el último fenómeno mediático se llama Gran Hermano VIP y es remedo afortunado del original cargado de famosos, famosetes, famosillos, manejados por los intereses de la cadena con la participación del público que interviene a través de llamadas, cuya cuantía y porcentajes se desconoce y, así eliminar progresivamente a los encerrados concursantes. La teoría conspirativa del programa defendía que todo estaba amañado para que a la final llegasen dos pesos pesados del rollo, Belén Esteban y Víctor Sandoval, y que ambos estaban protegidos por el Gran Hermano que manejaría los hilos para producir este encuentro supremo y estelar. Pero algo descontrolado ha debido de ocurrir en Guadalix para que Víctor Sandoval, egregio actor de sentimientos y pasiones humanas, haya provocado la ira del público que le ha puesto de patitas en la calle y ha desbaratado el ranking de los participantes que comanda la princesa del pueblo, que últimamente no hace más que llorar y llorar en un espectáculo grotesco que ya resulta cansino de tanto repetirse. La expulsión de Víctor cercena el elenco de actores y obliga a descubrir valor oculto, tipo Coman, Lancho o Aguasantas de mi corazón. Tal y como se han manifestado hasta el momento, los concursantes restantes tienen poco perfil para mantener el interés y audiencia millonaria y la productora tendrá que dinamizar el guión para que no decaiga y se mantenga el éxito del reality que en tiempos fue definido enfáticamente como experimento sociológico. No me puedo creer que el patrón Vasile haya dejado escapar al mejor actor del circo fraterno que garantizaba éxito en el serial, sin más ni más. Los responsables del producto terminarán dándole la vuelta a la situación y una batalla entre el vascoafricano y la madrileña no es descartable, que no hay que olvidar que esto es Gran Hermano y estos dos sacan de quicio al sursum corda.