Aprovechando el hueco dejado por la competencia en la noche de los lunes, ni T5 ni A3 programan productos de pelea, los gestores de la tele pública española han colocado el primer capítulo de la entrega "El pueblo más divertido" en un empeño por rememorar viejos fastos de aquel Gran Prix de verano que estuvo catorce temporadas en antena de la mano de Ramón García y Bertín Osborne. En la presente ocasión, han colocado a Mariló Montero en tareas de presentación, apuntalada por Millán Salcedo, que se las ve y desea para que la navarra responda ágil y con acierto a las provocaciones humorísticas del afamado cómico, que muy mal debe de estar la cosa del trabajo, para que se haya embarcado en un concurso añorante de los fastos televisivos del franquismo. La dinámica de pueblo contra pueblo, en busca de una pasta para mejorar aspectos que el ayuntamiento no puede atender con las actuales disponibilidades presupuestarias es vieja como la tele misma y así vimos el pasado lunes cómo Caspe disputaba el cetro humorístico a Alcubillas, que otra cosa no sé pero geografía aprenderemos a raudales.

Se trata de demostrar quién es más gracioso, quién tiene más chispa, qué pueblo hace cosas con humor y gracia, como por ejemplo la carrera en calzoncillos que los de Caspe exhibieron como muestra suprema de cachondeo de la mano de Manolito Royo, maestro de ceremonias de su pueblo frente a Ana Morgade que preguntábase una y mil veces quién le había metido en semejante embolado.

Un programa con estética de hoy pero casposillo y cutre en su esencia y dinámica que casi nos lleva al 1,2,3 de Ibáñez Serrador; es como un salto en el tiempo, como prueba evidente de que el país cambia poco y en el fondo todos somos de pueblo y el programa se desliza sobre carriles reconocidos y elementales. Recursos ya sabidos que buscan carcajadas, risas, risotas, que resultan en la mayoría de las ocasiones desaboridas y sinsorgas.