Vitoria - Tras un arranque de 2017 que ha estado marcado por la música para el Principal, el escenario de la calle San Prudencio se encuentra hoy por primera vez este año con el teatro dentro de la recién estrenada programación invierno-primavera. Para ello cuenta con el regreso a la capital alavesa de Josep María Flotats, uno de los nombres esenciales para la interpretación estatal. Junto a Arnau Puig, a quien también dirige, protagoniza esta coproducción del Lliure con Taller 75. Todavía quedan entradas a la venta -sobre todo en el anfiteatro segundo- pero tampoco hay que esperar hasta el último momento. Serlo o no, de Jean-Claude Grumberg, espera al público para, desde la ironía, reflexionar sobre la humanidad.

¿Qué es lo que tiene que tener un texto para que se decida a ponerlo en escena?

-Muy sencillo, que me impacte, que me emocione, que me atraiga, que me hable, que me interpele, que me enamore... Si lees un texto e inmediatamente te sientes implicado en él, sientes ganas de defenderlo. Tengo que sentir admiración hacia la persona que lo ha escrito, me tiene que parecer magnífico y sentir que ojalá lo hubiera escrito yo, así que decido hacerlo en voz alta sobre un escenario. El teatro es un magnífico medio para comunicarse con los demás, y transmitir pensamientos profundos, serios, al mismo tiempo que distracción y placer, y, por qué no, risa, pero siempre con un trasfondo, con un pensamiento inteligente y de gran talento, como es este caso.

¿Qué vio en ‘Serlo o no’, de Jean-Claude Grumberg, un autor al que le une una amistad y que hasta ahora no se había representado en el Estado?

-Y eso que en Francia y en muchos países es un autor muy reconocido. Ha escrito casi cuarenta obras de teatro y en París cada vez que se estrena uno de sus textos la gente va enseguida a verlo. Su estilo de escritura es siempre de comedia. Y él mismo se reivindica así, en el sentido de que quiere hacer reír y distraer, pero, como dice la crítica, es el autor cómico más trágico de su generación. Siempre trata temas muy serios, pero sabe hacerlo con ironía, humor e inteligencia, lo que le permite marcar la distancia necesaria para mantener la lucidez y para analizar. Provoca debate y reflexión, a la vez que permite distraerse.

El humor parece uno de los vehículos más inteligentes para transmitir ciertos temas.

-Seguramente. Y también para superar ciertas tragedias. Recuerdo cuando hice París 1940, que hablaba de las clases de Louis Jouvet en París durante la ocupación nazi. La secretaria de Jouvet, que fue deportada a Auschwitz y por suerte se salvó, escribió un libro en el que decía lo importante que es decirles a todos los que han pasado por algo así que hay que aprender a andar y a reír. Sobre todo la risa, nunca el odio. Que alguien que ha vivido una experiencia semejante sea capaz de decir algo así supone una gran lección de vida y de humanidad.

También Grumberg sabe bien de qué habla, no en vano perdió a parte de su familia en un lugar tan conocido, por desgracia, como Auschwitz.

-Sí, él nació en París, pero su padre y su abuelo fueron deportados y murieron en Auschwitz. Pero él trata ese tema de ser o no judío con retranca y con ese título de ‘para acabar con la cuestión judía’ de algún modo se refiere a la solución final de los nazis, pero con la intención de provocar para generar una reflexión. Su sentido del humor es continuo, habla de cosas serias, pero es que hasta en plena tragedia suceden cosas que provocan la risa, a veces nerviosa, pero risa al fin y al cabo. Y Grumberg no habla del pasado, sino del presente. La historia es aparentemente muy sencilla.

Dos vecinos se cruzan en una escalera, algo que nos pasa todos los días.

-Sí, son dos personas que no tienen nombre. Uno es el vecino de arriba, un hombre mayor y culto, al que interpreto yo, y el otro es el de abajo, el más joven y digamos que ni viajado ni leído, como diría Pla, que es Arnau Puig. En la primera escena apenas se saludan y luego, el joven para al mayor y educadamente le pregunta ‘¿es usted judío?’

Una pregunta aparentemente absurda.

-Sí, parece absurda. Mi personaje se queda perplejo ante la pregunta y el vecino le dice que ha visto en Internet que es judío. Y le contesto ‘si está en Internet, entonces sí, sí’. Ahí empieza ya ese humor, porque ojo, Internet no es palabra de dios ni mucho menos, también es manipulación. Atención con la desinformación voluntaria.

¿Qué tipo de diálogo establecen ellos a partir de ese momento? ¿Qué lugar ocupa el concepto de identidad en esa conversación?

-El tema principal es la libertad de uno y el respeto a la diferencia del otro. ¿Quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿qué nos ha formado?, ¿estamos de acuerdo con lo que nos han enseñado?, ¿somos libres?, ¿estamos suficientemente bien informados?, ¿tenemos un compromiso personal, moral, ético con los demás, con uno mismo? Todo esto va saliendo poco a poco. Mi personaje pide a su vecino que le respete aunque no piense ni sea como él, y seguro que hablando ambos se enriquecerán mutuamente.

¿La obra llega a alguna respuesta o trata precisamente de hacer esas preguntas?

-Hay alguna respuesta, pero de lo que mi personaje trata es de explicarle las cosas a su vecino, que es menos culto y se cree lo que sale en Internet y en la tele, donde a veces ha escuchado que todo lo que pasa es culpa de los judíos. Claro, cuando yo le digo que, además de judío, soy francés, igual que él, se lo toma a mal, se indigna, pero es así. El joven es francés y católico, y se sorprende cuando afirmo que soy judío, pero ateo. Entonces ya no entiende nada (ríe). El texto es diabólico, pero inteligentísimo. Agrupa todos los tópicos y los desmonta.

¿Estamos ante una comedia política?

-Claro, es una comedia política porque nos hace reír y nos hace reflexionar. También se puede decir que es teatro político, por supuesto.

Y en estos últimos meses extraños e intolerantes que estamos viviendo, este teatro parece más necesario que nunca.

-Claro. Estamos viviendo tiempos muy, muy duros en todo el mundo. El derecho a la diferencia y el respeto al diferente se está desvaneciendo en el planeta. Unos dicen que hay que rechazar a los que no son como ellos, y estos últimos reaccionan del mismo modo contra los primeros. Ya está, la guerra.

Vuelve al formato de dos actores que ponen en escena un ejercicio de dialéctica. Casi podríamos hablar de mayéutica, ya que un personaje más veterano y sabio va enseñando el camino al joven e ignorante.

-Sí, pero diría que esto es fruto del azar. Di con un texto que me emocionaba, con el que me identificaba y que quería defender y comunicar, y casualmente tiene dos personajes. Pero si Grumberg, cuyo pensamiento comparto, hubiese escrito una obra con cinco personajes, habría cinco. Aunque, hoy en día, con el 21% de IVA, cinco o seis personajes para mí, que no soy un productor al uso, sino que monto el texto porque me gusta, y realmente soy director y actor, serían demasiados desde el punto de vista financiero. Y si solo somos dos, todo es más funcional.

La complicidad con Arnau Puig será una de las claves del montaje, ¿no?

-Es fundamental. Y se ha dado. Arnau Puig es un actor joven que había hecho ya algunas cosas, pero no un personaje tan grande y de tanta responsabilidad y la acogida por todas partes ha sido fantástica. Y como yo le he dirigido, puedo decir que está muy bien (ríe).

¿Sigue manteniendo la misma pasión por el oficio que al principio?

-Totalmente. No tengo la sensación de que haya cambiado nada. Es que esto para mí es una pasión, no un trabajo. Si fuese rico, pagaría para poder hacerlo. Es maravilloso poder defender una literatura en la que uno cree, un compromiso moral, filosófico, ético a través de distintos personajes. Y poder estar encima de un escenario y ante un público que te hace el regalo de acudir. Es un sueño. Por eso hay que mimarlo. Hay que ganárselo, y para conservarlo hay que trabajar mucho.

¿Qué papel cree que artistas, creadores, intelectuales deben jugar en este mundo tan convulso en el que vivimos?

-El papel de esclarecer ideas, provocar debate y defender el respeto al diferente. Pero siempre hablando, nunca imponiendo ni usando las armas ni la pelea. No hay que cerrar puertas, sino abrirlas. Hay quien dice que el buenismo es malo, pero, ojo, la que es mala es la idiotez. La bondad, la generosidad y la atención al otro nunca han sido malas. Son la base de la convivencia. El vecino es distinto a mí, como yo tengo derecho a ser distinto al vecino. La cultura y la educación tienen que conseguir que la convivencia sea armónica y agradable. Todo esto parece difícil hoy. Nuestro mar Mediterráneo se llena cada día de cadáveres. Nuestro Mare Nostrum, nuestra cuna... ¿Y qué hace Europa? ¿Hablar de fronteras? Sé que económicamente no podemos con todo, pero no hay que olvidar que nosotros también hemos vivido éxodos y penurias... En fin, todo esto no tiene explicación.