Dirección y guión: Terrence Malick. Intérpretes: Ben Affleck, Olga Kurylenko, Rachel McAdams y Javier Bardem. Música: Hanan Townshend. Nacionalidad: EEUU. 2012. Duración: 113 minutos

Ante la visión de sus dos últimas películas, El árbol de la vida y To the Wonder, se diría que Terrence Malick, llamado el Salinger del cine contemporáneo, ha decidido convertirse en lo que dicen de él. Dicho de otro modo, ha sublimado su perfil recortado de extrañeza y singularidad para transformarse en la máxima expresión de la genialidad. Atrás quedaron los años de ayuno laboral, de vigilia rigurosa, tiempo de penitencia que provocaba una fertilidad anoréxica: sólo tres largometrajes (Malas Tierras, 1973; Días del cielo, 1978 y La delgada línea roja, 1998) en veinticinco años. Ahora, si decidimos obviar el incierto margen de error que corroe a la Wikipedia, se nos cuenta que tras rodar El nuevo mundo, 2005, Malick vive en una aceleración total. Con ella, quien parecía una suerte de Erice yanqui, aparece como un Takashi Miike tejano. Si echamos mano al sugerente análisis de Santos Zunzunegui al discernir entre cineastas que suman y cineastas que restan, se diría que Malick no hace ni lo uno ni lo otro; lo suyo pretende ser la matemática cuántica del cine moderno. Veamos. Tardó seis años para acometer la citada El árbol de la vida, pero sólo uno para presentar To the Wonder y ahora se anuncian tres largometrajes para este 2013; tres proyectos que intercambian actores y modos en lo que parece un carrusel interactivo dispuesto para que la sala de edición ate lo que en apariencia carece de sentido. Se habla de actores que desaparecen en el montaje, de enigmas inexplicados y de proyección desgarrada de sus propias heridas preñadas de misticismo.

Pero centremos la atención en el filme que nos reclama: To the Wonder. Una incursión en un territorio resbaladizo toda vez que Malick ha decidido cuestionarse por dos emociones altamente inestables: el amor y la fe. Con una estructura argumental mínima, Malick mezcla el enamoramiento de una pareja formada por una francesa y un norteamericano (al parecer reflejos de la propia experiencia del cineasta), con las dudas religiosas de un sacerdote interpretado por Javier Bardem. Malick lo utiliza para esbozar una declaración de intenciones sobre la necesidad de actuar aún a riesgo de equivocarse. ¿Está hablando de sí mismo? Malick cree que Dios perdona el error pero no la inactividad y, dispuesto a bucear en el desastre, To the Wonder se cuestiona por aquello que nos conmociona, por lo misterioso, por lo propio de los afectos y las creencias; por lo que pertenece a lo invisible, al infilmable diálogo interior.

Conformada con los restos de lo que queda tras el ocaso de la vivencia, Malick desgrana un relato que se pretende innovador porque se abisma en un hundimiento seguro. To the Wonder podría querer justificarse como lo hiciera el Prêt a porter de Robert Altman: en la alta pasarela de la moda, no brillan los pensamientos. Así, Malick podría afirmar que, en el éxtasis del enamoramiento y en el arrebato de la fe, la inteligencia deambula en el destierro. Pero a estas alturas, sabemos de muchos textos (audiovisuales y literarios) que hablan de los apetitos del corazón y de la aspiración a saciar la sed oceánica que tanto preocupó a Freud en sus últimos años, conformando hermosos textos y dibujando personajes complejos. Nada de ello hay aquí. Nada interesante palpita en la pareja Affleck-Kurylenko, por más que sea cierto que Affleck está mejor callado y aquí guarda silencio. Apenas nada consigue un Bardem que parece salido de las tribulaciones del unamuniano San Manuel Bueno, mártir cuando repite "sé que Dios está en todas partes, pero no lo encuentro en ningún lado". Y lo peor de todo, apenas hay rasgos aislados de la genialidad de Malick; aquí, autocomplaciente y perezoso.