Dirección: Shane Black. Guión: Shane Black y Drew Pearce. Intérpretes: Robert Downey Jr. , Gwyneth Paltrow, Don Cheadle, Guy Pearce y Ben Kingsley. Nacionalidad: EEUU y China. 2013. Duración: 130 minutos.
El primer Iron Man, dirigido por Jon Favreau, supuso una notable sorpresa. El más vulnerable de los héroes de la Marvel, el millonario con corazón de cristal y cuerpo de acero, era puesto al día con un equilibrado juego de acción y emoción; un arabesco que, sin malversar el legado de los cientos de episodios editados en su versión en papel, se reinventaba para el cine y para el tiempo presente. Allí, en esa primera entrega, la figura de un fabricante de armas enriquecido, Tony Stark, nombre del multimillonario protagonista, encarnaba una metamorfosis y representaba un doble juego cuya naturaleza es común a la mayor parte de los héroes enmascarados. Como el Zorro, el constructor de armas letales aparece caprichoso e insufrible en su versión carnal, y valeroso y heroico cuando irrumpe con su traje de metal. Una doble vida que resulta bastante común a la mayoría de los personajes enmascarados.
Buena parte del acierto del hacer de Jon Favreau descansaba en la elección del actor que encarna a Iron Man: Robert Downey, Jr. Este actor singular y carismático, cuya vida personal probó la hiel de algunos episodios oscuros que hicieron temer por su futuro, supo curarse del espanto y la ambición y dar al personaje de Tony Stark una sarcástica presencia que en el cómic nunca tuvo. Robert Downey, Jr., reconocido por encarnar a Chaplin en el filme de Richard Attenborough, rehizo con la complicidad de Favreau a su personaje y lo hizo extraordinariamente humano.
La segunda entrega, también dirigida por Favreau, cometió el mismo error con el que Santiago Segura se ha hecho de oro. Repetir el proceso de redención de un personaje que ya había sido redimido. Si en la entrega inicial, el proceso de Tony Stark le llevaba a comprender los terribles efectos que provocan las armas con las que se regaba su extensa fortuna; en la segunda, su derrumbe inicial para luego proceder a su nuevo renacimiento, carecía de solidez y sentido. De ese modo, Favreau suplía la falta de épica y símbolo, por la reiteración y el exceso. El resultado, una profunda decepción, el segundo Iron Man, apenas es un título de relleno. En ese sentido resulta mucho más atractiva su aparición en el filme conjunto de Los vengadores, donde Downey Jr. vuelve a resultar gozoso.
Ausente Favreau de la dirección; la tercera entrega ni siquiera ha conseguido lo que suele ser habitual, superar a la segunda. Este Iron Man 3 bucea en la caricatura, en el remedo, en el fuego artificial carente de sustento. Nada resulta relevante, nada parece original, nada aporta a lo que se vio en la, ahora ya se puede afirmar, excelente primera entrega. Aquí repiten Gwyneth Paltrow y Don Cheadle al lado de Downey, pero entre ellos apenas hay roce alguno. Aumentan los efectos especiales, la armadura de acero alcanza sofisticaciones impensables hace unos pocos años y todo es más, pero nada logra percibirse como mejor. Al contrario. Se diría que el montaje ha sido cosido con prisas, sin atar todos los cabos, sometido a la servidumbre de un espectáculo escópico y circense que lejos de entretener provoca un creciente desapego. En ese sentido resulta significativo el tirabuzón del guión. La historia que el espectador ve en esta tercera entrega nos es narrada por el propio Tony Stark. Al final del filme, cuando la cámara dirigida por Shane Black -Kiss Kiss, Bang Bang, (2005)- abre el plano, vemos que estamos en una sesión de psicoanálisis y que las confesiones de Stark, o sea, lo que hemos visto, han sumido en un profundo sueño a su psicoanalista. ¿Broma o augurio? Black pretende lo primero pero obtiene lo segundo. Su IM3 es hijo del tedio.