donostia - Tras ‘Loreak’ y ‘Handia’ vuelven a la Sección Oficial. ¿Cómo se lo toman?
-Jon Garaño (J.G.): Con la misma ilusión. Los tres casos son diferentes. Con Loreak era la primera vez, era algo muy especial. Handia era una película que nos daba miedo cómo iba a ser percibida por el público y el Festival; cuando la seleccionaron fue un alivio. En este caso pasa un poco lo mismo, no sabíamos si nos iban a hacer un hueco. Estamos contentos, porque somos hijos del Zinemaldia, nos hemos educado cinematográficamente en él. Lo que nos ha pasado hasta ahora es que las películas que hemos presentado aquí han salido muy reforzadas.
¿Tenían dudas con ‘La trinchera infinita’?
-Aitor Arregi (A.A.): Con Loreak, a pesar de no estar en el palmarés, sentimos que salió muy reforzada. Eso te añade presión de cara a la siguiente. Siempre tienes la duda de si vas a estar a la altura de lo que la gente espera tras haber visto la anterior. Creo que la impresión general que tenemos es que La trinchera infinita peleará por sí misma; tenemos que ser optimistas.
-J.G: Es una pregunta difícil, porque a veces es difícil comparar. Lo que siento, que hasta hace poco no sentía, son los mismos nervios.
-José Mari Goenaga (J.M.G.): Si una película es muy buena, la gente de los festivales lo percibirá como tal. También ocurre que se genera un microcosmos y hay cosas que aparecen y son machacadas, pero a los meses cuando se estrenan en el cine la gente comienza a decir aquello de injustamente mal recibida?. Te das cuenta que hay un factor que se escapa a lo que la propia película pueda ser.
Este trabajo tiene un precedente cinematográfico, el documental ‘30 años de oscuridad’. ¿Cómo surgió el proyecto?
-J.M.G: Surgió de ver el documental, que estaba coproducido por Irusoin y La Claqueta que son, con Moriarti, las tres principales productoras de La trinchera infinita. Yo no conocía la figura de los topos; me parecía interesante como figura a partir de la cual desarrollar una ficción -Goenaga ha escrito la historia con Luiso Berdejo-. Me parecía muy sugerente contar la historia de un encierro sin dejar en ningún momento al encerrado, para que el espectador pueda sentir cómo pudo percibir una persona así el mundo y lo que estaba pasando fuera. Todo lo que veía y dejaba de ver, todo lo que oía pero no veía, lo que no oía y todas las incógnitas que se generan alrededor de ello.
También buscaban transmitir la soledad de Higinio, el personaje que interpreta Antonio de la Torre.
-J.M.G: Soledad, sí, pero sobre todo nos interesaba mostrar el desarrollo de una relación de pareja en la que el encerrado físicamente, tal vez sea uno, pero el encierro es compartido. Queríamos analizar cómo la decisión que toman entre la pareja acaba convirtiéndoles en esclavos. El punto de partida es la Guerra Civil pero nos interesaba mucho desarrollar su evolución psicológica.
¿Cómo se dirige a seis manos?
-A.A: Según a quién le preguntes y según cuándo (ríe). Externamente suena muy raro e internamente también, pero un poco menos. A pesar de que las ficciones y los documentales los hemos filmado entre dos, el tercero, en distinto grado, ha estado ahí y ha participado. Ahora, lo hemos oficializado. Los debates son más intensos. A mi juicio, también ayuda que la película sea sólida. Imagínate un rodaje a seis manos de una película en la que no estás cómodo, sería una bomba de relojería. Cada uno, a partir del guión, ha puesto un poco de sí mismo, de su criterio y de lo que cree que es más conveniente. En este caso, ha sido para bien.
-J.M.G: Codirigir entre los tres también ha surgido por fuerza mayor, no era nuestra idea inicial. Íbamos a dirigir Garaño y yo, pero por cuestiones personales le tocó irse fuera. Teníamos apalabradas unas fechas con Antonio de la Torre. Como necesitábamos que engordase en el proceso e iba a haber un parón en el rodaje, decidimos que en la primera parte estuviésemos Aitor y yo, mientras que Jon recibía el material y coordinaba el montaje. En la segunda parte, filmábamos Jon y yo, y Aitor ocupó el puesto que en la primera parte tuvo Jon. No ha sido nada traumático, nos ha resultado natural. Puede que lo hayamos padecido más en la fase final, cuando tomábamos decisiones sobre los últimos detalles. Sobre todo, en la fase de posproducción de sonido, que es muy importante en esta película, es cuando notábamos más el peso de un equipo de tres: cada decisión había que discutirla, había que consensuarla? No sé si repetiremos (ríe).
-A.A: Por eso te decía eso de que depende a quién le preguntes y en qué momentos (ríen los tres).
Vuelven a estructurar la cinta en capítulos. En este caso, la fragmentan a través de conceptos.
-A.A: Parece casi una marca de la casa. No sé si es porque es una apuesta o porque es una incapacidad. Una de las cosas más difíciles que hay en la edición es la transición, cómo pasar de una manera fluida de un estado a otro. Lo hicimos en 80 egunean, Loreak y Handia; en cada una tiene su razón de ser. Sí hay un punto en común entre todas que es la importancia del paso del tiempo, te sirve en el tránsito de las elipsis y trasladar la experiencia de una historia que dura 33 años. En el caso de Handia decíamos que le daba ese punto entre cuento y novela del siglo XIX.
-J.M.G: En La trinchera infinita no queríamos abusar de recursos como el de montar un clip musical en el que veas cómo pasa el tiempo, a pesar de que hay alguno. Preferíamos generar pequeñas elipsis y hacer que el espectador se reubique en cada momento.
Tiene una duración de unos 150 minutos y el peso de la interpretación recae, sobre todo, en Antonio de la Torre y Belén Cuesta. ¿Cómo ha sido dirigirles?
-A.A: Ha sido una experiencia intensa y, a la vez, preciosa. Los actores tienen cada uno su rol muy marcado; estamos muy contentos con el trabajo que hacen tanto los protagonistas principales como los secundarios. Obviamente, hay una fase de ajuste, de conocerse: qué puede funcionar, a dónde quieres ir, qué queremos nosotros? Al ser la primera vez que trabajas con estos actores, ves hasta dónde puedes llegar y, en ese sentido, creo que lo importante es no perder el rumbo de la película. No es tan fácil no hacerle caso al actor y, por ejemplo, ahí está bien que haya más de un director para que recuerde cuál es el rumbo.
¿Es muy distinta la manera de hacer de los dos actores principales?
-A.A: Antonio y Belén son dos escuelas distintas, pedían un feedback personalizado, pero con un nivel impresionante con respecto a lo que pueden dar a cada personaje de manera individual y lo que dan al matrimonio como unidad, que es fundamental en la película.
-J.G: También nos han ayudado en aproximarnos un poco a la forma de hablar y de ser en Andalucía. Nos parecía que teníamos una mirada externa, pero ellos lo sentían mucho más cerca y han sido claves a la hora de marcar, por ejemplo, el acento, gestos, formas de ser? Además, me gustaría destacar que ha habido una implicación personal de los actores, que consideraban que era una película importante a nivel actoral, pero también personal, social y político. Antonio nos decía que no era una historia más, que era una que se tenía que contar.
Es la primera película de ficción que hacen en castellano. ¿Creen que a la gente le puede extrañar?
-J.G: Probablemente. Habrá, también, quien nos critique por ello. Otra gente siente que era el paso natural. Nosotros no lo vemos así. Nuestras tres películas anteriores son en euskera, pero hemos hecho cortos y documentales en castellano, en inglés y en francés? El idioma depende de la historia que tengamos. Por la trama y la historia de la película, lo lógico es que la hiciéramos en castellano. Esto no quiere decir que a partir de ahora todas las películas que hagamos sean en castellano, ni lo contrario. Hay quien puede pensar que después de ganar diez Goyas con Handia nos pasamos al castellano, pero no tiene nada que ver. La historia de La trinchera infinita era anterior, antes de rodar Handia, Jose Mari ya estaba escribiendo el guión con Luiso.
¿Es ‘La trinchera infinita’ también una metáfora sobre la situación actual?
-J.M.G: Toda película histórica tiene un anclaje en el presente. Con Handia también lo hay.
-A.A: Tienes que intentar que la película tenga una conversación con el presente, que no sea una mera representación histórica.
-J.M.G: Además, es una cuestión que los últimos meses se ha reavivado, por el resurgimiento de una extrema derecha y por polémicas sobre qué hacer con los restos de Franco. Es una cosa que está muy presente hoy en día. El propio título de La trinchera infinita habla de eso. Puede referirse a lo largo que se hizo el encierro del personaje, pero va más allá. Te dice que los conflictos continúan y que los de hoy en día son resultado de los de ayer. Esto va por ciclos, a lo mejor hoy te toca estar a ti escondido, pero mañana puede tocarme a mí.
-A.A: Solemos decir que es una alegoría del miedo, cuando se ocultan las ideologías es porque existe un miedo a mostrarte cómo eres, tu pensamiento, tu psicología o tu orientación sexual?
-J.M.G: No tiene por qué ser algo político. Cuando ves la historia de los topos ves que hay un valor metafórico y que funciona como alegoría de otro tipo de encierros. Al final, Higinio, Rosa y también Gonzalo, el antagonista, actúan movidos por el miedo.
¿Qué presupuesto ha tenido la película?
-A.A: Cerca de tres millones de euros. Parecido a Handia, lo cual no deja de ser curioso desde fuera porque en uno estás recreando una epopeya con gigantes y dos hermanos viajando por Europa en el siglo XIX, y en La trinchera infinita vemos un encierro en una casa durante 33 años. Ahí entra la complicación de producción de habernos trasladado a Andalucía y volver dos veces, recrear aquel mundo?
-J.M.G: Después de hacer Handia, una idea que nos motivaba era pensar que íbamos a hacer una película más pequeña, en interiores y con pocos personajes. Pero las cuestiones de producción, el subir y el bajar, complicaron las cosas.
-J.G: Hasta que nos pusimos a ello no nos dimos cuenta de que era más lío de lo que esperábamos (ríe).
¿Qué viene después de ‘La trinchera infinita’?
-A.A: Hay varias cosas en marcha, pero estamos con la gasolina en reserva. Unos proyectos están más desarrollados que otros, pero queremos mimarlos y mimarnos nosotros.
-J.G: Lo que sí podemos decir es que uno de los proyectos está ya en fase de guión, sería en castellano y catalán. Luego tenemos otros dos proyectos que están a nivel de tratamiento, una fase anterior al guión, uno sería en euskera y el otro no hemos decidido. Hay otro en tratamiento que sería en inglés.
-A.A: Luego también hay alguna cosita que puede ser una serie o vete a saber. Para que te salga una cosa tienes que poner en marcha cuatro o cinco.
¿Consideran que con sus trabajos marcan el camino del cine vasco?
-J.M.G: Sonará a tópico, pero yo creo que el camino se hace entre todos. Sí estamos trabajando en ese camino, pero no creo que lo marquemos. Se están haciendo un montón de cosas en direcciones diferentes. Nosotros trabajamos un tipo de cine. Hemos aportado algo, pero ahora Óscar Alegría ha estado en Venecia, por ejemplo, con otra línea de cine. Es otro referente.
-J.G: Creo que lo más acertado sería decir que somos unos de los que marcan. Lo único claro, desde mi punto de vista, es que el antes y el después viene con Aupa Etxebeste!, porque apareció después de muchos años sin películas en euskera y sin apenas producciones en Euskadi. Fue una manera de demostrarnos a nosotros mismos que éramos capaces de contar nuestras historias. Hoy en día se está haciendo un abanico de cosas muy interesantes; nosotros somos solo unos de ellos.
-A.A: Lo más importante para mí es que la gente se ha acostumbrado a ver cine hecho aquí y en euskera.