Arantzazu Zabaleta
donostia - La Orquesta Sinfónica de Euskadi ofreció ayer por la tarde en el Kursaal de Donostia el primero de los cinco conciertos que ha programado esta semana en las cuatro capitales de Hego Euskal Herria bajo el título Revuelto Ruso. Bajo la dirección de Robert Treviño, la OSE interpreta la Sinfonía número 11 de Dmitri Shostakovich para conmemorar el centenario de la Revolución Rusa, una pieza que retrata el asesinato de cientos de obreros a manos de la guardia imperial en 1905. El programa, sin embargo, arranca con el Concierto para la mano izquierda de Maurice Ravel a cargo de Achúcarro, uno de sus mejores intérpretes y el solista que más conciertos ha ofrecido junto a la OSE. La obra del compositor lapurtarra está creada para Paul Wittgenstein, pianista austriaco que perdió su brazo derecho durante la Primera Guerra Mundial.
Ha solido decir que le gustaría poder seguir tocando el piano hasta los 90 años como Rubinstein.
-Ojalá.
No le queda tanto. ¿Esperaba poder seguir tocando a este nivel?
-Me puse un límite no sé cuándo: pensaba que a los 84 habría que cerrar la tienda. Pero todavía no. Es bueno haber llegado hasta aquí pudiendo tocar el piano todavía y hacerlo con orquestas como la OSE.
¿Se siente bien, con fuerza para seguir este ritmo?
-Sí, fenomenalmente, y además tengo que cumplir compromisos hasta 2019. Por lo menos. Acabo de hacer un disco con los Preludios de Chopin. Y ese disco lo quieren en el festival de Malta, en el festival de los Jacobinos en Francia y en varios sitios de América. Así es que no tengo más remedio que seguir estudiando.
¿Sigue porque tiene compromisos o porque continúa con ganas, con ilusión?
-Si no tuviese esos compromisos yo no sé si seguiría estudiando con las ganas con las que lo hago ahora. Ésta es una profesión de toma y daca: estudiamos para dar al público lo que creemos que es lo más bonito que han pensado unos de los mejores cerebros que han existido en la humanidad. Piensen en Bach, en Mozart, en Beethoven... Ahora en Ravel. No digamos Chopin para los pianistas.
Esa búsqueda no ha acabado.
-Claro que no, ni acabaría nunca. Alguna vez he dicho que no le tengo miedo a la eternidad: los lunes, miércoles y viernes estudiaría la Ondine, de Ravel; los martes, jueves y sábados Scarbo de Ravel y los domingos El Patíbulo, que son las tres piezas de una suite que se llama Gaspard de la Nuit. También tendría mucho tiempo para estudiar cosas de Chopin, aprender más de Bach, de Mozart... Y de autores contemporáneos, que también he empezado a picotear en su música.
Para celebrar su cumpleaños con la OSE, ha elegido un tema de Ravel.
-No sé si me lo han pedido o lo he escogido yo, pero estoy encantadísimo de volver a tocarlo con la OSE. Mi relación con Ravel no sé si es de adoración, de amor, de amistad... De oiga usted: ¿Por qué me ha puesto estas notas tan difíciles? Tengo que tocar esto en Tokio en 2019 y tengo más tiempo para estudiarlo. Y lo he estudiado mucho para tocarlo esta semana con la Orquesta.
Vuelve a tocar con la OSE, y ya son casi 60 conciertos con ellos.
-¡Qué gusto!
Y actuará en casa. ¿Es especial tocar aquí?
-Si viene un amigo a tu casa y le quieres dar un buen vino, le das el mejor que tienes y esperas que la botella no se haya pasado. Creo que es un buen símil. Tengo ganas de hacerlo bien. Es un compromiso y una responsabilidad.
En cambio, es la primera vez que actuará con Robert Treviño al frente de la OSE.
-Sí, y ha habido un contacto instantáneo, nos hemos entendido bien. Enfocó los ensayos de manera colosal. Es un director magnífico. Espero estar a la altura, que nos salga lo que creemos que Ravel quería que hiciésemos, eso se descubre en la partitura. Creo que es el concierto para piano que tiene la orquesta mayor detrás. Hay instrumentos que casi nunca aparecen en conciertos de Mozart, de Beethoven...
Después de tantos años interpretando las mismas piezas, ¿sigue habiendo qué mejorar?
-Siempre hay algo que mejorar o cambiar. Las partituras se ven de una manera distinta que cuando uno tiene 20 años.
¿Cuando escucha actuaciones de hace años percibe esas diferencias?
-Me da mucho miedo oír interpretaciones mías de hace años porque creo que me va a parecer que no está nada bien. Pero cuando oigo algunas pienso que no están tan mal, que algo había hecho.
Tras más de 70 años tocando, ¿sigue poniéndose nervioso al subir al escenario?
-Claro. Es parte de la profesión. Alguna vez me ha preguntado algún joven pianista qué hago para quitarme los nervios. No hago nada. Lo único que hay que hacer es contar con ellos y amarlos. Son parte de la profesión.
¿El público ha cambiado en todo este tiempo?
-Nunca sé si es el público o soy yo. A veces pienso: ¡Este público qué frío es! Pero será que yo no he tocado todo lo bien que tenía que tocar.
Además de ofrecer conciertos, sigue dando clases en la Southern Methodist University de Dallas. ¿Hasta cuándo?
-¡También hasta que la muerte nos separe! No sé hasta cuándo. Dar clases es distinto que dar conciertos, pero las dos cosas son maravillosas. Tengo alumnos de mucho talento: cuanto más talento tienen, más creo que les puedo dar, más pueden sacar de mí. Del centenar de alumnos que pasaron por mi mano, 98 viven de la música. El 99 era muy inteligente e ideó un programa para computadoras y ahora es millonario.