Desde el inicio de la crisis de la cultura pública allá en 2008 -crisis que, claramente, es “hija” de la económica- la cultura se ha atrincherado en los espacios privados habilitados por, en la mayoría de las ocasiones, los propios creadores. De ese modo hemos visto brotar multitud de locales conectados con el teatro, la danza, el audiovisual, la música y las artes visuales. Con una política de subsistencia próxima al “sin ánimo de lucro” -por no llamarla “mera supervivencia”- estos fuertes han permitido que el corazón cultural siga latiendo en nuestras comunidades. Fuertes que se financian diversificando sus fuentes de ingresos: tirando de las exiguas ayudas públicas pensadas para que estos nuevos nichos creativos, a través de las cuotas de sus socios, o tirando del socorrido - y ya manido- micromecenazgo. Tampoco se les caen los anillos vendiendo mercadotecnia, entradas y bonos -si son artes vivas-, o improvisando un remedo de bar. Mientras, el dinero público se invierte fundamentalmente en eventos mediáticos, multitudinarios, fácilmente digeribles por la población y casados con la gastronomía, el mercadeo o el espectáculo. Por lo que podríamos afirmar que la ciudadanía con inquietudes que busca una cultura de calidad y no de cantidad debería acudir sin dilación a estas pequeñas islas culturales.
En Gasteiz, contamos ya con una nutrida red de espacios culturales -llamémosles- alternativos o autogestionados. Incluso un periodista local se ha preocupado de recopilarlos -en formato guía- catalogando setenta y cuatro locales en los que se produce o difunde cultura. Aunque, si somos sinceros, buena parte de ellos son espacios dedicados a la hostelería o al comercio. Espacios en los que el empresario al timón despliega una programación cultural. Opción digna de encomio. Pero se hubiera agradecido una guía más rigurosa. Pues no se puede empaquetar bajo el mismo sello, por ejemplo, a un bar en el que se programan conciertos los sábados a la noche que a un espacio cultural que apuesta por presentar propuestas no comerciales o experimentales. En ese sentido, esta guía más que esclarecer, enturbia. Confunde al ciudadano. Pero no deja de ser un avance pues pone el foco en una nueva realidad: la cultura fluye en las calles. Aunque, y eso hay que decirlo, en estado precario.
Ayer mismo podíamos asistir a la inauguración de la exposición Lapis del veterano fotógrafo César San Millán. Una exposición que podemos visitar estos días en el espacio autogestionado Zas Kultur. Y una exposición que patentiza una triste realidad: que ciertos espacios alternativos están asumiendo en nuestra ciudad la función de mostrar trabajos de calidad pues vivimos en una ciudad en la que no existen galerías de arte contemporáneo que realicen ya esa función. En ese sentido, no conozco ninguna ciudad española -aparte de la nuestra- que no disponga de una galería de arte contemporáneo en la que se pueda mostrar y vender obra de interés.