gasteiz - Hoy Alberto Schommer será recordado en los grandes medios de comunicación como el fotógrafo de la Transición, ese hombre espigado, serio y con aire introvertido, germánico en su apellido y su actitud, que fotografió a Felipe, a Carrillo, a Fraga, a Suárez y al mismísimo rey Juan Carlos. Sin embargo, si algo caracterizaba a Alberto Schommer es precisamente el hecho de haber sido un artista polifacético en su disciplina. Fotografió al rey, y a Warhol, a Cela, a Alberti, a Dalí, a Chillida, a Andrés Segovia, a la duquesa de Alba, a Ruiz Mateos, a Dámaso Alonso y a sí mismo con un Hamlet detrás, y por eso entre el gran público Schommer es sobre todo un retratista, pero era mucho más.

Alberto Schommer fue el hijo de Albrecht Schommer, un alemán, médico de profesión y aficionado a las cámaras, al que el destino llevó a la calle General Álava de Gasteiz, donde abrió un estudio de fotografía y crió a su hijo, vástago también de la oscura Vitoria de la guerra y la posguerra.

En aquella ciudad, el joven aspirante a pintor empezó a sacar fotografías sin tener ni idea de cómo funcionaba un obturador. Daba igual, en los nevados patios y calles de Gasteiz realizó sus primeras genialidades, retuvo los primeros gestos, atrapó el humo o la luz que se colaban por las ventanas de las fábricas y las casas, y desnudó las primeras almas, muchas veces en entornos borrosos y difusos (el obturador) que hoy día muchos fotógrafos artísticos tratan de evocar, ansiosos por hallar una espontaneidad que, casi siempre, cuanto más se busca más se esconde.

Poco aguantó Schommer en Vitoria. Fue a Alemania a formarse, trabajó en París con Balenciaga, protagonizó un fugaz regreso a casa y mediados de los sesenta se mudó a Madrid, abrió un estudio y se fue introduciendo en el mundo de la publicidad. Se integro en el grupo Orain de artistas alaveses y empezó a ser el Alberto Schommer al que hoy se honra.

Entonces, a principios de los setenta, llegó la eclosión del artista. El ABC le encargó sus Retratos Psicológicos, como ése en el que José Luis López Vázquez aparece enterrado en cintas de celuloide, o aquél en el que Santiago Bernabéu luce barriga, puro y mirada desafiante. Luego se murió Franco y Schommer vivió en primera persona todo lo que ocurrió, aunque fuera de cuadro, precisamente porque lo estaba fotografiando. El resultado fue una mezcla de humor, surrealismo y solemnidad que le consagró definitivamente.

Aquellos políticos se prestaron a ejercicios hoy impensables, ya fueran comunistas, fascistas reciclados, socialdemócratas o demócratas cristianos; y Schommer, juancarlista convencido, se convirtió en el fotógrafo oficial de aquella época.

Llegaron los ochenta y su proyección internacional, un prestigio transoceánico que le llevó a ser uno de los quince fotógrafos de todo el mundo invitados a los fastos celebrados en Japón con motivo del siglo y medio del arte de la fotografía, e inició las series Máscaras y Fermento. Con la llegada de la siguiente década se volcó en sus libros, que venía sacando a la luz desde el año 75, y que muestran al Schommer más polifacético. Lo mismo plasmaba en ellos los viajes de los reyes de España, que el mundo del flamenco o los toros, el interior de los museos, o el alma de Euskal Herria, Brasil, Shanghai, Nueva York, Sevilla, Libia, de la catedral de Santa María de Gasteiz o del metro. O sencillamente, dedica un libro a La Vida.

Su mujer, Mercedes, fue la gran colaboradora, la coautora de todos esos libros, y con ella trabajó mano a mano hasta que hace dos años falleció. Schommer tenía ya 85 años, era Premio Nacional de Fotografía y nunca había dejado de trabajar, pero con la marcha de su compañera parecía, y seguramente él mismo así lo pensaba, que a partir de ahí todo sería una rápida cuesta abajo hacia la muerte.

Sin embargo, el destino le auguraba una sorpresa, una guinda inigualable, el final perfecto para el guión de la vida de una persona que fue fotógrafo de profesión y pintor vocacional y frustrado. El Prado le invitó a exponer sus Máscaras junto a Velázquez, el maestro de la luz, el retratista que mantiene vivos en las salas del museo los rostros de cortesanos y bufones muertos hace cuatro siglos, y Schommer cerró el círculo de su vida. - T.D. / Foto: Efe