- El fin de ETA supuso para Bernardo Atxaga una “extrema liberación” que le permitió introducir en su literatura el humor que hasta ese momento solo utilizaba en sus relatos infantiles y desde entonces, asegura, se siente “más liberado y joven”. Atxaga, Premio Nacional de las Letras Españolas, lleva así el humor, casi siempre negro, a su último libro en el que, bajo el título Desde el otro lado (Alfaguara), habla de la vida y de la muerte en cuatro historias inéditas en castellano (dos de ellas se publicaron en euskera en 1985 y 1995).
La realidad, como pasa ahora con Ucrania, es una avalancha “y no puedes zafarte porque si uno se escapa de ella no es escritor”, indica el autor, que explica que la de ETA fue una historia muy dura y de ella hizo referencia en tres de sus novelas, la primera de las cuales fue El hombre solo (1994). Una vez que acabó se sintió liberado y ya no escribió más sobre ello, “un poco al revés de lo que ha sucedido en general, que se han puesto a escribir cuando se ha acabado ETA”.
Realidades presentes como la invasión de Ucrania, considera, forman parte de “un mal casi intrínseco” que está en el sistema. “Al igual que una piedra que se lanza en un remanso de agua y te impresiona el impacto, pasa y quedan las ondas, y eso es lo que pasará hasta el próximo impacto”, explica el autor.
Uno de los personajes de su libro asegura que el concepto de justicia nació de la venganza, y Atxaga explica que “la justicia, para que no sea venganza, tiene que ser muy reglada”. Y si hay una situación social en la que la gente lo pasa mal, sostiene, hay agresividad y si se canaliza hacia grupos violentos, la venganza primará.
Atxaga, que se consagró con Obabakoa (1988), Premio Nacional de Narrativa en 1989, ha querido experimentar siempre en su narrativa y explica que nunca había escrito de forma tan tranquila como en este último libro, donde ha disfrutado de una “libertad tremenda”.
La libertad que le da hablar de hace 800.000 años o de tener como personajes a animales, árboles o a “espectros de ultratumba”. “El punto de vista me libera del calendario normal, de los escenarios normales”, dice Atxaga, para quien las aves, roedores, reptiles o perros son voces narrativas principales sin límites de espacio, tiempo o calendario: “Cualquier cosa puede ser un personaje”, insiste.
Porque le da lo mismo que uno de sus personajes sea “una piedra, un señor guapo de 50, una señora rica o un búho”, como es el protagonista de su último relato, en el que un asesino en serie hace su aparición en un rancho en Nevada, una situación que le sirve para reflexionar sobre la violencia, la pena de muerte, el bien y el mal.
En otra de sus historias hay una conferencia en el cementerio de Obaba-Ugarte en el que unos insólitos conferenciantes tratan de convencer a su auditorio de las ventajas de morir.
Atxaga siempre ha defendido que el escritor debe enfrentarse a las formas narrativas heredadas, que son “extremadamente encorsetadas”. Y por eso, seguirá explorando formas en una especie de “enciclopedia personal” que ha comenzado a idear, un proyecto que le llevará muchos años.