Se ríe cuando se le recuerda que pertenece por línea paterna a una de las familias más conocidas de Neguri, los Ybarra, banqueros y empresarios. "Sí, lo soy por parte de mi abuela, la madre de mi padre". Reconoce que Bilbao, muy próxima a su Santander natal, es una ciudad a la que le gusta viajar, aunque cada vez le cueste más moverse de su lugar de residencia. "Me encanta comer allí. Se nota que es una ciudad del Norte. Me gusta porque además tiene vida y muy buen ambiente, y desde luego es la ciudad del País Vasco con la que más relación he tenido siempre". Hace tiempo que no la pisa -"es que uno es mayor ya"-, dice, pero recuerda bien que estuvo en ella en 2015 en el festival de las letras Gutun Zuria. En aquella ocasión, abundando en el tema gastronómico, comentaba: "Me gusta esa costumbre que hay en Euskadi de reunirse en los txokos y de hacer una comida. Me parece una costumbre muy graciosa y divertida". Lleva casi 50 años en el mercado editorial y hoy es uno de los escritores más reconocidos, en premios y también por sus lectores. Ahora vuelve a la primera línea. Un coronel, un nieto de diez años, un gato bipolar y dos mujeres son los personajes principales de la última novela del escritor cántabro. El gato es el único elemento real, porque es el animal doméstico de Pombo, y la que ha entregado a la imprenta es una historia de familia, de miradas distintas y distantes que tendrá continuación en un segundo libro que aparecerá, posiblemente, a finales de este año. Conversar con Álvaro Pombo se aleja de la entrevista al uso: es un hombre solitario y de contrastes al que le gusta su soledad elegida, pero también charlar de todo, desde esa felicidad perseguida y pocas veces mantenida, al vicio de fumar, que le encanta aunque le parezca horrendo.

El destino de un gato común, ¿es una metáfora?El destino de un gato común

Más que una metáfora creo que es una novela poética, benevolente y tranquila. Quizá sea una metáfora del final de nuestras vidas. Es un reflejo de lo que está por pasar y por venir, y que tocamos con las manos.

Un abuelo vierte todo su cariño en un nieto, un cariño que no ha dado a su hijo, situación que puede ser equivalente en muchas familias. ¿Realismo?

Esa es una parte importante de la novela, un nudo que está ahí para aflojarse y estrecharse. Se verá más en la próxima entrega, que irá de esta misma familia. Este hombre es un militar retirado que ama el orden y que está dispuesto a hacerse cargo de un niño al que su padre y su madre no hacen tanto caso como debieran. Es una relación amable, una relación tranquila la que llevan los dos, abuelo y nieto.

Ha hecho protagonista de este libro a su propio gato.

Porque en la novela se habla de la relación de las personas con los animales domésticos. Me entenderán muy bien todos aquellos que tengan uno. Es lo mismo un perro que un gato; hablo de un gato porque yo tengo uno.

El protagonista de la novela es prácticamente de su edad y le ha puesto uno de sus apellidos, Ybarra. ¿Qué tiene que ver usted con él?

Muy poco, salvo que somos mayores y que convivimos con un gato. El único referente a mi persona en esta novela es animal, el gato, aunque como digo, también es verdad que ambos somos de la misma edad. Estoy muy interesado en la edad que tengo, 81 para cumplir 82 en junio. Escribo cosas sobre la gente que tiene mis años, pero yo no he sido militar, cuando él es un coronel. Yo soy un hombre soltero, no tengo hijos, y por lo tanto no tengo nietos. Esta historia y las que vengan después no son autobiografías, ni siquiera son mi historia encubierta.

Abuelo y nieto, dos miradas separadas por un abismo de 70 años de diferencia.

Es uno de los temas de la novela. El niño tiene 10 años, el abuelo 80, y está esa diferencia de 70 años, además de dos miradas que van a puntos de vida similares, pero a la vez separados por las diferencias generacionales que hay entre ellos. Es muy interesante ver la interacción de los personajes del libro con el gato. En ocasiones hemos visto cómo los animales domésticos son acompañantes silenciosos en las obras de arte, en las novelas, en el cine o en el teatro.

¿Cómo es el gato de su novela?

Como el que tengo en casa. Esos sí que son iguales. Es un gato muy activo, muy altivo también, y juega con los personajes del libro. Me he divertido escribiéndolo. La verdad es que siempre lo he pasado bien mientras construía una historia. A veces me he sorprendido a mí mismo riendo mientras escribía diálogos o descripciones de distintas situaciones. Además, si no me hubiera divertido tanto, nunca habría escrito. Hay que divertirse en todos los lugares. La vida dura dos días.

El coronavirus nos ha puesto, o eso dicen los más filósofos, en nuestro sitio. ¿Qué mirada tiene usted hacia está situación casi apocalíptica que vivimos?

¿Mirada a España o mirada al mundo? Dirás que la pandemia afecta al mundo, y sí; pero España es una cosa y el mundo es otra. Estamos en una situación muy dura que cada uno la va a contar según la haya vivido, pero todos hemos perdido mucho con esta pandemia, aunque está claro que unos más que otros.

En el libro hay un triángulo protagonista, el abuelo, el nieto y un gato con doble personalidad, pero también hay un espacio importante para las mujeres.

Ja, ja, ja€ En todas mis novelas me he rodeado de mujeres imponentes. En mi familia he estado con mujeres muy interesantes, muy divertidas y a la vez muy agradables. Mi madre era así. En esta novela la mujer más importante es Rosalía, más que Adelaida, que es la madre de Nicolás, el nieto de Matías Ybarra, el coronel. Rosalía es la amante o la querida de Manuel, el padre del chaval. Ella será también mi protagonista en la novela siguiente, la que publicaré dentro de unos meses.

¿Siente atracción por los personajes femeninos?

Sí. En mis novelas he dedicado muchos capítulos a mujeres mayores, mujeres casadas, mujeres jóvenes... Siempre he sido optimista respecto al papel de la mujer en el mundo, y hoy lo soy más.

¿En qué sentido?

En que creo que las mujeres están ocupando los lugares que siempre debieron ocupar. Ya no os quedáis en casa con la pata quebrada y atadas.

Salvo excepciones, algo casi inexistente, al menos en el mundo occidental.

Me parece que debería serlo, pero tienes que reconocer conmigo, aunque no sea tu caso ni el de otras mujeres periodistas, que durante muchos años en España la madre ideal, la mujer ideal, era aquella que se consagraba en cuerpo y alma al marido y a los hijos. Ha habido toda clase de inconvenientes para las mujeres. Date cuenta de cómo estaba considerada la mujer legalmente hasta el año ochenta y tantos. Era una mujer totalmente dependiente del marido para cualquier firma de documentos, para sacar dinero del banco o para salir del país. Es muy importante el progreso que ha habido en ese sentido.

Uno de los caminos que recorre su nueva novela es el de la felicidad, un estado que perseguimos desde que tenemos capacidad para pensar.

Pienso que la felicidad no debe ser un proyecto de vida. Es un proyecto romántico.

¿No cree usted en el romanticismo?

Y estoy seguro de que tú tampoco. La inteligencia choca contra los proyectos románticos y los finales felices. Creo en los instantes felices, pero no que la felicidad sea un proyecto que convenga tener demasiado presente. Tenemos vidas llevaderas, pero no vidas felices. Puede haber una explosión de vida feliz, pero es solo un momento. No vivimos vidas felices y creo que tampoco nos viene bien vivir vidas felices o tener proyectos de vidas felices. Los humanos somos seres limitados y finitos.

Lo que nos lleva a la muerte.

Es que somos seres destinados a la muerte. El camino que llevamos todos es hacia la muerte, pero no nos gusta hablar de ello, no estamos preparados, preferimos pensar en vidas felices.

¿Y está usted preparado?

Tengo 81 años y me gusta la vida, pero, ¿cuántos años más me quedan? ¿Diez? La felicidad es un momento, también yo he tenido y espero tener más de esos momentos. Todos los humanos necesitamos por naturaleza ser felices, ya lo decía Aristóteles, pero si concebimos la felicidad como un derecho estamos equivocados.

¿No cree que tenemos derecho a soñar?

Tenemos derecho, sí, a una vida llevadera. Y tenemos derecho a soñar, cómo vamos a negarnos el derecho a los sueños, pero sin que estos sean una huida. Están la felicidad objetiva, la felicidad que produce la justicia€

¿La justicia? No estará hablando de esa justicia que se obtiene en tribunales.

Ja, ja, ja€ Estoy hablando de vivir en un país justo y regido por leyes, por leyes justas y que se apliquen con justicia. Pero hazme caso, la felicidad subjetiva conduce a muchos desastres, desastres terribles.

¿Lo suyo es cinismo?

No, es realismo. Las felicidades subjetivas son personales, no colectivas. Es tu felicidad que se enfrenta a otras felicidades que también son subjetivas. Lo que digo es que la felicidad por derecho propio no existe. ¿Quién no tiene padecimientos? ¿Quién no carece de cosas que desea? ¿Quién no sufre por esa persona amada? El mismo amor te puede hacer infeliz por muchos motivos.

¿No ha sido usted feliz?

Yo tengo una vida llevadera. Soy un hombre mayor, mucha gente diría que un viejo. Soy un resistente. He tenido felicidad, pero también mi parte de no felicidad, como todo el mundo. El juego de felicidad e infelicidad forma parte de nuestra vida, está en nuestro tablero de existencia y es cuestión de mover las fichas, de saber jugar.

Si vemos sus apellidos está usted muy relacionado con familias vascas involucradas en el poder económico.

Mi padre era Cayo Pombo Ybarra y mi familia ha tenido mucha relación con Bilbao. Es cierto que mi familia, la familia de mi padre, es muy conocida en muchos ambientes, y por eso mi protagonista de ahora se llama Matías Ybarra. Es un guiño a la familia de mi padre.

¿Mantiene relación con el País Vasco?

Más que con otros lugares, con Bilbao. No soy una persona excesivamente viajera, pero es una ciudad que me gusta. Me encanta su cocina. Es que me gusta mucho la buena comida y me considero un gourmet.

¿Es usted el típico cocinillas?

No se me da mal. Es que a la gente del norte nos gusta la buena comida y meternos en la cocina, pero cocino lo justo, lo que necesito. Eso sí, me gusta comer bien, que todo sea bueno.

¿Qué relación mantiene con Santander, su ciudad natal?

Buena pero muy distante. Yo viajo muy poco y ya apenas salgo de casa. Estoy escribiendo sobre Santander y viajo con la cabeza. Tengo que reconocer que soy una persona muy solitaria.

También es un hombre muy previsor. Acaba de publicar El destino de un gato común

Es que tengo mucho tiempo para escribir. Ya he entregado a la editorial la continuación de este libro y hay otro que aún está por entregar, pero que tengo totalmente acabado. Y además estoy escribiendo otro. Estoy aprovechando mi buen estado de salud para escribir todo lo que puedo.

¿Por qué se le ocurrió la idea de que su novela la protagonizase un militar de alto rango, un coronel?

Es que tengo simpatía por la disciplina. Ya sabes el dicho ese: Contra malicia, milicia.

Pues no, pero a usted no le pega nada lo militar.

Me gusta un cierto orden platónico de la existencia.

¿Y lo militar garantiza un orden platónico?

No lo sé, quizá en mi cabeza lo crea y por eso tengo cierta simpatía hacia esas figuras militares. No he escogido un militar en activo, sino un coronel retirado.

Ha comentado en ocasiones que estamos viviendo un mundo tonto e indiscreto.

Es lo que pienso. Este mundo está un poco tonto. A todo el mundo le gusta saber de los demás y se cuentan muchas cosas, cuando a nadie le tiene qué importar tu vida y tú no tienes por qué contarla.

Lo dice un hombre al que le gusta la soledad hasta el extremo...

Soy solitario porque quiero tener y tengo controladas y limitadas mis amistades. Tampoco es que sea un pobre viejo solitario y enfermo. No es mi caso. Lo que ocurre es que muchos buscan estar rodeados de gente, y me parece bien, porque cada uno elige lo que quiere. Yo soy una persona muy independiente y la soledad, elegida por mí, nunca ha sido una especie de pesadumbre que tenga encima. Me apaño bien estando solo. Soy organizado, cocino bien, me distraigo leyendo o escribiendo. ¿Soledad? Sí, pero elegida por mí.

¿Le gusta el mundo en el que vivimos?

Soy realista y acepto lo que hay. Acepto las normas. Tengo buena capacidad de adaptación y me gusta lo que me rodea. Además, ¿puedo cambiar este mundo yo solo? No, ¿verdad? Pues tengamos una vida llevadera.

Dice que acepta las normas y que se adapta, pero es usted fumador y las nuevas normas no ven bien tal hábito.

Un gran fumador, antes y ahora, porque no he dejado de fumar. Hoy los fumadores somos los nuevos furtivos, nos miran mal. A los fumadores nos pasa como a los primitivos cristianos, deben esconderse. Tengo que reconocer que es un vicio horrendo, pero no por esta pandemia, siempre ha sido malo, y sin embargo, me gusta. De hecho, es mi único vicio.

Y veo que lo piensa conservar.

Por el momento, sí, o sí si me dejan. Recuerda aquellos tiempos en los que en las oficinas teníamos un cigarro en la mano y otro humeando en el cenicero. Lo digo porque he estado años trabajando en bancos. Fumábamos en los autobuses, en los trenes, en el cine y en el médico. Una delicia.

Ya, pero€

Delicia muy mala para la salud. Hay cosas deliciosas que son malas. No defiendo el hábito del tabaco, pero sí reconozco que me gusta, aunque un poco de contención y de que te pongan mala cara no viene mal para que fumemos menos.

PERSONAL

Edad: 81 años (23 de junio de 1939).

Lugar de nacimiento: Santander.

Compromiso: En 1973 publicó su primer libro, y era de poesía. En 1977 irrumpe en la narrativa con Relatos sobre la falta de substancia, obra con historias cortas que entraba de lleno en el mundo homosexual. Álvaro Pombo no ocultó su tendencia sexual en la época del franquismo y es un asunto presente en toda su obra, pero sin convertirse en monotema.

Aficiones: De joven le gustaba correr y andar en bicicleta, pero ahora el reúma se lo impide. Es un buen gastrónomo y dice que sus platos preferidos se cocinan en los fogones de norte del país.

Trayectoria: Desde que hace casi 50 años llegó a las librerías ha ganado varios premios: El héroe de las mansardas de Mansard (1983) Premio Herralde de Novela; El metro de platino iridiado (1990) Premio Nacional de la Crítica; Donde las mujeres (1996) Premio Nacional de Narrativa; La cuadratura del círculo (1999) Premio Fastenrath de la RAE; El cielo raso (2001) Premio Fundación José Manuel Lara; La Fortuna de Matilda Turpin (2006) Premio Planeta y El temblor del héroe (2012) Premio Nadal. Otros conocidos títulos suyos son Quédate con nosotros, Señor, porque atardece (2013), La transformación de Johanna Sansíleri (2014), Un gran mundo (2015), La casa del reloj (2016), Retrato del vizconde en invierno (2018) y el último, El destino de un gato común (2020), que tendrá segunda parte.