DURANGO - En una época histórica como la actual, una simple mirada hacia atrás nos demuestra que la proliferación de mentiras, por mucho que se disfracen de “hechos alternativos”, no es una particularidad de nuestro tiempo. En el año en que se conmemora el 80º aniversario del bombardeo aéreo de Gernika por las tropas alemanas e italianas, el historiador Xabier Irujo, director del Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada, recoge en un libro 30 de las falsedades que desembocaron en un sinfín de teorías negacionistas y reduccionistas sobre el ataque.

Si hace 80 años ya se construían “verdades alternativas”, ¿entonces la cacareada era de la posverdad no es tan reciente como pensamos?

-No, en absoluto. En realidad, hablar de las verdades alternativas es una forma sutil de hacer referencia a una mentira oficial. Y la mentira es tan vieja como la propia humanidad. Hay datos de la Antigüedad de cómo en tiempos de los sumerios se borraban paredes enteras con registros históricos para que la gente no recordara unos determinados hechos después de una guerra.

¿Es la mentira un rasgo inherente a la guerra?

-Ya sea la mentira propiamente dicha, el negacionismo o el reduccionismo, todos ellos son ciclos históricos que se dan cuando ocurre una masacre. Siempre hay alguien dispuesto a mentir, negar o reducir un hecho sangriento.

¿Cuál es la mentira más flagrante sobre el bombardeo de Gernika?

-En el libro he hecho una enumeración de 30 mentiras, pero no están todas las que son. Entre ellas, quizá la más sangrienta es la que consiste en reducir el número de fallecidos. Las cifras sobre el tonelaje de las bombas lanzadas o el número de aviones que participaron en el ataque son casi curiosidades, pero cuando hablamos de vidas humanas, entramos en el terreno de la ética. Cuando tenemos 39 testigos que afirman que los muertos fueron más de 1.000, decir que en realidad fueron 126 es simplemente ridículo. Eso no es un criterio historiográfico, es una opinión.

El balance de víctimas mortales oscila según las fuentes que se consulten. ¿Qué hay de verdad en todas ellas? ¿Se puede hacer un cálculo mínimamente preciso?

-Ha habido cifras que han intentado esclarecer la verdad y otras que se han difundido con la intención justamente contraria. Hay un suelo: el Gobierno vasco cifró en su día los fallecidos en 1.654, pero la villa no se pudo desescombrar por completo hasta diciembre de 1941. Teniendo en cuenta que las bombas generaron temperaturas de hasta 3.000 grados, fue imposible contar los cuerpos que había bajo las ruinas. No creo que vayamos a poder saber la cifra exacta nunca.

Pero usted también cita otras mentiras que quizá no sean tan evidentes a ojos de la opinión pública.

-La mentira marco es afirmar que aquello fue parte de una guerra civil española. Fue mucho más que una guerra, fue una campaña de exterminio. Y fue mucho más que española porque, de hecho, ninguno de los pilotos responsables del bombardeo que hemos registrado hasta ahora era español.

En un libro anterior, usted ya sostenía que Franco fue el responsable directo de la orden para atacar Gernika desde el aire. ¿También dictó la versión que se debía dar?

-A la mañana siguiente, Franco ordenó expresamente que se negara que el bombardeo se hubiera producido. A partir de ahí se creó una corriente de negación que desembocó más tarde en el reduccionismo de los hechos. Sin duda, el origen de la mentira partió de él mismo.

¿Caló la versión del bando franquista más allá de España?

-Las versiones negacionistas y reduccionistas de la masacre han tenido eco fundamentalmente en el Estado español. En el resto del mundo nadie se creyó que Gernika hubiera sido quemada por los propios vascos. La prensa americana y europea, al margen de Italia y Alemania, llevó el bombardeo en sus portadas durante meses.

Usted vive en Estados Unidos. ¿Han tenido influencia allí las versiones alternativas?

-Ningún autor americano ha llegado a negar el bombardeo, pero sí que hay una cierta corriente reduccionista. Es curiosa la entrada que hay en la versión en inglés de Wikipedia sobre la masacre. En ella se sostiene que al ataque fue un movimiento estratégico para destruir el puente de Errenteria. En realidad, el objetivo era hacer pedazos toda la villa.

¿Qué papel ha jugado el cuadro de Picasso para contrarrestar esas “verdades alternativas”?

-La obra es una consecuencia de la difusión de la noticia del bombardeo y no al revés. Picasso era consciente de que ese nombre le iba a dar mucho más eco internacional porque la prensa de todo el mundo llevaba el bombardeo en sus portadas. Sí que es cierto que, fundamentalmente después de la Segunda Guerra Mundial, el cuadro ha mantenido viva la llama de lo que ocurrió.

¿Quedan restos de ese reduccionismo en la forma en que se explica el bombardeo hoy en día?

-Desde luego que quedan restos. Lamentablemente, el reduccionismo histórico existirá siempre; el bombardeo de Gernika es el ejemplo de ello. De hecho, hay casos de atrocidades que ocurrieron hace 3.000 años que hoy siguen siendo sujetos de discusión. Siempre habrá una corriente historiográfica dispuesta a actuar en esa dirección.

El ataque de Gernika ha sido origen de muchos libros. ¿Qué novedades aporta ahora el suyo?

-Gran parte de la documentación utilizada es inédita. Por ejemplo, se han recuperado unas 7.000 digitalizaciones de los archivos de Roma. Son muchos documentos y fotografías con datos novedosos.

¿Y en el futuro va a quedar algo por decir que no se haya dicho ya en los últimos ochenta años?

-La historia nunca termina de escribirse. Por ejemplo, en todo este tiempo apenas se ha hablado de los ataques en otras localidades vascas. Tenemos catalogadas más de 1.000 operaciones de bombardeo entre 1936 y 1937, y la de Gernika no es más que una de todas ellas.

¿Se ha hecho lo suficiente para reconocer y reparar el daño?

-La vida humana es irreparable. Partiendo de esa premisa, al menos ha habido gestos como el del Gobierno alemán, que reconoció hace veinte años su participación en el bombardeo. España e Italia deberían seguir sus pasos y admitir el daño.

Hay quien puede argumentar que un Estado democrático no tiene por qué asumir las culpas de una acción perpetrada por el fascismo.

-Ese es uno de los daños de las dictaduras. A las democracias les corresponde la misión de suturar las heridas del pasado porque la institución del Estado sigue siendo la misma.