En la época dorada de las grandes revistas fotográficas, cuando publicar en Life era semejante a ser reconocido por el MOMA o a ganar un Pulitzer, circulaba una leyenda sobre el proceso de selección de su redactor jefe. Según la misma, el ritual se repetía de manera sistemática. Todos los días, un desfile de reporteros pedían audiencia y acudían prestos con sus mejores trabajos. Eran instantáneas provenientes de las zonas calientes, de los epicentros exóticos y distantes, de los más castigados por la violencia el hambre o la muerte. Cuando los aspirantes terminaban de mostrar sus imágenes, el responsable de su contratación les pedía fotos de su lugar de origen, de su pequeño pueblo. Entonces descubrían que la suerte de su contratación se decidiría por su capacidad de captar emoción y de ver (el) interés, no en el ojo del huracán sino allí donde lo cotidiano exige ver y mirar para captar la comprensión y la atención de los demás.
A diferencia del cine apocalíptico de acción y vacío que preside las carteleras de todo el mundo, el cine escandinavo, fiel a una tradición que hunde sus cimientos en el alma de Dreyer y el cuerpo de Bergman, construye sus relatos sobre pequeñas cuestiones domésticas. Allí, en los secretos de matrimonios de alta educación y ningún sobresalto, daneses, suecos y noruegos logran fundir el hierro a costa de frotar y frotar lo cotidiano.
Fuerza mayor responde fielmente a este ADN que no necesita hipérboles para mostrar honduras y que no trama argumentos imposibles para visibilizar las sombras de la mente y palpar los desgarros de la (con)vivencia. Ruben Östlund, un director que conoce bien la naturaleza nevada porque antes de hacer esta película de cámara e introspección se había dedicado a fotografiar las montañas más bellas del mundo, disecciona a la familia contemporánea.
A una estación alpina, en la Francia del turismo de lujo, una familia arquetípica decide disfrutar de la figura paterna. Madre, hija e hijo desean convivir con un patriarca apegado a un móvil, un macho alfa paradigma del triunfador profesional de nuestro tiempo. Una avalancha de nieve y una reacción insospechada, pone el sistema de valores patas arriba y deja al hombre en el mayor de los ridículos. Lo que viene a continuación sorprende por la excelente caligrafía y por su hábil capacidad para desnudar algunos de los dilemas de nuestro tiempo. No solo nos enfrentamos a un nuevo episodio de la guerra de sexos, sino de generaciones e incluso de clases. Una deconstrucción de la familia en la que el símbolo de la ley y la fuerza se ve sometido a un tercer grado.
Con un ritual bellamente calculado, con una fotografía que no desperdicia el contexto, con planos de sereno equilibrio para compensar el desequilibrio vital de sus protagonistas, Ruben Östlund levanta un testimonio demoledor rico en matices, lleno de simetrías y ritmos internos. Pequeños e imperceptibles misterios amplifican una tormenta de silencio que romperá en llanto y representación. Así son los suecos. Curan el dolor emocional a golpe de psicoanálisis y teatro. En este caso, con un excelente filme.