a cosa debió ser algo así: un día el currela de una fábrica de helados se compró un bollo para la hora del bocata, pero la tarde se fue complicando y cuando se quiso dar cuenta era la hora de recoger y largarse a cenar y ya no le apetecía el bollo. Y para que no se pusiera malo y aprovecharlo al día siguiente pensó en lo que hace su madre con el pan que sobra: meterlo en el congelador. Varios días después, en un tarde de estómagos que rugen se acordó de aquel bollo y el resultado debió ser tan interesante que se le encendió la bombilla: ¿y si hacemos helados de bollos y pastelitos? Y así, se inventó el helado de Bollycao, de Pantera Rosa, de Bony y de Tigretón, los pastelitos típicos de la hora del recreo llevados a la tarrina de helad manteniendo, atención, su sabor original, ahí es nada. El señor no perdió un bollo, ganó un helado y además un fantástico test de madurez: te chifla, eres un crío; te horroriza, te has hecho mayor. De Nobel. J. Gorriti