los pies de los santos desgastados por tanto beso de cofrade. Ante un panorama así, Veneciafrenia muestra sus mejores virtudes en algunas escenas de persecución y en el retrato de una ciudad que pondrá de los nervios a los responsables del turismo veneciano. En ese contexto, ni la forma, el terror; ni el fondo, la denuncia al turismo depredador, encuentran ese maridaje feliz y por ello, no obtiene los (c)réditos suficientes para sacarle de ese laberinto en el que Álex lleva años metido.