Vitoria - Tras unas jornadas intensas llega el momento de completar la vigésimo sexta edición del Festival de Teatro de Humor de Araia, un cierre que en el polideportivo Arrazpi contará, a partir de las 22.30 horas, con la presencia de Un Poyo Rojo, que acude a tierras alavesas tras su reciente gira por México y antes de acudir a Edimburgo para después volver a cruzar el Atlántico y actuar en Brasil, Estados Unidos y Canadá... Y eso es sólo parte de la intensa agenda para este año de un dúo que hace del gesto, la danza y el humor su forma de expresión.

Cualquiera que vea su agenda de actuaciones solo en 2019 puede cansarse al instante viendo tantas ciudades y tantos países. Por supuesto que es una buena noticia que el trabajo no falte, pero ¿a veces nos les gustaría parar, tener unas pequeñas vacaciones, poder no hacer nada?

-La verdad es que es muy cansado llevar una agenda así, pero es igual de gratificante poder viajar y conocer lugares increíbles haciendo lo que a uno le gusta. Y luego está el tema de la inquietud. La última vez que me fui un mes de vacaciones con mi pareja terminamos creando una nueva obra teatral. Así de inquietos somos.

En ese ir y venir, actúan en capitales, ciudades importantes, festivales de renombre pero también en pueblos pequeños como puede ser el caso de Araia. ¿Da igual el tamaño? ¿Son muy diferentes los públicos dependiendo las localidades, los países y los continentes?

-Lo mismo da si es una mega ciudad o un pueblito perdido en el tiempo. A mí lo que me gusta es actuar, compartir ese ritual que se da entre el público y la escena. Generalmente disfrutamos mucho más las representaciones en teatros pequeños. Y además siempre se come mejor en los pueblos chicos. Además del teatro, somos amantes del buen comer. Claro que hay diferencias entre los distintos públicos, pero la obra tiene siempre una aceptación increíble en todos lados, eso nos llena de orgullo.

¿Qué se va a encontrar la gente que acuda a verles en Araia? Lo digo también porque en la obra hay mucho humor, sí, pero también varias invitaciones a la reflexión sobre nosotros mismos como seres humanos y sobre cómo nos relacionamos.

-Creo que Un Poyo Rojo es eso, una reflexión sobre los vínculos. Es una historia de amor que podría darse entre dos seres, cualesquiera que sean. La obra nace de un vínculo real y lo particular de esta historia es que está contada sin texto, no usamos un lenguaje articulado, es decir que no hablamos con palabras, pero sí con el cuerpo. Y claro, un factor sorpresa tanto para el público como para nosotros es que utilizamos una radio en vivo y en directo con la que improvisamos a ratos, y eso le brinda una frescura al espectáculo que se renueva con cada función y en cada ciudad o país que visitamos.

¿Por qué utilizar esta herramienta en concreto, además con todo lo imprevisible que es?

-Porque nos encanta el riesgo, porque apareció la idea durante los primeros ensayos y nos dimos cuenta de que sumaba muchísimo, que lo que brinda al espectáculo es un rayo de realidad en una historia ficticia y ese contraste es genial. Podemos mencionar también que ayuda a construir la historia desde la dramaturgia del azar, y que nunca nos falla.

El suyo es un trabajo físico que requiere mucho esfuerzo. ¿Qué es lo más complicado de trabajar: la coordinación de movimientos entre ambos, medir bien los ritmos en cada momento de la obra, el estado físico de cada uno...? ¿Cuánto peso pierden en cada actuación, porque aunque solo sea en sudor...?

-La verdad es que tratamos de entrenar bastante porque la obra nos pide un rendimiento físico importante, tratamos de cuidar mucho el cuerpo, que es nuestra herramienta. Cuando comenzamos (hace 10 años atrás) no teníamos esta preocupación, pero con el correr del tiempo se nos hace más difícil y requiere mucha más atención. La obra es de una exigencia grande y por eso tenemos que tener un entrenamiento paralelo para no lastimarnos. Claro que la obra es también un entrenamiento en sí misma, no solo físico sino también escénico, la obra no para de crecer con el tiempo, y nosotros como intérpretes también, es como si no hubiese un techo. Estando de gira perdemos bastante peso semana a semana, ¡pero nos ocupamos de volver a ganarlos en cada comida!

No deja de ser curioso que la mayor parte, por no decir todo, el teatro con sello argentino que nos llega aquí tiene como herramienta fundamental el texto, la palabra, algo que en su caso es al contrario. ¿A veces se sienten aves raras? ¿Dónde está la clave para expresar y comunicarse con espectadores de tantos sitios diferentes sin decir ni una palabra?

-Somos bichos raros, aún en Argentina. La idea de trabajar sin texto fue para poder viajar por todo el mundo sin necesidad de traducir o subtitular la obra. También porque partió de la idea de ser una obra de danza contemporánea, pero esa idea no duró casi nada. Pensamos que el lenguaje corporal es universal y así lo entiende desde un niño japonés hasta un anciano canadiense. Es la ventaja de trabajar con el cuerpo, nos da más libertades a la hora de crear y transmitir.

¿Ha llegado algún momento en el que Alfonso y usted ya no se comunican hablando, sino con el cuerpo?

-(Risas) Cuando estamos cansados ya sabemos lo que el otro quiere, no hacen falta palabras. Pero la verdad es que somos una pequeña familia: Hermes Gaido, el director, Alfonso Barón y yo, interpretes, y en este momento se volvió a sumar Nicolás Poggi (creador original) en reemplazo de Alfonso por algunas funciones. Somos muy amigos hace mucho tiempo y eso también es clave en este proyecto, todos decidimos ser nuestros propios jefes a la hora de trabajar.

¿Echan de menos afrontar cosas cada uno por su lado, hacer otros proyectos?

-También nos damos esos gustitos con el poco tiempo libre que tenemos. Alfonso rodó un filme en Argentina que se acaba de estrenar (Un rubio, de Marco Berger), Hermes acaba de volver del Festival Off d’Avignon con Caffe Latte, una creación junto a su esposa Andreína Ibedacca y Agathe Sánchez; y yo estoy haciendo un nuevo espectáculo junto con mi marido Miguel Israilevich, que se llama Furor. Pero además con Un Poyo Rojo estamos creando un nuevo espectáculo para el próximo año.

Aunque todavía es joven, lleva ya unos cuantos años en la creación escénica. ¿Qué está siendo lo mejor de todo lo vivido hasta el momento? ¿Qué le diría a alguien que está empezando?

-Bueno, ¡gracias por lo de joven! Yo siempre he seguido mi deseo. Hubo veces que era más claro que otras. Eso le diría, que siguiendo el deseo nada puede ir mal, que tal vez surjan errores en el camino y que hay que saber capitalizarlos para hacerlos parte de la experiencia, porque de eso estamos hechos: de errores y de experiencia.