ada curso es una agrupación diferente. Es normal. El ciclo de la vida, que diría alguno. Se van cumpliendo años y cuando los músicos -todos ellos alumnos de la Escuela Municipal Luis Aramburu- rozan los 15 o 16 años como mucho, van dejando paso a los intérpretes más jóvenes, a los que entran, como mínimo, con 9. Pero más allá de esas idas y venidas, la filosofía de la Boogie Orkesta permanece invariable desde que se creó en 2007 de la mano del saxofonista, compositor y profesor Raúl Romo. "Buscamos, sobre todo, darles ese primer empujón para que luego sigan tocando en otras formaciones", apunta el vitoriano. "Raúl hace de pastor de estas ovejas perdidas en el mundo de la música que somos nosotros" dice el trompetista Mikel Serramito Vicente.

Casi una treintena de jóvenes suelen dar forma y fondo a un proyecto que aunque no desarrolla su trabajo con la finalidad de encontrarse con el público, sí ha ofrecido conciertos en citas como el Big Band Festival o hace bien poco, el pasado febrero, dentro de la iniciativa Gasteiz Talent junto a la Banda Municipal de Música de Vitoria. "El objetivo es aprender. La música son muchos peldaños y éste es el primero", describe Romo, aunque en ese recorrido nadie podía contar con la aparición de una pandemia. Un covid que interrumpió los ensayos en el último tramo del pasado curso pero que no ha conseguido paralizar el proyecto en éste. A todo se puede adaptar uno, cumpliendo con cada punto de los protocolos de seguridad e higiene que se aplican de manera rigurosa en Luis Aramburu.

Por eso, desde septiembre se han retomado los ensayos presenciales en el auditorio de la escuela. "El tiempo nos ha dado la razón, con las medidas que hemos tomado, no ha habido ningún caso de contagio que se haya producido en el centro. Es evidente que el coronavirus nos ha trastocado los planes a los profesores pero, sobre todo, a los de los grupos porque en lugar de estar con los músicos en el escenario, tenemos a los intérpretes repartidos por el espacio". De hecho, la imagen, para quien lo ve por primera vez, puede resultar, como mínimo, curiosa.

"Estás concentrada y ya está. Estás pendiente de la partitura, haces lo que debes y esperas tocar mejor cada vez para que el resto también lo intente" comenta la trompetista Maite Salazar Samaniego. Ella es de las que se suele situar en uno de los pasillos donde está el patio de butacas, asientos en los que se ubican las flautas traveseras y el clarinete.

"A ellos sí que no les escuchamos desde el escenario nada de nada", reconoce el saxofonista Aimar Guinea Sevilla. Teniendo que ubicarse así, como describe Romo, "se pierde un poco la sensación de pertenencia a grupo, de sentirte parte de una maquinaria más grande. Pero bueno, es lo que nos toca. Además, no hay mal que por bien no venga, porque, por ejemplo, hay instrumentos que ahora se pueden escuchar a sí mismos sin problemas. Seguro que algunos están más a gusto porque se oyen más". Lo dice quien dirige a una formación que, en parte, no tiene a la vista. "Me tengo que girar mil veces. Es un poco lío, pero a todo te acostumbras. Además, a todos los profesores de la escuela la situación nos ha generado un trabajo extra", dice con resignación el director de la Boogie Orkesta.Aunque sea la más visible, la separación de los músicos no es la única consecuencia de la presencia del covid. Los ensayos duran un poco menos. Y hay que limpiar, ventilar, controlar las entradas y salidas, usar mascarillas por parte de los intérpretes que no tocan instrumentos de viento y un largo etcétera de medidas. "Ellos saben las normas y las cumplen. La capacidad de adaptación de estos jóvenes es increíble".

Pero más allá de la pandemia, "la filosofía de la Boogie no es crecer, es nacer cada cinco años. Cada lustro ya no queda ningún alumno antiguo. Renacer cada poco es duro pero es el sentido de la agrupación. Es una oportunidad para empezar en una formación grande", para dar pasos en el marco de una escuela cuya misión también pasa por "formar a aficionados a la música, que es muy importante para la sociedad en su conjunto".

Como la orquesta, por tanto, "no quiere ser un semillero de estrellas, aunque lo pueda ser", sino "el comienzo de muchas otras cosas", sus integrantes trabajan en base a un repertorio creado por el propio Romo, obras que cada año se adaptan a los diferentes elementos que pueden llegar a conformar el grupo final. "No es una agrupación muy ortodoxa. Ha habido veces en la que hemos tenido hasta acordeones, por ejemplo", lo que requiere conformar partituras "a la carta".

"Al principio seguía los cánones de la composición. Pero ya no porque eso puede implicar tener a un músico 22 compases esperando para entrar. Y aquí tienes que procurar que todo el mundo se divierta", mientras se consigue mantener el equilibrio porque "si les pones algo muy complicado se agobian, pero si es muy fácil, se aburren". Así que en la variedad debe estar la clave, algo que el saxofonista Oier Vega Blázquez destaca: "es verdad que hay veces en las que tenemos temas bastante largos, por lo menos para mí, y te cansas, pero bueno, ya llevamos un tiempo haciendo esto y vas aprendiendo a controlar la respiración".

Tanto él como Serramito, Guinea y Salazar, hacen verdaderos encajes de bolillos con sus agendas para poder llegar a todo más allá de su trabajo en sus respectivos centros escolares. "Si te gusta tocar tu instrumento, aunque estés cansada, tienes que venir", sonríe la trompetista. En la Boogie encuentran, como dice Romo, una formación que "ya funciona con velocidad de crucero después de tantos años", de casi tres lustros en los que el director de la orquesta ha aprendido a "adaptarse en cada momento a lo que tienes entre las manos", incluso aunque haya una pandemia de por medio.