la improvisación es una de las partes más difíciles de cualquier disciplina artística. Se trata de algo no premeditado que fluye en el momento. Cuando se controla es un arma infalible que hace que un artista esté siempre listo para actuar. En el laboratorio de creación impartido por Mala Kline en Artium, esta coreógrafa, bailarina y escritora ha puesto a disposición de un grupo de bailarines profesionales las herramientas coreográficas y de improvisación que preparan el cuerpo para que realice el movimiento como algo libre y fluido.

Durante esta primera parte del taller, del 3 al 7 de julio, Kline se ha encargado de enseñar al grupo “cómo funciona la maquina”, para que adquieran esas habilidades que les da un mayor control sobre su organismo. Una vez asimilado esto, se elige un sueño de uno de los integrantes y “se abre, vemos las imágenes y los patrones que las conectan”, explica la coreógrafa. Esas imágenes se convierten en el guión que “nosotros ponemos en la máquina” y de esta forma surge la improvisación, continúa. Un baile que “a veces es muy concreto y otras muy abstracto” cuya base es un sueño real, apunta la eslovena. En la segunda parte que tendrá lugar del 13 al 17 de noviembre y culminará con una muestra pública el 19 de ese mes, la preparación se enfocará más a aspectos técnicos como la música o la sala, ya que, la representación final tampoco será planeada. “Nosotros conocemos la maquina, su funcionamiento, sabemos cómo construir imágenes, pero nunca sabemos lo que va a ocurrir”, puntualiza la directora, que también formará parte del elenco, y añade, “nos mantenemos en un estado de incertidumbre”.

El resto de protagonistas de este proyecto digno de Morfeo han sido un grupo de bailarines formado por Isaak Erdoiza, Koldo Arostegui, Laida Aldaz, Nelson Martínez y Zuriñe Benavente. Un “buen” equipo que la propia profesora ha elogiado. “Son bailarines muy profesionales, con los que el trabajo ha ido muy rápido y el nivel es muy alto”. Un conjunto de artistas “locales”, a excepción de Martínez, que es bogotano, que aboga por poder ejercer la pasión de la que han hecho su profesión, en Euskal Herria. En concreto, Laida Aldaz, reivindica que “hay que potenciar que los artistas locales tengamos la oportunidad de tener un espacio profesional para que no tengamos que irnos fuera”. La pamplonica lleva 17 años en el extranjero viviendo de su profesión y ahora le gustaría volver a casa. Por ello, iniciativas como ésta constituyen un paso adelante en la generación de una cultura local de la danza. Benavente, otra de las bailarinas, también “enamorada de esta tierra”, organizó este evento junto con Ignacio Monterrubio. Tras acudir a unos talleres en Bruselas con Kline, la donostiarra decidió invitarla a participar en esta iniciativa englobada en el programa del festival Bernaola y el proyecto Danzálava.

Por el momento, a este laboratorio le quedan los 5 días de noviembre por delante, pero para aquellos profesionales del sector que se hayan quedado con las ganas de participar. La abanderada de esta técnica que combina la improvisación con los sueños, pretende asentarse, tras 20 años viajando, y abrir un centro en el que se imparta esta disciplina. Un lugar apartado del bullicio de la ciudad, explica la coreógrafa, en el que los bailarines puedan quedarse el tiempo que quieran trabajando con “la naturaleza, el cuerpo y el sueño”. En definitiva, “es solo otro experimento”, apunta.