Vitoria - Es el único hombre de un reparto compuesto por Aitana Sánchez-Gijón, Alba Flores, Maggie Civantos, Pepa López, Míriam Iscla y Gabriela Flores, protagonistas de la versión que Alberto Conejero ha realizado de la tragedia del dramaturgo griego Eurípides, Las troyanas. Bajo la dirección de Carme Portaceli, Nacho Fresneda se incorporó a la producción cuando ésta ya estaba en marcha, aunque en muy poco tiempo se ha metido en el personaje de Taltibio.

Es ‘Troyanas’ un montaje que demuestra lo poco que como especie ha evolucionado el ser humano en estos siglos, ¿no cree?

-Hay una parte positiva que nos habla de una obra capaz de demostrar que sigue estando viva, que su calidad va más allá de los siglos. Pero está también esa otra parte, la que nos dice que como especie, como sociedad, no hemos aprendido nada. Seguimos igual o peor. De hecho, en el espectáculo se utilizan imágenes actuales de lo sucedido en Siria, por ejemplo.

¿Cómo es ser un actor en un espectáculo donde ellas, en lo interpretativo y en lo argumental, son las verdaderas protagonistas?

-Desde el punto de vista del personaje, es un viaje hacia los infiernos. Él cree que con cumplir lo que entiende que son sus obligaciones ya puede seguir con su vida sin que le persigan esos actos tan terribles que, según él, ha tenido que cometer sí o sí. Desde la posición de actor, me siento feliz porque estoy muy arropado por mis compañeras. El género me da igual, lo que sí noto es que estoy rodeado de muchísimo talento por todas partes.

¿Comprende al personaje, sus razones y motivaciones?

-Hombre, yo me he incorporado en muy poco tiempo al montaje y mi proceso de creación del personaje ha sido un tanto atípico. Así que más que entenderlo, lo siento. El primer monólogo que tiene es muy aclaratorio. Todos pensamos que las cosas que suceden no van con nosotros hasta que nos tocan de lleno. Lo que percibo de Taltibio es esa culpa por no haber reaccionado ante la situación que se describe.

¿Cómo aportar algo nuevo o diferente a los textos clásicos? ¿O es mejor no innovar demasiado?

-A lo largo de los años he tenido la oportunidad de hacer unos cuantos montajes de los que llamamos clásicos y creo que cada visión de cada director con cada intérprete siempre aporta algo nuevo. Son clásicos porque hablan de temas universales que nos siguen interesando. Yo fui miembro de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y como espectador soy un auténtico defensor de que se sigan revisitando esas joyas, tanto en lo lingüístico como en lo argumental. En este caso, ofrecemos un montaje visto por Portaceli, de hoy en día, en una versión que mezcla varias obras de Eurípides con versos de Rafael Alberti, con la visión de Lorca... todo ello hecho por alguien como Conejero, que es una persona joven. Por supuesto estoy a favor de creadores contemporáneos que se inventan universos propios y diferentes. Pero también creo en tener un pie puesto en hacer nuevas visitas a aquello que nos lleva emocionando durante tanto tiempo. Lope, Calderón... son nuestros clásicos, nuestra cultura y sus creaciones deberían ser mucho más populares de lo que son. La cultura es riqueza y es lo que nos une a todos.

Por desgracia, este montaje trata cuestiones sobre la situación de la mujer en la sociedad que en la actualidad están más que presentes, empezando por la violencia. ¿Ese contexto es una complicación a la hora de afrontar un proyecto de este tipo?

-No, para nada. Llevo trabajando con Carme Portaceli desde hace casi 20 años y su posición política como artista siempre ha sido muy clara, siempre ha metido el dedo en el ojo al poder y se ha colocado dando voz a los desfavorecidos. En este caso, me parece muy bien que Troyanas coincida con las campañas actuales que se están dando tanto aquí como en otros países. En el momento en que haya una igualdad real podremos dejar de insistir en estos temas, pero mientras siga habiendo asesinadas, mientras se sigan produciendo situaciones de fuerza que son antidemocráticas y antihumanas, mientras colectivos como el LGTB sigan siendo perseguidos... tendremos que seguir haciendo nuestro trabajo, que es lanzar preguntas a la sociedad e intentar meter el dedo en el ojo, por no decirte otras partes del cuerpo.

¿Como hombre, siente la necesidad de pedir perdón?

-No, aunque entiendo lo que quieres decir. Es verdad que ha habido algunas declaraciones como las de Bryan Cranston de Breaking Bad que han tenido mucha repercusión. Hombre, los titulares lo que hacen a veces es amplificar el eslogan y no se va al razonamiento que puede o no haber detrás. Los que funcionamos en base a un código de conducta normal lo que tenemos que hacer es dar ejemplo y formar de manera natural a las nuevas generaciones, que es la base de la sociedad de hoy y de mañana. Tenemos que hacer ver que, más allá de lo que se transmite en la televisión y en los grandes medios, el amor, el sexo, las relaciones... son otra cosa. Pero bueno, esa es mi opinión como ciudadano, no quiero lanzar ningún discurso.

Toda su trayectoria se ha movido siempre con el teatro como referencia, aunque es evidente que el trabajo en el cine y, sobre todo, en la televisión conlleva un plus de fama superior. ¿Volver a la escena es como regresar a casa?

-De alguna manera sí. He tenido la suerte de formarme como actor sobre el escenario y lo siento casi como eso, como la casa. Hacía unos dos o tres años que no hacía teatro. Además, lo último fue en lo más off, off, off de Madrid. Yo he sido un currito de esta profesión. Desde joven tuve mucha suerte y enganche muchas compañías nacionales, directores de renombre, gente de primera división. Pero a la vez, me llamaban para hacer culebrones en autonómicas y no me perdía uno. Así que siempre he vivido de manera muy natural lo de estar en paro, de repente tener dos cosas entre manos, al segundo siguiente ninguna... Eso te lleva a que a todo le quites importancia, tanto cuando vienen bien dadas como cuando no. Ahora, en marzo me toca una película y puede que salga algo más de teatro, pero ya iremos viendo. Igual que cuando me llama la gente de los doblajes, que es algo que disfruto mucho también. De hecho, cada trabajo que me sale es como una celebración. Otra cosa, y eso me lo ha dado el tiempo, es que ahora miro más con quién trabajo. Ya que has superado épocas en las que te ha ido tan mal, ahora que te va medio bien, no te quieres prostituir demasiado, sólo lo justo.

De todas formas, ser alguien tan reconocible como usted o como Aitana Sánchez-Gijón, más allá de que son un reclamo también para la taquilla, no sé si supone un problema a la hora de que el público se olvide de ustedes y se centre en sus personajes.

-Aquí hay dos cuestiones que son interesantes. El hecho de usar o tener a intérpretes reconocibles o reconocidos en un montaje para atraer gente al teatro no me parece un problema. Es algo natural, que forma parte del show business. Es más, si por eso se vende alguna entrada más, bienvenida sea. Lo triste es que no haya un tejido teatral más profesional en el que se de cabida y oportunidades a actores y actrices que no son tan conocidos desde un punto de vista mediático. Hay muchísimos intérpretes maravillosos y con mucho talento que no se conocen. El problema es la sequía y lo paupérrimo que es este gremio. Eso es por un lado, en cuanto a la otra cuestión que planteabas...

¿Cómo desaparecer para que se vea al personaje?

-Eso es. Bueno, hay actores que se sitúan más en una zona de confort y hay otros que arriesgan desde su físico hasta lo que sea. Más allá de eso, lo que comentas es un reto y uno precioso, además, por lo menos para mí. Noto a veces que entre en el patio de butacas escucho: mira, es el de la serie ésta o el de... Pero espero que al primer minuto de la obra, se olviden de eso y ya estén con Taltibio, en Grecia, en la historia que les contamos. No me molesta en absoluto que me reconozcan. Para nada. Por desgracia, conozco a muchos actores, también reconocidos, que no trabajan. Ya lo decía el otro día en los Goya Javier Gutiérrez, hay muchos intérpretes que no sólo no recogen premios, es que no les suena el teléfono.