a película Eduardo Manostijeras de Tim Burton cumple ahora tres décadas, una cinta considerada por algunos críticos como la obra cumbre del cineasta en la que dio una vuelta al mito de Frankestein y habló de la intolerancia a través de ese joven creado artificialmente que tiene tijeras en vez de manos.

Eduardo Manostijeras nació de la idea de un dibujo creado por un adolescente Burton: “Era una imagen que me gustaba mucho. Me vino inconscientemente y estaba unida al concepto de un personaje que quiere tocar las cosas pero no puede. Un personaje que es, al mismo tiempo, creador y destructor. Una imagen que surgió siendo adolescente, cuando era incapaz de comunicarme con el mundo exterior”, indicó Burton cuando se estrenó la cinta.

En una biografía firmada por el periodista y crítico francés Aurélien Ferenczi, Burton recordaba cómo, “al hacerse mayor, la tolerancia no es el sentimiento más común, al menos en Estados Unidos. Desde el primer día de la escuela nos clasifican, un tío listo, un buen deportista, un niño raro y otro normal”. Eduardo Manostijeras fue una lección contra esa clasificación que en muchos casos genera intransigencia. Una venganza contra el fanatismo, como el que sufre su protagonista por ser diferente.

A la hora de elegir el elenco, Burton quería contar con su maestro, el actor Vincent Price que interpreta al creador de Edward, un papel escrito ex profeso para él. Y contratadas las dos actrices principales de la película, Winona Ryder que interpreta a Kim, la joven de la que se enamora Manostijeras, y Diane Wiest, que da vida a la vendedora de productos Avon que descubre y despierta a la “bestia”, la dificultad era encontrar al protagonista de la película. Se puso sobre la mesa nombres como Tom Cruise, Jim Carrey o Tom Hanks, que rechazó el papel por empezar el rodaje de La hoguera de las vanidades, e icluso Michael Jackson se autopostuló, interesado por el guion. Pero el elegido fue Johnny Depp. Burton había puesto los ojos en Depp con la serie televisiva 21 Jump Street. El actor de 26 años, que por entonces se debatía entre la actuación y la música, encajaba en ese excéntrico papel que representaba al cien por cien su propia rebeldía. Rodada en Lakeland, Florida, y no en su ciudad natal, Burbank, donde Burton había imaginado situarla, Eduardo Manostijeras pasa de la fantasía a la comedia y del enredo al drama, pero en cada uno de esos estados subyace una historia de amor.