Vitoria - Noche extraña la del viernes en Mendizabala, para empezar porque cuando terminaron Stray Cats, una parte del público que había ido solo a ver al trío decidió emprender el camino de retirada aunque todavía quedaba mucha tela que cortar. Además, aunque los oriundos tenían claro que la temperatura gasteiztarra iba a entrar en el verano por todo lo bajo, hubo más de uno al que el frío de madrugada le pilló por sorpresa y le torció el gesto. Todo ello en el final de la primera jornada del Azkena Rock Festival -que según datos oficiales reunió en su apertura a más de 17.000 personas- que tuvo muchos altibajos.
Después de los Stray, y con el espíritu por todo lo alto, vino uno de los solapes más dolorosos de esta decimoctava edición. Lo era sobre el papel aunque ambas bandas tengan poco que ver en sus respectivas propuestas, y lo fue en la práctica porque ambas actuaciones fueron lo mejor cuando la oscuridad en el recinto era total.
Blackberry Smoke están en otra galaxia y son siempre una garantía. Hubo quien apuntó que deberían ser banda fija cada año. Sobre unos cimientos muy bien construidos, los norteamericanos fueron hilando un concierto intenso, cuidado y emocionante, cargado de rock sureño y calidad. Nada nuevo, por otro lado, porque son una apuesta segura y lo volvieron a demostrar ante un numeroso público.
Más inquietud podían generar los australianos Tropical Fuck Storm. El cuarteto era muy esperado en el ARF para poder comprobar en primera persona las magníficas sensaciones que está dejando su aparición y su trabajo en el estudio. Pero ni siquiera los más optimistas podían pensar en el regalo en forma de directo que el grupo le ofreció al recinto. Fuerza, energía, actitud... desbordaron el tercer escenario dejando tres cosas claras. La primera, que es imprescindible ver a esta banda en sala, algo para lo que no habrá que esperar mucho por estos lares. La segunda, que son una formación a seguir de cerca en el futuro. Y la tercera, que en el cómputo global de esta edición, el suyo va a estar entre los mejores conciertos, si es que no ocupa el número uno.
Así que la cosa pintaba muy bien hasta que aparecieron The B-52’s, que están en plena gira de despedida de los escenarios. Tras una primera parte para olvidar y con parte del público en otras cosas porque aquello no invitaba a casi nada, hubo muchos espectadores también que bailaron y disfrutaron como locos, algo a lo que sí animaron un poco más los 20 últimos minutos de la actuación. Pero que hubiera gente por la labor, que incluso disfrutara de la cita, no ensombrece el hecho de que aquello tuvo momentos para salir corriendo justificadamente.
Hubo quien se refugio en el Trashville (en el concierto de Blind Rage & Violence no entraba un alfiler), quien hizo sus compras (la cola para coger el bono de 2020 tenía su aquel) y quien decidió marcharse, también porque el frío empezaba a penetrar en los huesos. Y ese contexto no ayudó en nada a las dos bandas que todavía quedaban. The Hillbilly Moon Explosion ofrecieron su ya conocida propuesta, pero tal vez no eran las dos de la madrugada el horario perfecto para ello. Al otro lado del recinto, Glassjaw descargaron sin misericordia, pero el poco público presente dejó en el ambiente una sensación extraña ante una actuación con más virtudes de las que algunos puedan pensar.