David Sancho: piano y Rhodes. Andrés Litwin: batería. Toño Miguel: contrabajo. María Toro: flauta, pandeireta galega y voz. Conservatorio Jesús Guridi. 22 de febrero de 2022.
tesora la historia del jazz suficientes flautistas como para considerar exótico su instrumento. Los ha habido en todas las épocas y géneros, y sobra a renglón seguido una nómina rastreable en cualquier fuente contrastada. Quiero encontrar la maravilla de María Toro, por tanto, en lo que encarna de figura errante e inquieta en un mundo cada vez más globalizado. Galicia, Madrid, Europa, Nueva York, Brasil y de nuevo Madrid han sido sus destinos hasta hoy. Y como buena música nómada, de cada rincón del planeta se ha traído notas y discos con los que demostrar su inteligencia musical.
La audición del martes fue la forma más directa de comprobarlo. Acudió acompañada del terceto con el que gravó Fume (2020) en tres días. Desde el comienzo dibujó en De marfil escalas en el aire, sin necesidad de notas largas para tantear el aire. Fue al grano, como el resto del grupo, que sonó a cuarteto de jazz: sin flecos ni hilvanes, todo cosido y memorizado.
No fue un tema corto, ni la mayoría de los seis que tocaron. El largo aliento que anuncian en estudio y confirman en directo convierte las composiciones de Toro en micro-suites donde partes colectivas y solos, puentes y reexposiciones, crean ese todo orgánico al que muchos aspiran... y al que algunos llegan. Lo evidenciaron Fume y Kilitum, que desplegaron el abanico sonoro del cuarteto. Escuchamos jazz flamenco, sí, pero también pasajes de origen gallego, y un paso natural, nada forzado, hacia minutos de fusión setentera. El pianista David Sancho empleó esos pedales al Rhodes que convierten en pura magia a lo Corea, a lo Hancock, aires que, a su vez, beben de la bruma gallega. Y fueron los dos rítmicos (Litwin y Miguel) quienes con su presencia irreductible sujetaron esa tensión entre lo arcaico y lo contemporáneo.
Nos contó muchas cosas interesantes María Toro en su entrevista. Por ejemplo, que ese momento de rebeldía que casi cualquier músico ha sufrido con su instrumento dio paso al descubrimiento de la libertad interpretativa. Conocemos testimonios sobre este totalitarismo del pentagrama y su superación mediante el jazz, pero pocas veces una intérprete admite que lo superó gracias al clásico del rock Aqualung de Jethro Tull. Y tampoco es frecuente que alguien confiese con naturalidad que en su vida creativa se ha abierto justo ahora la rosa de un folclore gallego que cantaba de pequeña, cuando aprendió a tocar la pandeireta, en su pueblo natal.
Fueron sus palabras antesala y preludio para abordar la cantiga tradicional A costureira, el tema más breve y aplaudido de la tarde. La introducción suave y canónica de Sancho dio lugar a un desembarco radical y telúrico.
La voz de Toro sonó mezclada de quejido y dolor, como casi siempre pasa en las tristes y enigmáticas letras populares. Es el misterio, del que se habla tanto en el flamenco pero poco en otros folclores. Porque misterioso es lo que pasa de boca a oreja, a todos gusta y nadie olvida.
Así es María Toro. Errante, inteligente, agradecida y misteriosa. Como la música que sale del alma y no tiene nombre, su carrera corre al compás de su existencia, y poco más se puede pedir a una artista si se reclama como tal. Y María Toro lo confirmó.