e llamaba como el famoso personaje animado con un sutil guion en medio, y afortunadamente no sabía a espinacas, era el Pop-eye, el más clasicón de los helados, un bloque de hielo de naranja o de limón sujeto por un palo, pero también el más barato de la cartelera. Esa cartelería de las casas de helados que, en realidad, retrataba nuestra clase social en función de la paga que recibíamos. Clase baja: Pop-eye. Clase media: Frigopie. Clase alta: helado de cucurucho o tarrina. Clase premium: heladería artesana y nada de helados industriales en un chiringuito de playa. Para que fuéramos visualizando el lugar que ocupamos en la escala social, los helados se colocaban en el mismo orden, de forma que los baratillos se quedaban a los pies y para ver los caros había que mirar alto. Era una norma no escrita en todas las marcas. Por ejemplo, si eras de Miko, te tocaba el Patapalo, que sonaba a pirata, pero como a Popeye, tampoco se le esperaba. Tú siempre querías el de arriba, pero la economía no siembre llegaba. Y así, amiguitos, aprendimos a aceptar nuestra clase social, gracias al cartel del kiosco de los helados. J. Gorriti
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