Desde su diálogo artístico con José Luis Zumeta en el interior de Artium, no volvía a casa. Un paréntesis que se rompe ahora con una propuesta singular por varias razones. La primera porque Carmelo Ortiz de Elguea presenta Naturalezas vivas/Natura biziak en las salas Araba y Luis de Ajuria, dos espacios para un mismo proyecto, aunque, eso sí, el público sólo va a tener un mes para acercarse y dejarse atrapar. La segunda porque, como explica el propio autor nacido en Aretxabaleta, “aquí se encuentra el germen de lo que hago”, la relación con la naturaleza que conforma los cimientos de sus otras creaciones. Y la tercera porque, aunque parezca mentira teniendo en cuenta su trayectoria, es la primera vez que muestra cuadros realizados in situ aunque luego hayan sido terminados en el taller.

La lista de singularidades podría seguir puesto que cada pintura de Ortiz de Elguea es un mundo en sí mismo, pero es algo que queda ahora en manos del espectador, de un visitante al que el artista avisa: “son piezas asequibles” ya que, al fin y al cabo, “el fin de cualquier cuadro es que lo hagas tuyo” en todos los sentidos.

En este caso, el autor presenta medio centenar de propuestas que nacieron en puntos tan distintos como California, Malta, Canarias o, por supuesto, Euskal Herria. Paisajes atrapados e interpretados en el mismo lugar a lo largo de sesiones de unas tres horas para después rematar bajo el techo del taller. Lugares donde la forma, el color, lo intuido y lo reflejado se transforman bajo el prisma de un hombre que se siente en plenitud frente a ellos. “Hace 35 años, cuando estaba metido en la abstracción y me complicaba, me acordaba de lo bien que me lo pasaba de niño, cuando en Aretxabaleta salía al campo a pintar; es un ejercicio que recuperé y que sigo ejercitando porque para mí es una gozada; estos cuadros son la base de lo que luego hago en el estudio, son la base del resto de mi trabajo, son piezas en las que la naturaleza me da lo suyo y yo le aporto lo mío”, explica sobre unas obras realizadas a partir de paisajes “que me atrapan, que me tocan dentro”.

Este medio centenar largo de pinturas devuelven así a Ortiz de Elguea a su ciudad después de haber expuesto desde su visita a Artium en museos y salas de este y del otro lado del Atlántico, un camino que él sigue recorriendo con la seguridad del reconocimiento conseguido aunque la situación actual de la pintura en particular y de la cultura en general sea “horrorosa”. “Por eso a muchos creadores les pasa como a mí con estos cuadros, que tenemos demasiada obra en casa”, recuerda.

Siempre “muy crítico conmigo mismo”, el autor reconoce que hoy el mundo del arte ha perdido cierta auto-exigencia. “Estamos los que pintamos y luego están los que pintan para el mundo de las finanzas; es distinto”. Algunos “van a lo más fácil”, a hacer “cosas como el perrito del Guggenheim”, piezas que “tienen que ver muy poco con el arte”, una situación a la que tampoco ayudan unos museos que sufren de recortes o no ven más allá del capital.