Que la cultura viaja en el vagón de cola de las prioridades de nuestra gobernanza, es un hecho palpable, respirable ya. Décadas atrás, se entendía que la cultura era nuestro norte, el cardinal pilar de nuestra sociedad, pues asumíamos que toda comunidad que se preciara se debía construir sobre un sustrato cultural de gran calado. Hasta la política se levantaba, otrora, sobre profundos cimientos culturales. Educación y cultura significaban por entonces mucho. Se pensaba que una persona cultura, formada, poseía un gran valor para ella misma y para sus semejantes. Los iletrados nuevos ricos tenían poco predicamento. “La cultura no se compra con dinero”, se decía.
El problema de invertir en culturizar a una sociedad es que los individuos que la conforman pueden llegar a pensar por cuenta propia siendo críticos con todo lo que les rodea. Por lo tanto la cultura, la buena cultura, nos posibilitaría elegir con buen criterio a nuestra gobernanza. Nos permitiría navegar entre el mar de confusos acontecimientos proyectando una travesía que nos llevase a mejor puerto. Sin miedos. Porque sólo lo desconocido nos provoca miedo. Por eso al conocimiento, al saber, se le llama cultura. Lo conocido nos ha llevado al mundo actual: uno injusto, desigual. Nos ha llevado a un callejón sin salida. Luego las mejoras tienen que llegar a través de lo desconocido: nuevas ideas, nuevas vías? Sólo una sociedad culta será capaz de apostar por lo desconocido.
En ese sentido a la clase política -sobre todo a la dirigente- no le conviene que seamos cultos. Le interesa fumigarnos con incultura: que sólo sepamos lo que ellos nos cuentan, nos transmiten, a través de los medios de comunicación que funcionan bajo su batuta. No quieren que seamos capaces de construir una mejor gobernanza porque en ese caso -quizá- no les votaríamos a ellos. Así que, obviamente, todo partido político que quiera gobernar en amplia mayoría tiene que imponer su hegemonía cultural. Su limitado e interesado enfoque sobre el mundo. Por eso apuestan por, desde la cultura, poner orejeras a la población. Como a los burros.
Recursos para culturizar hay, claramente. Tiempo atrás, más, pero los recortes del PP bajo la coartada de la crisis no se han revertido ahora que empiezan a gobernar otros partidos. Porque, parece ser, a ninguno de ellos le interesa una ciudadanía sapiente. Si fuera así, estarían reparando el mal causado.
Seguirá habiendo dinero para la cultura, sí. Pero para todo lo que empieza por f: fútbol, ferias, fiestas y festivales. Todo lo que provoque diversión y escapismo en la población, se seguirá apoyando.
La cultura pública cada vez es más pública -entendiendo pública como populista- y? menos cultura. Y así, el que quiera cultura sin aditivos ni edulcorantes tendrá que mirar fuera de la oferta institucional pública. El que quiera cultura de calidad -es decir: sin filtros- tendrá que acudir a los espacios autogestionados por la propia gente de la cultura y del arte.