Vitoria - Mientras se sigue dando vueltas a la posible instalación del centro Alberto Schommer en la sala Amárica como enésima y todavía no segura sede de los fondos que del creador gasteiztarra guarda la fundación que lleva su nombre, el espacio de la capital alavesa inauguró ayer la exposición Schommer: Contemporáneos, que hasta el próximo 17 de mayo ofrece al público la posibilidad de encontrarse con la faceta de retratista del autor, tal vez la más destacada para muchos.
De esta forma, el Premio Nacional de Fotografía, fallecido en 2015, vuelve una vez más a su ciudad natal, en esta ocasión con una producción itinerante de La Fábrica que reúne un total de 78 imágenes tomadas desde la década de los años 70 del siglo pasado hasta el año 2000. En concreto, las obras corresponden a tres conocidas series, sobre todo en el primer caso, del vitoriano: Retratos psicológicos, Máscaras y Actitudes. De esta forma, se destaca la capacidad que siempre acompañó a Schommer para retratar a personajes bien conocidos de distintos ámbitos, siendo capaz de ir más allá del rostro.
La política, la economía y la cultura de la España del último tercio del siglo XX se citan en esta gran galería que no sólo tiene el valor de documentar una época, sino también la importancia de saber trasladar personalidades y momentos. Todo ello construyendo una crónica que, para los conocedores de la trayectoria de Schommer, guarda pocas sorpresas, más allá de que cada nueva mirada, aunque sea a lo ya conocido, siempre puede aportar algo diferente.
Cuando cumplió 85 años, Schommer aseguró a este periódico que el único retrato que le interesaba hacer ya "sería el de Dios", a pesar de que él era un declarado agnóstico. No pudo ser. A cambio, delante de su cámara -sobre todo a raíz de su colaboración con diferentes medios de comunicación estatales- se pusieron nombres que marcaron un tiempo, en su gran mayoría hombres, a los que captó incluso en instantes que no terminaron de cuadrar a los propios protagonistas en algunos casos. Tal vez demasiado osados.
"Fui pintor, casi arquitecto e hice películas, pero al final me di cuenta de que tenía que ser fotógrafo. La culpa la tuvo Irving Penn", decía Schommer en estas páginas. "Me gustaría morir trabajando, como hicieron Picasso, Umbral o Esteban Palazuelo. Con las botas puestas". Una llama que se apagó justo dos años después de la conversación, el 10 de septiembre de 2015. No deja de ser curioso que en esos últimos años de su vida, él mismo mostró su hartazgo con los planes de abrir un centro sobre su obra en la capital alavesa. Estaba muy cansado de tantas promesas incumplidas. "Ya me da igual", decía.
Ahora, en la que puede que sea la sede elegida -o puede que no, quién sabe a estas alturas-, Schommer se retrata a través de sus propias creaciones, de esa mirada siempre inquieta que marcó una época y una manera de hacer en la fotografía, aunque él siempre fue un hombre atento a cualquier expresión artística. Amárica le recibe por ahora. Hasta el 17 de mayo.