Muchos lamentaron la huida de Jason Isbell de Drive-By Truckers, una de las mejores bandas estadounidenses de las últimas décadas, hace justo ahora diez años. ¡Bendita decisión! A la carrera impecable del grupo, como demuestra su último American Band, se ha sumado el trabajo en solitario de Isbell, que se corona este verano con The Nashville Sound (Southeastern/Popstock), un disco sobresaliente enfangados en las raíces pero que refleja a su autor en 2017, tanto personal como social y políticamente.

A ver... Isbell es ya, por derecho, uno de los compositores y músicos más importantes de su generación. A su carrera excelsa junto a los Truckers, como prueban gemas como Decoration Day y The Dirty South, hay que ir sumando canciones de su carrera en solitario de la capacidad emotiva de 24 frames, Cover me up o el blues Hurricanes and hand grenades, grabadas con y sin The 400 Unit.

Compositor, guitarrista y cantante, Isbell firma ahora junto al grupo The Nashville Sessions, un disco que toma el relevo a Something more than free (2015), que ganó dos premios Grammy y otro par de la Americana Music Association, entre ellos al de mejor disco. El nuevo álbum del estadounidense se grabó en el legendario RCA Studio de Nashville, y suena tan profundo y brutalmente honesto en la lírica como elocuente en lo musical.

Jason, que en su discografía ha grabado versiones de Springsteen y Van Morrison, se apoya en Derry deBorja (teclados), Chad Gamble (batería), Jimbo Hart (bajo), Amanda Shires (violín) y Sadler Vaden (guitarra) en estas diez canciones, donde cada músico toca solo lo justo un repertorio con las raíces bien asentadas en la tradición del folk, el bluegrass, el rock, el honky tonk, el country...

Ciñiéndose a un medido equilibrio entre electricidad y tempos lentos y acústicos, emociona especialmente con estos últimos y, especialmente, con la doliente Chaos and clothes (“los amantes dejan caos y ropa tirada en esquinas a los que difícilmente vas”), una canción sobre la ruptura de una pareja en solidaridad con su amigo Ryan Adams (“dijiste que el amor es el infierno”, recuerda en alusión a uno de sus discos).

Pero no es la única balada o medio tiempo estremecedor. En ese tempo lento y acústico sobresalen también la declaración de amor If we were vampires (“es sabido que esto no puede durar siempre...”, canta, en un emocionante dúo con la violinista); la bellísima Tupelo, donde defiende la esperanza para huir de los problemas diarios (“si salgo de este agujero me iré a Tupelo, allí vive una chica que me tratará bien”); y el cierre del disco con la frescura campera de Someone to love (“tener alguien a quien amar te hará bien”), dedicada a su hija.

política y madurez Isbell, que canta ser “un hombre con suerte”, desgrana en estas últimas y magníficas canciones toda su ira y su escepticismo ante el mundo contemporáneo. En Last of my kind le canta a la nostalgia por el pasado, a su padre, al mundo rural en el que creció y a la incertidumbre ante los cambios al entonar: “el mundo es una solitaria y descolorida fotografía en mi mente”).

Y la cosa no queda ahí, ya que también hay espacio para cantar, “desde la ira y la desesperación”, contra las desigualdades y privilegios del hombre blanco en Estados Unidos en White man’s world; o sobre la desesperación de la clase trabajadora, centrada en la vida en la mina (“se traga toda tu vida”), en la eléctrica Cumberland Gap, similar en fiereza a Anxiety, centrada en la presión de la vida actual, y a la sureña Hope the highroad, donde Isbell (busca ser “un hombre de verdad” pero no sabe cómo lograrlo) suplica más esperanza para estos tiempos de crisis.