Lejanos quedan los días en los que J. M. Otermin, Jefe de Programas de Euskal Telebista, presentase al director de ETB, Amatiño, el currículum de Anne Igartiburu, entonces perdida en las oficinas de Arrasate Telebista, y comenzase una fulgurante carrera basada en su espectacular y telegénica figura que fue ocupando platós, programas y modalidades distintas, desde concursos a retransmisiones de campanadas de fin de año, desde espacios del corazón hasta agitados bailes, terminando por su última aventura de la que le han descabalgado las cifras de audiencia, poco propicias para los intereses de la cadena pública estatal.
La presentadora de Elorrio ha sabido coger un espacio fundamental en televisión que tiene que ver poco con el periodismo y mucho con la empatía, el caer bien a los espectadores y el sonreír a troche y moche que es lo que hace nuestra Anne con suma generosidad, convirtiendo su paso por los televisivos sets en ejercicio de relaciones públicas mediáticas.
Nuestra princesita de cristal tiene mucho que ver con el mundo de lo fashion, lo maravilloso, lo chic; esta presentadora es la hija que toda amatxu quiso un día tener, vestida con las mejoras ropas y complementos de marcas, peinada y maquillada con exquisita elegancia, envidia de las telespectadoras que la ven como modelo de la tele de nuestros pecados.
No puede restarse méritos a los aspectos formales de esta profesional, que ha sabido explotar sus talentos, que poco tienen que ver con lo periodístico y están más cercanos a la pasarela y desfile de modas. Son antológicos sus despistes lingüísticos, patadas al diccionario y sintaxis, escaso y patoso don de la oportunidad que le han quitado del magacine de tarde en TVE y le han llevado al patio de vecindad de las noticias del cuore en el que se mueve como Petra por su casa y del que no debió salir.