Dirección y guion: Ryûsuke Hamaguchi. Intérpretes: Kotone Furukawa, Kiyohiko Shibukawa, Katsuki Mori, Ayumu Nakajima y Fusako Urabe. País: Japón. 2021. Duración: 121 minutos.
onvertido en la revelación del momento, el cineasta japonés Ryûsuke Hamaguchi ha emergido en el año más difícil de cuantos llevamos en el siglo XXI a lomos de la fuerza del verbo. Su cine se llena de palabras y con ellas, desde ellas, Hamaguchi extrae emociones y teje relatos deslumbrantes, brillantes, rotundos. En 2021 ha dado dos goles de autoridad. Esta película de dos horas conformada por tres relatos cortos titulada La ruleta de la fortuna y la fantasía y, a continuación, Drive my car, un largo de 169 minutos que funde a Murakami con Chejov. Si una es buena, la otra resulta mejor.
Con La ruleta..., Hamaguchi sedujo a la crítica y ganó el Gran Premio del Jurado de la Berlinale 2021. Podía haberlo ganado todo y nadie se hubiera quejado. Sus tres historias, llegan tras Happy Hour (2015) y Asako I y II (2018).
Atravesadas por la música del azar, arrancadas de eso que reconocemos como carne de lo cotidiano, Hamaguchi hace girar su rueda con la misma convicción y análoga estructura con la que Max Ophüls diseñó El placer. En ambos filmes, tres relatos conforman un tríptico sobre el deseo, la sexualidad, el amor y el paso del tiempo. Como el director alemán, el narrador japonés (se) apoya (en) retratos femeninos, para abundar en la descripción de esa pista circense que conforma el mundo. Con él, dentro de él, forja sendas incursiones en el resbaladizo terreno del laberinto afectivo.
Hamaguchi posee un estilo directo, fresco y vital; una sensibilidad sutil y una elevada mordacidad fundamental para urdir personajes y situaciones con hondura e ingenio. Parece ser que, inicialmente, podían haber sido hasta siete los cuentos breves de este filme largo. Los tres filmados son rotundos, evitan la sensación irregular que tanto carcome los filmes construidos por diferentes textos e imponen la sensación de que ninguno es inferior a los otros dos. En consecuencia nos hace añorar la ausencia de los otros cuatro. Aquí se habla mucho y se sugiere más. Si el citado Ophüls hubiera dado su beneplácito, Rohmer, Renoir, Truffaut y Sang-soo lo habrían secundado. Fue lo mejor del Zinemaldia y es lo mejor de ahora mismo.