una de las preocupaciones más acuciantes de los gestores de las empresas radiofónicas en los últimos treinta años ha sido la de encontrar una fórmula de retroalimentación de los mensajes por parte de los oyentes, proceso necesario para garantizar el éxito de un programa de radio. Abrir la radio a los oyentes es una constante, que con mayor o menor éxito se da actualmente en los programas de largo aliento que buscan la conexión caliente con la audiencia mediante teléfono o móvil; que permite ampliar las posibilidades de conexión con la estación preferida. La necesidad de establecer una comunión directa y próxima con el oyente ha desarrollado diversas fórmulas que les permiten entrar en la narración del programa y aportar al mismo visiones, versiones, ángulos de opinión o incluso información que enriquecen el discurso principal del programa. La presencia del oyente en la antena se considera como una aportación moderna a la construcción de todo programa de radio que se precie. No siempre se da una dinámica de aportación y enriquecimiento del relato, y un ejemplo claro lo tenemos en el programa mañanero de RNE y su espacio El Muro de los oyentes, en el que los tales pueden disponer de un tiempo limitado para exponer su visión, opinión o valoración de las cosas, desde la sentencia del tribunal de Estrasburgo hasta la fluidez del crédito en el actual sistema financiero y todo ello aderezado de adjetivaciones, exaltaciones varias y disparates léxicos de distinta magnitud. Y todo para meter ruido, hacer de la radio el diván del psicoanalista y dar rienda suelta a los negros humores del ciudadano apaleado y asqueado de una realidad que le da escasas satisfacciones. Mucho ruido, mucha mala leche y poca contribución a la sensatez y equilibrio. Los micrófonos agitan al personal en el circo mediático del momento presente.
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