Bilbao - José María Sanz, Loquillo, acaba de publicar otro gran disco de rock, Viento del este (Warner), con la ayuda de una banda sobresaliente y el arrope de siete compositores, de Leiva a Carlos Segarra, Gabriel Sopeña o el escritor Carlos Zanón. “He hecho el disco total del rock español”, asegura El Loco sobre un álbum que alude a la necesidad de regeneración desde su título.

Le ha costado cerrar este proyecto.

-Sí, tiene cinco años y surgió tras Balmoral, cuando vi unas fotos de mi barrio, El Clot, que se han convertido en la portada y contraportada. Empecé el trabajo al revés, por las imágenes, y luego busqué a la banda adecuada y a los autores idóneos. Eso sí, no he estado quieto y he grabado en ese periodo hasta tres discos más.

¿Qué le sugirieron esas imágenes?

-Es una mirada similar a la de El ritmo del garaje, mira más allá, hacia otro lado. Y el título viene del viento que regenera y mueve las cosas. A veces, mis portadas se refieren a cosas que ya no existen, como la de Balmoral o Cuero español, el bar y el parque de atracciones de Montjuic, respectivamente. Son imágenes crepusculares de lugares que han desaparecido y solo perviven en nuestra memoria.

Crepusculares a lo John Ford.

-Él solía decir que entre la realidad y la leyenda, mejor la leyenda.

Dice volver al ADN Loquillo. ¿A qué se refiere?

-Lo hice ya con el disco anterior, junto a Nu Niles, la antesala del actual, regresando a sonidos más orgánicos y trabajando el concepto de grupo.

Y con actitud rock, aunque en el disco haya muchos estilos.

-El lenguaje es el del rock. En 38 años puede cambiar el sonido pero la idea original sigue. Este es el disco total del rock español porque tiene tex-mex, country, rock, soul, r&blues a lo Stones, glam, folk-rock a The Byrds? Y hasta siete compositores, no es ninguna broma.

No está solo, no, aunque ya no toque con Trogloditas.

-Loquillo ha dejado de ser el nombre para ser un concepto en el que entra toda la gente que colabora conmigo, todos con carreras propias. Es absurdo poner ahora Loquillo y los tal o cual. Ese es un concepto adolescente y desfasado para alguien con 55 años.

¿Cómo trabaja con los colaboradores?

-Depende. Del escritor Carlos Zanón cogí el poema Rusty y lo hablé con el productor y guitarrista Mario Cobo, para llevarlo a la tradición soul de Los Pequeniques y Los Bravos. A veces, soy yo quien da las letras y ellos las musican, como el caso de Leiva en El final de los días. Si puedes contar con los mejores para cada canción? Aquí no hay egos (risas).

Muchos le asocian a usted con un ego desmesurado.

-Es que no conozco a ningún artista español que trabaje con tantos compositores. Una cosa es el ego mal digerido y otra saber gestionar el talento. Son cosas distintas.

Sigue hablando de rebeldía al cantar ‘la disidencia, el motor de mi existencia’.

-Es algo presente en toda mi discografía. Otra cosa es que no lo encuentres en otros artistas de mi generación pero el rock es lo que es. En este caso, el de un tipo con 38 años de trayectoria que sabe ofrecer trabajos interesantes al público. El ego es cuando un artista no se renueva y cree que todo lo que toca es bueno, sin autocrítica. En los últimos años he hecho una banda sonora, he musicado a un poeta, he trabajado con una banda de rockabilly y he rescatado las cintas de Sabino Méndez.

Hay una cierta mirada atrás en el disco pero también ancla los pies en el presente en varios temas.

-Bueno? acostumbro a hacer canciones atemporales pero sí hay algunas canciones certeras que han dado en la diana con lo que sucede a nuestro alrededor. No puedo quedar al margen de la realidad, siempre he estado ahí.

En una trayectoria ‘A tono bravo’, como el título de otro tema.

-Lo dicen los franceses sobre lo alto que hablamos aquí. Yo creo que es una cuestión de decisión.

Yo me refiero a que usted actúa a quemarropa.

-Claro. Al subirte a un escenario te juegas la vida, no sales a ganártela. Algunos rockeros españoles sí lo hacen y lo respeto, pero el escenario debe ser tu casa, no un sitio donde actúas. Yo actúo al bajar, el escenario soy yo.

Canta también ‘yo, como Unamuno, contra esto y aquello’.

-Uno es lo que defiende y en esa canción, A tono bravo, se reúnen muchos referentes culturales con los que he crecido, de Machado a Espronceda o las Cortes de Cádiz y el himno de Riego.

‘El mundo que conocimos’ habla en tono crítico de España y Europa.

-Soy de una generación a la que se le prometió un país excelente y seguimos con los mismos problemas de hace 35 años. Y de aquella Europa sin fronteras ni patrias, a la que defendí con Johan Cruyff en una campaña, mira lo que queda. Seguimos en el punto de partida.

Siguen saliendo críticas suyas contra la Barcelona y Cataluña actual.

-No voy a hablar ni una palabra más sobre eso. Soy músico y si hablo de esas cosas acaban en el titular. La mejor manera es no decir nada aunque hay medios que si no haces estas declaraciones no te sacan la entrevista.

El disco se cierra con ‘Acto de fe’. Son necesarios y a diario ¿no?

-El texto de Gabriel Sopeña (“el poder fue la peste, la mentira la ley, creer en la justicia es un acto de fe”) habla de lo único que nos queda en este momento de cruce de caminos y destinos. Vivimos el final real del siglo XX, no en el XXI. Es una época de confusión en la que seguirá habiendo espacio para el placer. Sin él no puede haber, alegría, paz, ni justicia (risas).

Treinta discos y tres millones de discos vendidos?

-Nadie en activo puede exhibir tales números. Es que me gusta este oficio y sé hacerlo. Y tengo disciplina y amor por el trabajo, como los grandes, como José Sacristán, Concha Velasco o Arturo Fernández. Suben al escenario todos los días a hacer su obra, lo que es un ejemplo de trabajo, dedicación y respeto al oficio. Otros prefieren estar en su casa de campo, con los pajaritos, pero el escenario es mi vida.