Dirección guion: Kenneth Branagh. Intérpretes: Jude Hill, Lewis McAskie, Caitriona Balfe, Jamie Dornan, Judi Dench, Ciarán Hinds, Lara McDonnell y Gerard Horan. País: Reino Unido. 2021. Duración: 98 minutos.

esde hace tiempo algunas referencias críticas sostienen que, como acontece con la obra de Soderbergh, el cine de Kenneth Branagh se mueve en dos niveles muy diferenciados. A un lado crece su obra más personal, la que atiende a su sed de autor. Al otro, emerge un cine más convencional que responde a su necesidad de supervivencia pecuniaria.

De acuerdo con ello, la película que ahora se estrena, Belfast, carne de Oscar, cine de recuerdos propios y fábula de melancolía familiar, atiende a su faceta más íntima y personal. Y dentro de tres semanas, llegará su nueva adaptación del universo de Agatha Christie, Muerte en el Nilo, su cara B, ¿más comercial? Sea como fuere, ajeno (o no) a todo ello, Branagh bucea en ese ser o no ser con análoga actitud profesional. Haga lo que haga, el irlandés siempre se deja la piel.

Como el Alfonso Cuarón de Roma, Branagh filma en Belfast sus propios recuerdos teñidos de emoción y barnizados por la idealización. El correr del tiempo suele mejorar y dulcificar el pasado propio al tiempo que olvida el horror ajeno. Un pasado que, como con Cuarón, se ve filmado en blanco y negro, con aires feéricos, con aristas romas y delimitado con perfiles de concordia y mitificación. En Belfast los personajes encarnan a su propia familia tamizados por su otra gran referencia: la cinefilia. Por eso el cine siempre está presente en la historia de Belfast. Por eso en este retrato de una calle agitada por los conflictos religioso-políticos, la familia que representa al propio Branagh, bien sea en el cine o en la televisión de casa, verá ilustrado su devenir con una selección de títulos cinematográficos preñados sin ningún disimulo con evidente significación simbólica.

Cuenta Kenneth Branagh que la idea de rodar Belfast surgió el mismo día en el que Boris Johnson decretaba el confinamiento de Gran Bretaña a causa de la Covid 19. Curioso sentimiento de ADN universal porque, en nuestro caso, cuando Pedro Sánchez rodeado de uniformes militares dictó la orden de no salir de casa, el fantasma del franquismo se asomó de entre los muertos para proclamar que la calle no era nuestra.

Sin efectos especiales pero como acontece en el cine de Christopher Nolan, cineasta con el que Branagh tanta afinidad muestra; en Belfast se diría que el reloj se quiebra y el espacio se pliega. Ciertamente vivimos en un presente que ayer soñaba con acariciar la ficción en 3D y que hoy y ahora se ha visto zombificado, atrapado por cadáveres de un reino de sombras.

Cuestión de filtros. El que ahora impera se llama miedo. Miedo a la peste, miedo a la guerra, miedo al otro, miedo al miedo. Por eso mismo Branagh aparece empeñado en recuperar su propio relato, el de su identidad infantil, el de un chaval que, en las calles de Belfast, se hacía escudos con las tapas de los cubos de basura y convertía los recovecos del barrio en castillos de sueño y fantasía. Así armado, con esa nostalgia, se puede mirar de muchas maneras este bello poema que en Toronto ganó el premio del público. La más literal reconstruye el tiempo del éxodo, en 1969, el de la emigración de una familia de irlandeses protestantes que dejan atrás sus raíces para recomenzar su vida lejos de la violencia.

Con una interpretación soberbia que se gusta a sí misma, Branagh, antes actor que director, hace feliz a su espléndido reparto, mima a su alter ego en la pantalla, al fin y al cabo le representa en su niñez, e interpela al público sobre la necesidad de ser valientes, honestos e íntegros en tiempos de mezquindad. De ahí las referencias al western, a Ford, a Gary Cooper,... al tiempo del héroe que cada uno lleva dentro en un mundo que hoy se ablanda. De ahí que, de ese retorno en blanco y negro al ayer, emane más luz de esperanza que esa que hoy, por más color que se le ponga, parece abrazarse a un envilecido declinar.