Vitoria - “Sólo con mirar una foto, me viene todo lo que vivimos”, apunta Sonia Pacios. No en vano, rodar en India durante dos semanas del pasado mes de octubre fue “toda una aventura”, una experiencia “única” para dar vida al cortometraje Mithyabadi, de Urko Olazabal, que se estrenará el próximo otoño. “Parece imposible cómo ha quedado teniendo en cuenta la manera en que lo hicimos”, sonríe la responsable de la productora alavesa Kuttuna Filmak.

El resultado ya está terminado. Sólo se está a la espera de ir cerrando las selecciones que del título vayan realizando los festivales tanto estatales como internacionales entre los que se está llevando a cabo la distribución. Pantallas a través de las cuales adentrarse en la historia de una cooperante (a la que da vida la actriz Elena Sáenz) que acude a un colegio indio para desarrollar un programa con el que afrontar las desigualdades de género, aunque toda vez allí, y a raíz de la muerte en un accidente de tráfico de una de las niñas del centro, se da cuenta de que ella no termina de entender la cultura y la sociedad en la que se encuentra. “Son las barreras culturales las que le impiden seguir hacia adelante”.

Rodado tanto en castellano como en inglés y en bengalí, la idea del proyecto nació tras un primer trabajo realizado por Olazabal en Mongolia. “Le quedó algo muy digno. Lo vi y me gustó, sobre todo, por el hecho de contar tantas cosas con tan poco. Cuando hablamos, él me comentó que su objetivo era hacer un largometraje en India, algo que sigue sobre la mesa y que retomaremos más adelante. Pero le propuse llevar a cabo este corto, para acumular la experiencia y los contactos suficientes allí, con gente como Paromita Chakraborty, antes de dar ese otro paso. De hecho, hemos aprovechado para grabar más material audiovisual del que requería Mithyabadi”.

Llevando hasta focos en las maletas, Olazabal, Sáenz y Pacios se desplazaron hasta India junto a Kenneth Oribe, Josu Gallastegui y Josu Trocaola. “Fue duro porque nosotros no estamos acostumbrados a ciertas condiciones de vida. Teníamos un sitio en el que dormir, con su cama y un baño por habitación. Aunque para nosotros fuera de las peores pensiones en las que hemos estado, para ellos aquello era un lujo”, rememora. “Lo dan todo. Hasta nos hicieron una fiesta cuando nos íbamos a marchar. El cariño que nos dieron fue increíble, algo que nosotros intentamos corresponder. La verdad es que nos dio una pena terrible acabar aunque tuviéramos ganas de regresar a casa”.

Transportar el material a través de la selva, hundirse en el barro para rodar el final del corto, vigilar a las serpientes (“nos explicaron que si veíamos unas amarillas saliésemos corriendo porque si te mordían no salías de allí”), soportar el 100% de humedad, trabajar bajo una intensa lluvia que terminaba por crear inundaciones en el colegio donde se llevó a cabo gran parte del rodaje... son algunas de las situaciones por las que el equipo tuvo que pasar, aunque con el tiempo aquellas anécdotas se recuerden con cariño. Además, “tanto los niños como los adultos tenían mucha curiosidad por lo que hacíamos. Nos pedían poder tocar las cámaras y el material que llevábamos y, por supuesto, lo compartíamos con ellos”.