Estos días, los medios se han hecho eco de unas declaraciones de Bill Gates, fundador de Microsoft y, según Forbes, el hombre más rico del mundo, en las que elogia vivamente la figura de Adolfo Suárez, el presidente de la Transición española. Gates destaca la capacidad de negociación y persuasión del expresidente Suárez, a quien sitúa al nivel de Charles de Gaulle, Nelson Mandela, Den Xiaoping o Mijail Gorbachov. El hombre más rico del planeta y el político español que gobernó el cambio tenían una cosa en común. Seguramente más, pero ésta llama la atención. Verán. En una ocasión en que un importante empresario español invitó a Gates a Madrid, se preocupó de organizar una cena digna de los participantes. Menos mal que a alguien se le ocurrió consultar con personas del entorno próximo a Gates, quienes disuadieron al español: “El señor Gates no cena más que una tortilla francesa”. Hubo su miajita de choteo en el reducido círculo en el que se conoció la anécdota.
Ya ven: dos de los personajes más importantes del último cuarto del siglo XX unidos por algo tan sencillo como una tortilla francesa, o a la francesa, como ustedes prefieran.
No diré yo que la tortilla francesa sea mi plato favorito, entre otras poderosas razones porque un gourmet no tiene ningún plato favorito; pero reconozco que me gusta, y que es casi de lo primero que nos acordamos en casa, cuando no tenemos demasiadas ganas de cenar: una tortillita francesa, de uno o dos huevos.
Pero bien hecha. Quiero decir: no esas cosas que llegan con franjas tostadas, con grietas, con rebabas... No. Una tortilla de forma perfecta, oblonga, sin prolongaciones laterales, de un color uniformemente amarillo limpio. Eso, por fuera. Por dentro, poco hecha, firme al tenedor y tierna al diente, húmeda, nunca seca. La sal justa. Y ya.
Eso es una tortilla francesa, y no lo que dice el Diccionario, que en estas cosas no da una: “tortilla hecha solo con huevo”.
Nadie sabe dónde ni cuándo nació. Normal. Suena a casualidad, o casi, y ahora explico el casi. Casualidad que a alguien se le cayeran unos huevos batidos en una superficie caliente y se cuajaran. Le pudo pasar a cualquiera... siempre que ese cualquiera, por la razón que fuera, hubiera procedido a batir juntas yemas y claras, lo que pudo ocurrir antes o después de que se le cayeran sobre la piedra caliente.
Segundo “casi”: diga lo que diga el Diccionario, una tortilla francesa tiene forma oblonga y se le dan una o dos dobleces sobre sí misma; esto ya requiere voluntariedad, porque las tortillas no se doblan motu proprio, hay que doblarlas, a golpe de muñeca cuando se tiene práctica, con espátula cuando su falta podría suponer un fallido número circense.
O sea, que pudo nacer en cualquier momento, en cualquier sitio. ¿En Persia? Por Persia pasaron las gallinas en su viaje de su Bengala natal a las costas mediterráneas. Pero, ya puestos, ¿por qué no en la propia Bengala?
a falta de patatas... Donde estoy seguro de que no ocurrió fue donde lo sitúa la enciclopedia más consultada: en Cádiz. Un ocurrente asegura que, durante el asedio de la Tacita de Plata por los franceses, las gaditanas, además de hacerse tirabuzones “con las bombas que tiran los fanfarrones”, se vieron obligadas a inventar la tortilla a la francesa... porque no tenían patatas.
Ninguno de los dos Pérez expertos en la vida cotidiana durante la guerra de la Independencia (Benito Pérez Galdós y Arturo Pérez Reverte) se hace eco de ello. Pero algo podría engañar al autor: entonces, y hasta principios del XX, una tortilla francesa podría ser parte de un menú, no algo individual, había que dividirla, de manera que, una vez servida, quedasen en la fuente las dos puntas. Y es que hasta las tortillas francesas tenían su lugar, que implicaba su propio protocolo, en los menús elegantes de la Belle Époque.
Conozco muchas cofradías gastronómicas. Soy miembro de unas cuantas. Pero, que yo sepa, no hay una cofradía de la tortilla francesa, una confrerie de l’omelette.
Con Gates y Suárez a su cabeza, sería, no lo duden, una de las más prestigiosas del mundo y de más difícil acceso, además, si se requiere tener algo en común con estas dos figuras, más allá de la afición a la tortilla francesa.