Un diseñador se baja una foto de Internet, dibuja encima de ella, la utiliza como base de un cartel, se presenta a un concurso para anunciar las fiestas de una ciudad y gana el certamen. Una literata escribe una novela partiendo de un trabajo previo de otro escritor, utilizando para ello fragmentos de dicho escrito, edita la novela y gana un buen dinero con ella. En ambos casos un creador se está apropiando del trabajo de otro artista para utilizarlo en su propia obra. Estamos hablando de plagio, copia, apropiación indebida. La ley lo reconoce como delito. Pero claro, hay que demostrar que el calco se da. Una pequeña variación en una obra la convierte en otra cosa. Valorar que es original y que es copia, muchas veces es muy complicado. Inspirarse en algo, no es lo mismo que fusilarlo. ¿Pero dónde está el límite?
En arte, se habla de apropiacionismo para referirse a un movimiento artístico que se desarrolla en los años 70 y 80, teniendo su foco en New York. Los artistas apropiacionistas, por tanto, integran en sus obras elementos de otras ajenas. Pero creando un trabajo nuevo pues su significado, su narrativa, el sentido de este es otro. Pero dejando aparte este movimiento, a lo largo de la Historia del arte nos encontramos con numerosos casos de apropiación. Verbigracia, George Braque, el otro padre del cubismo, también usó a principios del siglo XX objetos no artísticos -como recortes de periódicos, por ejemplo- para crear sus trabajos. O el artista Marcel Duchamp que en 1919 dibujó unos bigotes y una perilla sobre una Mona Lisa. A esta Gioconda travestida le puso como título LHOOQ. Que traducido del francés de la época significa “ella tiene el culo caliente”. Pero claro, no es lo mismo apropiarse de una obra delibera y descaradamente, jugando con la ironía, reconociendo el hurto, dándole otro sentido, que copiar algo sin mostrar la fuente, si pedir permiso al autor, para hacer negocio con ello.
¿O sí? Porque la realidad es que ya desde niños copiamos sin parar. ¿Cómo aprender algo sin copiar? Aprendemos a hablar copiando las palabras que oímos. Aprendemos a manejar herramientas, incluso nuestro propio cuerpo, imitando los gestos de otras personas. Todo lo aprendemos copiando. En el colegio, en el instituto, en la universidad muchos piratean trabajos de los compañeros. Pero claro, la cuestión es que no te pillen?
A diario las personas contamos cosas que parecen salir de nuestra cabeza, pero la mayoría de las veces lo que transmitimos a otros son ideas que hemos leído en la prensa, que hemos visto en la televisión. Hablamos por boca de otros. Nos apropiamos continuamente de ideas ajenas pensando que son nuestras. “Todo está ya escrito”, dice el dicho.
¿O no? Si el hombre no tuviera la capacidad de generar nuevas ideas seguiría viviendo en cuevas cubierto de pieles. Todos podemos aportar algo de nuevo cuño. Aunque sea una molécula de pensamiento. Pero algo, al fin y al cabo. Y eso se le llama crear.