Fue uno de tantos críos de la posguerra española que soñaba con ser futbolista, pero acabó convertido en uno de los más influyentes e importantes escultores contemporáneos. Haber nacido en el seno de una familia sensitiva, musical, de arena y sal seguramente tuvo mucho que ver. “Mi padre era una persona muy inclinada al arte (...). Nos preparaba para que nos dispusiéramos a abrirnos con todos los sentidos a percibir y a observar todos los objetos que poblaban una habitación de la casa, nos dejaba encerrados en ella durante un tiempo y, al salir, teníamos que describir con detalles de color, tamaño y aspecto, aquellos que él nos fuese señalando. Y esto desde que nosotros éramos unos niños”. Son recuerdos de Eduardo Chillida, una figura referencial de la que estos días están aprendiendo cincuenta txikis de entre cuatro y once años de Vitoria. El acercamiento a un mundo físico y a la vez intangible que estimula la imaginación, canaliza emociones, ayuda a descubrir y crecer, exista o no el talento sobresaliente para la creación.

Las colonias de verano que ha organizado por primera vez la Escuela de Artes y Oficios tienen la culpa. Comenzaron el día 1 y terminarán mañana. Una semana en la que, a través de diferentes autores y disciplinas, los participantes habrán jugado a construir una ciudad donde el arte, las artes, sean una parte imprescindible de ella. “Estamos contentos con la respuesta. No sabíamos cómo iba a resultar por ser una iniciativa nueva, pero teníamos muchas ganas de dirigirnos a los más pequeños”, cuenta en un receso la directora del centro, Elisabeth Palacios. No hay estudio que no evidencie cómo cualquier ejercicio donde se anima a desarrollar una actitud creadora y transformadora, a reconocer la libertad de expresión y divertirse con ella, regala beneficios directos a los niños. Y en ésas están los chavales, descubriendo Vitoria y el arte, y Vitoria a través del arte, y el arte a través de Vitoria, gracias a unos talleres donde los profesores dan a conocer las figuras y técnicas tanto de Chillida como de Alberto Schommer, Fernando de Amárica y Samaniego e invitan a los participantes a emular algunas de sus obras. Escultura, fotografía, pintura... Distintas disciplinas con un objetivo común: abrir los ojos a ellas.

Cada jornada de las colonias empieza a las nueve de la mañana y se desliza con discreta velocidad hasta la una de la tarde. Los cincuenta niños están repartidos en cuatro grupos en función de sus edades: cuatro y cinco años, seis y siete, ocho y nueve, y diez y once. También las actividades están adaptadas de acuerdo a ese criterio. Se trata de que los conocimientos recibidos no les abrumen, sino que les alienten a querer saber más y a experimentar, tocando todos los palos. “Sin querer dar la chapa, queremos que conozcan a los artistas y que terminen con conceptos básicos adquiridos”, apuntilla Palacios. Y eso que ella misma reconoce que para próximas ediciones habrá alguna modificación que mejore los talleres y facilite alcanzar los objetivos. La Escuela de Artes y Oficios, como el mundo entero, también aprende sobre la marcha.

La parte práctica es especialmente bienvenida por los chavales. Del brazo de Chillida, se adentran en el mundo de la escultura realizando construcciones con materiales caseros. Los más pequeños utilizan tetrabrick reciclado, cortado antes por los profesores, que colorean y montan. Los mayores se animan a probar estructuras más complejas, con rotuladores y acrílicos. En el caso de Amárica, los participantes acabarán el curso reproduciendo dos de sus cuadros. Los txikis están dando forma a El puente de Frías, un lienzo-óleo de 1926 que refleja con delicadas y luminosas pinceladas el acueducto medieval de este pueblo de Burgos, mientras que los de más edad se han atrevido con un cuadro abstracto de este pintor gasteiztarra utilizando la técnica del collage.

Samaniego ha servido de excusa para, a través de una de sus obras, adentrase en el mundo de la papiroflexia. Y con Schommer, que tuvo la suerte de introducirse en la fotografía de mano de su padre, los chavales están descubriendo que existía el mundo antes de la llegada de la sociedad 2.0. Aquí no valen las cámaras digitales. Los profesores les enseñan, a través de los trabajos de este talento todavía vivo y con calle propia en el barrio de Adurza, la vieja técnica de captar imágenes y su revelado. “Se quedan pasmados, porque nunca hubieran imaginado que antes se hiciera así”, afirma Palacios. Y les gusta. Y sienten admiración. Y eso sí que es un gran goce.