a tele globaliza más que el cine, el fútbol y Amazon. Muchos países siguen los mismos programas con audiencias millonarias. Uno de ellos es MasterChef, de matriz británica y propiedad francesa, estrenado en 1990. Tardíamente, como todo en España, llegó a La 1 en 2013 y lo hizo con éxito. Va para la décima edición y en este tiempo el horno competitivo lo ha abrasado. La participación de Verónica Forqué en la versión Celebrity y sus trágicas consecuencias, sin que podamos establecer una relación causa-efecto, no debe ignorarse. ¿Quién permitió a la actriz entrar en su frágil estado emocional? ¿Por qué se toleró a concursantes y jurados su maltrato? ¿Y por qué no se detuvo la cascada de burlas a su costa en las redes sociales? El ente estatal mantiene la extrema rivalidad que ha otorgado a un espacio nacido como certamen gastronómico y que, en su degeneración, ha transmutado en reality agresivo.
En ese contexto de cobarde inacción, TVE ha intentado blanquear el dramático suceso con la prueba de abuelos y abuelas del último lunes, ejemplo de lo que siempre debió ser: escuela de buen comer y mejor vivir con gente respetuosa. Semejante maravilla ha llevado hasta la cumbre a la getxotarra Almudena Gandarias, de 87 años, tan vizcaína, tan sobria y tan elegante. Esta mujer sintetiza el sentido y la inteligencia por los que la cocina vasca goza de prestigio internacional.
El programa se resiste a cambiar. No le faltan aliados en su negación, como nuestro Julian Iantzi, compañero de Forqué en el dramático Celebrity, quien ha dicho a este periódico que "MasterChef es un reality muy blanco". No fastidies, amigo mío, que no estamos ante el concurso de paellas de Aixerrota. La competitividad rabiosa no se hizo para personas sensibles. Y los productores lo saben. O quizás ya no importa si, un día cualquiera, alguien revienta.