Desde hace ya unas semanas, realiza su camino solo encontrándose con los lectores. Hasta hace nada, ha permanecido en la intimidad de su creadora, como mucho compartiendo sus secretos con la editorial Arte Activo. "Pero ahora es de todo el mundo que quiera asomarse", dice con media sonrisa, entre satisfecha y tal vez un tanto nerviosa, María José Martín. Entre sus manos está Un lugar intangible, su nuevo poemario. De hecho, el primero, aunque ella no sea nueva para las letras, que le han dado ya algún que otro premio.

Cada persona tiene ese espacio, ese rincón, a veces más fácil de encontrar y otras no tanto, en el que, ya sea para bien o para mal, cada individuo se siente uno mismo y puede expresar lo que de verdad percibe y piensa, donde no hay barreras ni límites, donde la libertad parece ser absoluta, aunque tal vez eso no sea posible ni en un espacio como éste. "Es un lugar de catarsis", explica la escritora, una puerta abierta sólo para quien la cobija, no para el resto.

Palabra, por supuesto. Pero no sola. La poesía comparte su protagonismo con la ilustración. Y aunque incluir las imágenes dibujadas puede haber restado espacio a las imágenes escritas, lo fundamental es el conjunto, la unidad que letra y trazo reflejan ante el lector. Mireia, su hija, ha sido la encargada de la otra parte, de esa visión añadida, de ese complemento que tiene peso propio pero sin querer ser más que la otra parte.

"Cuando empiezas a escribir, sin darte cuenta, esto se va convirtiendo en una necesidad, una forma de manifestarte y de hacerlo en un plano muy personal, íntimo; eso no es sencillo, cuesta", describe la autora, consciente de que ese lugar propio al que nadie debería asomarse, ella lo ha puesto negro sobre blanco, dejando que otros entren por esa puerta, en principio, sólo para ella.

Es, por tanto, el lector el que ahora entra en juego. "En el libro se hacen una serie de reflexiones que cada uno, si quiere, puede completar con su propia voz. Los poemas esperan a ser completados por el otro, a que los lectores los hagan suyos porque si no, el poemario no te va a decir nada. Me da igual que hagan reír, llorar... incluso que no gusten siempre y cuando cada poema sea terminado, completado", apunta Martín mientras mira el producto de su esfuerzo, una propuesta que "aunque tiene un hilo conductor te ofrece la posibilidad de que caigas en cada texto al azar, no es necesaria realizar una lectura seguida de principio a fin".

Aún así, esa unión interna del poemario viene marcada por las temáticas que se van sucediendo, empezando por el mundo de los sueños para seguir después por el de las esperanzas, el de las pérdidas, el de la muerte, el del miedo... "aunque he pretendido dejar un sabor de boca más dulce al final, poner algo más que un punto de esperanza", comenta la escritora.

Para llegar a ello ha habido bastante material que se ha quedado fuera, que ha sido seleccionar, también por el condicionante que supone el hecho de incluir las ilustraciones. "Pero desde el principio tenía la idea de incluir las imágenes porque me ofrecía un lado más íntimo, más personal, más diferente con respecto a otros poemarios", dice mientras recuerda que "empezar a decir a la gente en voz alta que escribo poesía es algo que me ha costado, igual que me costó la presentación del libro".

Cada uno tiene su lugar. También para leer. Y la poesía reclama una vez más su espacio y su momento, acompañada de la ilustración. Lo hace de la mano de María José Martín y de un poemario que también tiene otra derivada, si se quiere decir así, de carácter social. Parte de los beneficios que se obtengan con la venta del poemario, la autora va a destinarlos a la financiación de la Asociación Alavesa del Cáncer de Mama (Asamma).