Llodio - “En las casas el fuego calienta, las noches de invierno son extensas. Los niños comen luna, noche, alimentos. Y en el sueño el miedo no ocupa espacio, y en la frente no hay palabras ni destino, y en sus ojos los besos que un día fueron, ya no existen”. Este es uno del medio centenar de poemas que engloba La noche de nuestra revolución, el segundo libro del escritor de Llodio, Roberto Domínguez, después del lanzamiento de Standby en 2013, y el primero que publica bajo el auspicio de una editorial (Ediciones Europa).
¿Por qué ese título?
-Me lo pidieron las propias poesías. Siempre que intento crear un poemario, empiezo poniéndole un título que aglutine la idea sobre la que quiero hablar y que me sirva de guía, de eje en torno al que girar, para no despistarme. En este caso, iba a ser Los bolsillos de los héroes, pero según me acercaba al final sentí la necesidad de cambiarlo por La noche de nuestra revolución.
Entonces ¿son poemas revolucionarios?
-Son poemas de soledad y de compañía, de amor y de desamor, de día y de noche. Son poemas de lucha, de rebeldía, de revolución. Poemas que invitan a cogerse de la mano, pero también a alzar el puño al aire. Una especie de revolución interna donde está metida la paz, el ansia por la paz en este mundo convulso, como bien muestran los poemas de vertiente más social y política, donde doy un paso al frente por la revolución, por la mujer y por los héroes y heroínas de carácter anónimo, de esos que cada persona que sostenga este libro conoce.
Le pesa la actualidad...
-Mucho. Mi lenguaje es surrealista, en el sentido de que para mi lo rojo no es rojo, ni lo verde verde... me guío más por lograr una musicalidad, una estética; pero al mismo tiempo los temas son muy reales: los refugiados, el caso de La Manada, los atentados yihadistas... o, mejor dicho, mis sentimientos y reacción ante todo lo que nos llega a través de las noticias. Versos con los que intento que el lector encuentre un refugio frente al hastío de la vida cotidiana. De hecho, cuando escribo siento magia, es como si fuese más rápido, porque pongo todo el corazón y vuelco mi alma, mi lado más íntimo. Eso sí, con cuidado de no repetirme, que los poetas pecamos un poco de eso, y es ahí donde entra la cabeza a poner orden y mesura.
¿Ha dejado hueco al romanticismo?
-Por supuesto, hay una historia de amor que articula todo el libro. Por eso, suelo huir del concepto de colección de poemas. Es más un poemario donde puedes llegar a ver una trama argumental con inicio, desarrollo y final.
Su anterior libro fue autoeditado, ¿verdad?
-Sí, lancé Standby en 2013 y recurrí a la autoedición. Tengo que señalar que me ayudó mucho en la financiación Jesús María Alegría Pinttu. Fue una experiencia muy distinta a la que estoy viviendo ahora, con una distribución más de mano en mano y de boca en boca, como quien dice. Cuando terminé este nuevo libro el año pasado, lo envié a cuatro editoriales y, sorprendentemente, recibí respuesta de tres. Me tocó escoger y aposté por el que creo es el proyecto más ambicioso. Además, me están animando a presentarme a premios internacionales y, la verdad, no lo descarto.
Su trayectoria literaria se remonta a 2001.
-En 2004 salieron a la luz Hostal del Sol y Mundo retórico, aunque mi primer libro de poemas lo escribí con 20 años, sí; y tengo como otra veintena de obras escritas que no he publicado, ni pienso. Forman parte de un pasado con el que ya no me identifico tanto, por pura lógica. Ahora tengo 39 años y siempre se evoluciona o eso creo. No obstante, las tengo en gran estima porque forman parte de mi aprendizaje, nadie empieza escribiendo bien. Aún recuerdo cuando entré en la Tétrada Literaria de Llodio. Estaba rodeado de auténticos genios de la pluma como Patrocinio Gil o Amado Gómez Ugarte, entre otros, y yo no era más que un jovenzuelo con ínfulas de poeta. También he participado en recitales con la revista vitoriana La Botica, además de en otras, con publicaciones de relatos y poemas.
Y su carrera de actor... ¿cómo va?
-(Risas) Me temo que tocó techo cuando, junto a Aratxu San José, coprotagonicé el mediometraje Flores de papel, dirigido por Luis Vil en 2010.
Pero ese interés por la interpretación, ¿de dónde surgió?
-En 2006 escribí un cuento para el alumnado del colegio La Milagrosa de Llodio, donde yo también estudié que, dos años después, terminé convirtiendo en una obra de teatro. Ésta fue representada por la compañía La Mesa Redonda, en la que yo mismo trabajo. De hecho, mi carrera teatral continúa con un proyecto junto a Emilio Fernández de Pinedo de Panta Rhei. Asimismo, en 2009 fundé junto a Luis Lagos, Miedoso Films, donde hice trabajos de guionista y actor en cortometrajes. En la actualidad, tengo una especie de productora, Lagos Films, en la que colaboro como coguionista de largometrajes. De hecho, ya tenemos tres o cuatro películas guionizadas, en las que han mostrado interés productoras y cadenas tales como Mediaset, Atresmedia o Boomerang, aunque de momento no ha salido el proyecto.
El que sí ha llegado ya a las librerías es su segundo libro. ¿Hay previstas presentaciones?
-Fechas exactas aún no tengo, pero a últimos de este mes haré una en mi pueblo, Llodio, acompañado de la directora y actriz local, Bego Guerrero; y también caerá alguna en Vitoria.