uno de los momentos clave de la vida de un programa es el de la programación en la parrilla de continuidad, cuando se pone a competir con media docena de cadenas que buscan el dato de audiencia, el share del tramo horario, es decir la aceptación mayoritaria del público manejando el instrumento de zapear, premiar o castigar. En tiempo pasados de la historia de las teles, públicas y privadas, se produjo un fenómeno mareante que se llamaba contraprogramación y consistía en variar la programación en función de lo que programasen los competidores y ello provocaba caos y desorientación en los consumidores y fue objeto de disposición administrativa que corrigió los excesos de tal situación. El lunes vivimos una situación absurda con dos cadenas, T5 y A3 peleándose por la gloria de la audiencia nocturna que tuvo que elegir entre la comedieta de Mediaset, B&B y la truculencia narrativa de los de Lara con Velvet. Quienes tuvieron la genial idea de poner a competir dos productos tan dispares, acabaron de coronarse de gloria porque descubrieron que el éxito estaba en asar la manteca; a quién se le ocurrió poner un producto frente a otro, cuando estaba cantado que por actores, empaque y tensión argumental, lo de T5 era una banalidad y lo de Atresmedia un bombón serial y en la primera ocasión pasó de cuatro millones de espectadores, espectacular porcentaje de audiencia (25%). Error máximo de los programadores de Vasile que pusieron en el ring a pesos plumas (Gonzalo de Castro, Belén Rueda y Carlos Iglesias) frente a pesos pesados (Sacristán, Millán, Sánchez Gijón y el duque). Como dijo una vez un ministro socialista de la Policía con ingenio cazurro, los inventos maravillosos hacerlos con gaseosa, por si acaso. El baile del zapping puede ser letal para una de las ofertas y el lunes castigó a T5 por asar la manteca.