madrid - Para quien ha seguido la carrera literaria de Belén Gopegui, La escala de los mapas es casi un espejismo. Aquella perla primigenia enganchó a los editores (1993, Anagrama) y a miles de lectores y de lectoras, que en lo sucesivo se entregaron a la prosa poderosa de la escritora madrileña. Las más de las veces, su narrativa ha estado al servicio de la denuncia social, de las personas desamparadas o desnortadas, peones de un sistema que fabrica peones y los distribuye en productivos o no productivos, para luego devorarlos como si fueran golosinas. En su último esfuerzo, El comité de la noche, Gopegui vuelve a trillar campos yermos en busca de la semilla de la esperanza, y, de paso, señala el camino a seguir: la indocilidad, la suma de fuerzas, la rebeldía, la insurrección. Incómoda y crítica con el sistema capitalista, la escritora detecta los males que nos aquejan e invita al compromiso.
‘El comité de la noche’ es una novela, pero diría que esconde un manifiesto político. ¿Por qué ha elegido la novela y no el ensayo para lanzar esas proclamas?
-Sobre todo la primera parte tiene un cierto tono de manifiesto, pero la ficción es otra manera distinta de contar cosas. Tiene un efecto diferente. La ficción te hace imaginar y las realidades imaginadas se quedan en la memoria de una forma distinta a las realidades pensadas.
Se advierte intención política en esa primera parte, cierta voluntad de querer incidir en el lector. Intuyo que cree en la literatura como instrumento para influir en el otro. “Leer para armarse”, escribe usted.
-Quiero creer que puede ser un arma válida. Admitimos que Hollywood nos ha ido educando en muchos aspectos -en ideas que muchas veces rechazamos- a través de sus películas. Si se ha producido eso, podemos pensar también que mediante la literatura se puede educar a la gente en otros aspectos. Eso sí, no es lo mismo una industria volcada en transmitir el sueño americano que unos cuantos libros solitarios. El efecto es menor, pero a mí me gustaba la frase que Woody Guthrie tenía escrita en su instrumento: Esta guitarra mata fascistas. Tener la palabra pública es como tener una pequeña arma a pequeña escala.
En la primera parte del libro, donde aparece Álex, la atmósfera que se respira es la del fracaso, aunque tras leer la novela no es esa la sensación que queda. ¿Usted no es partidaria de la narrativa del fracaso?
-Me revelo contra la narrativa del fracaso, porque pienso que no es equilibrada. Porque siempre se habla de fracasados con encanto, por así decirlo, porque hay muchos fracasados y fracasadas sin encanto y nadie habla de ellos ni de ellas. Toda narración tiene un propósito, y el propósito de contar la historia de un fracasado con encanto es como decir que vale la pena fracasar. Y cuando nos estamos jugando defender cosas como la sanidad pública, más nos vale no fracasar.
En la novela se subraya el compromiso, también el sacrificio...
-La palabra sacrificio es dura y puede resultar exagerada. Entiendo que nadie quiera reivindicar el heroísmo, y nadie te lo puede imponer, pero muchos de los derechos de los que disfrutamos se han conseguido con mucho sacrificio. No olvidemos eso.
La novela arranca con el relato de una sola persona, pero los otros están muy presentes, también en ella. “Nos quieren en soledad, nos tendrán en común”.
-La frase me gustó. Está tomada de un manifiesto que se hizo en el Patio Maravillas, un local ocupado en Madrid. Después, Nacho Vega la metió en una canción. El capitalismo se agarra como una lapa al yo y creo que es bueno preguntarse por la propia identidad de uno, porque se pone en cuestión ese yo construido en un sistema determinado.
Conclusión, ¿mejor en grupo?
-Una frase de Raymond Williams dice que la comunicación es convertir lo singular en una experiencia común. Algo muy obvio, pero que sin embargo no lo tenemos en cuenta. Y muchas veces parece que es al revés: voy a convertir lo común en singular.
En el libro se sugiere que trabajar juntos es incluso más importante que tener razón. Intrigante.
-La frase está tomada del debate que mantienen los personajes sobre una película donde ocurre eso: la protagonista se da cuenta de que ella tiene la razón, pero si la impone al final se van a dividir. Eso no significa que renuncie a su idea, pero hay que tener razón en el momento oportuno. La razón en soledad no ayuda a construir: hay que esperar a que esa razón sea común.
Es verdad que hay unos principios colectivos, pero también hay unas urgencias individuales. Eso también se remarca en la novela, porque uno de los personajes cede a un chantaje y coopera con ‘el sistema’...
-Hay que enfrentarse a quien te obliga a aceptar el chantaje. Estamos acostumbrados a ceder ante todo, y muchas veces no somos conscientes. Nos imponen cosas que nos parecen naturales, y luego no nos parece natural, por ejemplo, que nos digan que tenemos que quedarnos una hora más en una reunión. El capitalismo plantea que el fin de una sociedad es la rentabilidad, pero no puedes dividir a las personas en productivas y no productivas.
¿Vivimos la zozobra del sistema capitalista o se está reinventando?
-El capitalismo va muy rápido y aunque pensamos que se viene abajo, tiene mucha práctica para reinventarse y, sobre todo, tiene mucha fuerza acumulada. Una de las formas que tiene el capitalismo de regenerarse es produciendo necesidades: crea la oferta y la demanda. El consumismo es una utopía muy fácil, es como el sueño de lo ilimitado, lo podemos tocar con la punta de los dedos, aunque luego se vuelve contra ti, a largo plazo... Hay una posibilidad de cambiar el sistema, pero es complicada: tengo confianza en la lucha internacionalista.
De ahí que haya querido situar la novela en dos países distintos.
-El capitalismo se ha globalizado pero también se tendría que globalizar la ofensiva, por decirlo de alguna manera. Por ejemplo, a mí me parece que ahora deberían organizarse manifestaciones en Alemania en apoyo a Grecia. No puede ser eso de que cada uno deba resolver sus cosas en casa, sin apoyo de nadie.
Las opciones son someterse o enfrentarse, pero usted apunta también al verbo ‘mudar’.
-Hay otro tipo de estrategias que pasan por la imagen de la mutación, es decir, convertirte en otra cosa para poder actuar contra el sistema.
Podemos podría estar en sintonía con las tesis que sugiere esta novela. Abogan por cambiar las reglas de juego, aunque en las últimas semanas han dado síntomas de arrastrar viejos males... ¿Cree que serán capaces de volcar el sistema?
-En la medida en que salen de un poder electoral, es poca garantía, poco poder para ser distinto. Lo que hay es el espacio que les dejan.
O el que pueden ganar.
-El juego electoral es el margen que te deja la democracia capitalista.
¿No hay margen para difundir ideas, para divulgar mensajes?
-Hay poco margen, porque estás en un terreno de juego marcado. Creo que habría que fijar un nuevo terreno. ¿Si ganan las elecciones podrán fijarlo? No lo sé, pero hace falta más poder que el electoral. La democracia, tal y como la conocemos, solo puede ser capitalista. Aún no hemos conocido una democracia socialista.
¿Otro poder, como cual?
-Aquí lo habéis tenido: organizaciones de barrio muy sólidas, de trabajadores y trabajadoras.
¿Pero vivimos un pequeño despertar de la sociedad?
-Mucha gente ha cambiado de chip, aunque desde mi punto de vista no la cantidad suficiente de personas se han dado cuenta de lo que está pasando. Todavía hay mucha gente que repite el mensaje de siempre: es lo que hay, contra eso no se puede hacer nada...
Se asume un mensaje que se escucha ya: O nosotros o el caos, o esto o Cuba,... ¿No hay término medio?
-Claro, pero yo discuto esa autoridad para imponerme lo uno o lo otro. Y es verdad que Cuba tiene muchos problemas, pero son pocos y están rodeados por países capitalistas. Además, si no hubieran elegido su destino, esos países estarían más cerca de ser Guatemala que de ser como nosotros.
En la novela choca también el tratamiento de género. Usted habla de ‘madres’ para referirse a la madre y al padre.
-Eso llama mucho la atención, pero a mí me pasa al revés, me choca que se firmen manifiestos donde dice que nosotros vamos a hacer esto, nosotros vamos a hacer lo otro... Me cuesta verme en ese nosotros. Si solo hubiera un solo genérico que designara a padres y madres bien, pero no lo hay. Ya sé que a veces la reiteración cuesta, pero también la omisión cuesta y tiene un precio. Te están excluyendo. Móviles, redes sociales... Los presenta casi-casi como analgésicos contra la soledad.
-Hay gente que no tiene otra salida. Y hay muchas personas que utilizan las redes sociales y los móviles para conectarse con otras personas. Eso me parece positivo.
Y reniega del ahora...
-En parte. El pasado nos hace, vivimos para lo que soñamos y vivimos también en la extensión; el yo no termina en uno mismo, el yo se hace con las relaciones.