Transcurría apacible la conversación entre Cristina Cifuentes y Pablo Motos, en una pasada edición de El Hormiguero, cuando de pronto interrumpió el encuentro un avezado reportero que micrófono en ristre se dispuso a entrevistar al Príncipe de las Mareas opinativas, Eduardo Inda, que tomó la palabra y se hizo con el dominio de la pantalla en un ejercicio de pleitesía y adoración a la futura jefa mayor del Partido Popular, no se sabe si en Madrid solamente o en las Españas todas.

Y se puso Inda lameculos, chupalevitas y adorador postrado de Cristina, reina y madre, a la que recordó en sus años mozos como espléndida mujer de tronío y clase, y en el ejercicio enloquecido de verborrea sin límite, aceptó la chanza de Motos y se puso a bailar como un muñecote descoyuntado, como un títere mal manejado, que doblaba las corvas con torpeza manifiesta.

Y la actuación fue grotesca, innecesaria y fuera de lugar y la falta de sentido del ridículo en aciaga noche televisiva quedará en los anales del medio que repetirá una y mil veces la estúpida actuación de quien se cree el Príncipe de las Letras en el asunto de la opinión, donde destaca como alanceador de tirios y troyanos, a los que siempre termina amenazando con Venezuela, ETA o la madre que los parió.

Si era escaso el prestigio de este aprendiz de brujo, salteador de webs y gritón oficial de las mesas de debate, su actuación en la noche del miércoles habrá destrozado su imagen mediática, porque hay que tener escasa salsa y salero para hacerlo tan mal. Y eso, te pasa Inda por sobrao, métome en todo donde no te llaman. Eduardo Inda, bailongo, que lo tuyo no es el arte de Fred Astaire, aunque te lo creas, que seguro que te lo crees, porque cuando tú naciste, rompieron el molde y no hay modo de repetirlo, campeón, que eres un campeón, Pinocho de los platós y pistas de baile.